Pocas veces he tenido la oportunidad de leer un libro con tanto contenido emocional, en donde lo real aparenta ser y no es, y confieso que más allá de las tres cuartas partes del libro estuve pensando lo que no era. De pronto todo se va situando en contexto, las piezas van encajando una a una y me doy cuenta de que ese hombre que vive como un vagabundo en busca de la hija perdida tiene un único nexo con la realidad: su bolígrafo BIC. Es el que lo ata al mundo, es con el que escribe todo lo que su mente atormentada recuerda, vive e imagina, y hasta podría decir lo que su alma premonitoriamente asoma si las cosas hubiesen sido diferentes.
A lo largo de los apuntes que va haciendo en un diario dirigido a su esposa, la búsqueda de Ángela se torna por momentos en pesadillas, en las que se trastocan los ideales en sentido común, y éste en el reconocimiento de que todo hubiera sido de otra manera si él hubiese sido diferente, y esa pregunta que es la que nos lleva a investigar más allá de nosotros mismos: «y si…» queda en el aire, pues lo inevitable tarde o temprano llega, así como llegó para Champalán, (Carlos) el vagabundo, el padre, el esposo, el escritor, el jefe del bajo mundo, y uno de los ángeles de cartón.
Las veces que he leído textos de Miguel Ángel López Matamoros, (Mián) me he impregnado de su alto contenido intimista. Mián no escribe para agradar a otros, o porque desee complacer a editores. Él es de los que escribe con el alma en una pluma que en cada rasgo va dejando jirones de su alma. Ángeles de cartón es una novela cargada de frases magníficas, como:
…Ay, me ha vuelto a ocurrir, y la misma pregunta me interrumpe… ¿Cómo es posible que todos mis pensamientos confluyan hacia mi pasado? No quiero pensarlo, pero soy juicioso con mis sentimientos y sé que estoy apresado por los momentos ya vividos, soy reo y celda de mí mismo, es una pasión inevitable.…
Por un instante me doy cuenta de que mi cuerpo empieza a entrar en razón antes que mi cerebro cuando el calor del caldo calienta y curiosea todo mi interior. Es un momento inigualable. Creo que está dando resultado, pues el calor de esta sopa es como una pequeña panacea contra el frío. Poco a poco me reconforta y mengua en buena parte la destemplanza con la que he despertado, y retira de mi cuerpo parte de la humedad que nos ha presentado esta mañana el duro día invernal, arropándonos, desde que se fueron las sombras, con su sábana de color ceniza oscureciendo estos serios apéndices que llamamos edificios. Es una lástima, porque el cielo está cerrado como boca de lobo y creo que este calabobos persistirá sobre nuestras cabezas durante muchas horas más.…
Ahora ha venido a verme. Se para un instante, se tropieza con mi mirada y yo lo hago en su dejadez, en su rimel corrido por las lágrimas, en el negro pelo mal peinado y en su rebeca puesta con pereza, y despierto de bruces lejos de la imaginación que perfilaría un ángel de destellos deslumbrantes y maravillosos con el que soñé cientos de veces.
Muchas gracias, Mián por recordarme que la literatura es una de mis premisas.
Esta novela quedó finalista del I Premio de Creación Literaria Bubok.
B. Miosi
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