Érase una vez...
¡Un momento, un momento! Este cuento no empieza así.
Cómo se atreve a interrumpirme?
Por una clara y sencilla razón, yo soy El Narrador.
Pero yo también soy narrador.
¡No, no, no, no! Para este tipo de cuento, usted no vale, ¡Desde luego que NO! Así que... permanezca ahí sentadito por favor, y tal vez aprenda algo... ¡Ahí no! ¡Ahí!
¿¡En la piedra!? ¡Uf! Está bien. Sepa que los niños de hoy son muy inteligentes y no se tragarán cualquier cosa...
¡Chssssss! Atienda. Esto no es un cuento cualquiera, ni cualquiera puede contar este cuento. Cof, cof (tos). La historia decía así:
Nunca se era ni fue, ni fue porque nunca se era, y, enredados de la cabeza a los pies, todos lo vais a ver, o a entrever o vislumbrar, por no decir contemplar, pues todos habían llegado. Bueno, todos o casi todos los que tenían algo que decir en la reunión; los otros habitantes del reino de Cuento quizá estuvieran inclinando su espinazo en otras necesidades más productivas. O quizá no, tampoco es que hubiera mucho que hacer en el reino. Pero lo que sí era cierto es que la asamblea estaba a punto de comenzar y la fila humana que se había formado, al igual que en las seis reuniones anteriores, aún daba la vuelta a La Cabaña Tortuga... y veréis por qué.
¡Ah! Antes de desvelaros el motivo de la reunión, sospecho que estáis pensando en el citado nombre de La Cabaña, y pensaréis que no hace falta explicar la forma de semejante construcción. Nada más lejos de la realidad, pues en el reino de Cuento las cosas no son lo que parece y lo que menos parece quizá es lo que son. Para muestra, un botón:
Los ladrillos de La Cabaña Tortuga son grises, con pintas negras como caramelos de chocolate pegados a la superficie, pero si te acercas demasiado comprobarás que son verde oscuro casi negro, como pequeñas berenjenas, y retorcidas y feas como la nariz de una bruja formando en su conjunto una altura tan alta como un elefante. ¿Qué?, ¿no os parece alto un elefante?, ¿y si los ojos que lo contemplan están al nivel de las hormigas? ¿Qué me decís ahora? ¡Vaya!... Ahora sí, ¿eh?
Entonces, antes de desvelaros algo más del reino de Cuento, tenéis que saber que no creo ni recuerdo haber visto una criatura viva más grande que una hormiga en Cuento. Y si la hubiera, no podría considerarse una criatura viva, o un Rey, como se denomina de un modo vulgar a los habitantes del reino, sino otra cosa que apelaría al nombre de... Sujeto, aunque precisamente éstos no sean fieles a su nombre puesto que cualquier Sujeto en Cuento se mueve por sí mismo sin ayuda de terceros.
Tal vez sea ésta la razón por la que los habitantes (o reyes) de Cuento lleguen tarde a las reuniones y demás compromisos, ya que la mayoría de las veces no encuentran los Sujetos en su sitio cuando uno los necesita. Esto le ocurre a La Cabaña Tortuga puesto que no siempre está en la loma donde empezó a estar por primera vez. Sale a pasear y va de acá para allá y pocas veces descansa. Eso sí, es uno de los Sujetos más lento de todo Cuento, de ahí su nombre, “Cabaña Tortuga”. Y ha sido en ella donde el Peón, amo de todo el reino, ha convocado a sus infieles; o quiere seguir creyendo que lo son, ya que ahora no está seguro de nada desde que la desgracia se apoderó de él. Pues seguramente no sabéis que hace tiempo perdió la vista, aunque esto no es del todo cierto porque dicen que fue robada (las más trenzadas lenguas cuchichean que el culpable fue un rey). Si bien, lo que más desea su majestad es volverla a encontrar, y esto nos lleva de nuevo a la asamblea y a la finalidad de la misma, donde los reyes, o sea, los habitantes de Cuento más afortunados en el día de hoy, han encontrado La Cabaña Tortuga. Y ahí están, haciendo cola para entrar y exponer el resultado de sus investigaciones.
─¿Es aquí el último? ─quiso saber Lata, tras acoplarse a la bulliciosa hilera.
Lata era un rey escuálido, de pelo oscuro y marchito como sus ojos, y poco resultón con las reinas que había intercambiado sus azulados reojos. Su piel, sin embargo, era tan brillante como reflejo de plata.
El ajeno al que presuntamente iba dirigida la pregunta pareció despertar.
─Es aquí... ─dijo por respuesta, y engrandeció unos ojos oscuros y marrones como dos interesadas bellotas maduras.
Lata hizo un ademán y mostró su cortesía. Luego disimuló, y alzó la cabeza; vio una extensión sin límites que no abarcaba con tan sólo una mirada. Delante se extendía un valle amarillo, regado con esmero, como de pan rallado repleto de criaturas que andaban despacio hacia La Cabaña Tortuga formando un aderezo digno de ser comido; la duda de llegar a tiempo a la asamblea revoloteó por un segundo su cabeza.
El ajeno levantó la mano y señaló un punto lejano.
─Sólo si viene de allí, es aquí ─expresó contrayendo el ceño, y de inmediato calló dándole de nuevo la espalda como si no le importara nada lo que acababa de exponer.
─¿Cómo ha dicho? ─espetó Lata, dándole un par de golpecitos en su espalda.
El ajeno se volvió hacia él sin respuesta alguna. Lata aprovechó para observar fijamente su aspecto. El pelo parecía tan meloso y reluciente como la miel, y su cara parecía... ¡puf!, cualquier cara, pensó. Pero era curioso, tenía una enorme verruga en la frente que se llevaba toda la atención, como si una mosca borreguera se hubiera posado a descansar indefinidamente.
─¿Usted ha perdido el oído? ─advirtió el ajeno entonces, un tanto molesto al ver el percal.
─No, ¿por qué?
─El Peón ha perdido la vista, y usted parece andar mal de sus confrontadas amigas, ¿usted también las llama orejas?
Lata se encogió de hombros.
─¿Acaso hay otro nombre? ─exigió con extrañeza.
─Mi madre las llamaba Dumbas...
─No había oído ese nombre nunca...
─Eso es porque no ha vivido con mi madre.
─Lleva usted razón.
─Siempre la llevo ─exclamó el ajeno clavando una mirada con rosca en los ojos de Lata.
Se hizo un breve silencio, sólo entre los dos.
─¿A qué se dedica usted? ─preguntó el ajeno tras rascarse la barbilla varias veces. Lata meneó la cabeza un tanto incómodo.
─En este momento, a nada ─respondió─. De pequeño cantaba y...
─¿A quién le importa lo que hacía usted cuando apenas llegaba a la mesa y ni siquiera sabía para qué servían sus pies? ─cortó el forastero con cierto aire de arrogancia─. ¡Ah, ya comprendo! Usted no ha encontrado la vista del Peón, pero viene para sentirse útil, por eso está aquí, ¡claro! De ese modo y si hay suerte, podrá exponer ante El Peón un veredicto unánime recopilado entre tantos rumores. ¿Así que es eso? ─Lata no dijo nada, no obstante, perfiló con sus labios un círculo lo más parecido a una O, y engrandeció los ojos, tres cuartos sorprendido y un cuarto y mitad asustado─. Pero le diré una cosa, ¡no es así de simple! ─gruñó el ajeno─. Creo que hay algo más que un ladronzuelo detrás de todo esto. Tal vez se trate de un rey que manipula los instantes a su antojo... O quizá estemos ante un desgarro maligno, que se vale de esta amenaza ocasionada en el mismo ambiente y fluye más allá de nuestra conciencia. Yo creo que es así. Hay un gran puchero en mi cabeza lleno de tropezones de malestar. Cuando lo remuevo para completar una nueva vuelta, ¡zas!, otro torrezno improductivo cae como una duda hasta el fondo del caldo. ¡Qué desastre! ¡Así no acabaré nunca!
¡Un momento, un momento! Este cuento no empieza así.
Cómo se atreve a interrumpirme?
Por una clara y sencilla razón, yo soy El Narrador.
Pero yo también soy narrador.
¡No, no, no, no! Para este tipo de cuento, usted no vale, ¡Desde luego que NO! Así que... permanezca ahí sentadito por favor, y tal vez aprenda algo... ¡Ahí no! ¡Ahí!
¿¡En la piedra!? ¡Uf! Está bien. Sepa que los niños de hoy son muy inteligentes y no se tragarán cualquier cosa...
¡Chssssss! Atienda. Esto no es un cuento cualquiera, ni cualquiera puede contar este cuento. Cof, cof (tos). La historia decía así:
Nunca se era ni fue, ni fue porque nunca se era, y, enredados de la cabeza a los pies, todos lo vais a ver, o a entrever o vislumbrar, por no decir contemplar, pues todos habían llegado. Bueno, todos o casi todos los que tenían algo que decir en la reunión; los otros habitantes del reino de Cuento quizá estuvieran inclinando su espinazo en otras necesidades más productivas. O quizá no, tampoco es que hubiera mucho que hacer en el reino. Pero lo que sí era cierto es que la asamblea estaba a punto de comenzar y la fila humana que se había formado, al igual que en las seis reuniones anteriores, aún daba la vuelta a La Cabaña Tortuga... y veréis por qué.
¡Ah! Antes de desvelaros el motivo de la reunión, sospecho que estáis pensando en el citado nombre de La Cabaña, y pensaréis que no hace falta explicar la forma de semejante construcción. Nada más lejos de la realidad, pues en el reino de Cuento las cosas no son lo que parece y lo que menos parece quizá es lo que son. Para muestra, un botón:
Los ladrillos de La Cabaña Tortuga son grises, con pintas negras como caramelos de chocolate pegados a la superficie, pero si te acercas demasiado comprobarás que son verde oscuro casi negro, como pequeñas berenjenas, y retorcidas y feas como la nariz de una bruja formando en su conjunto una altura tan alta como un elefante. ¿Qué?, ¿no os parece alto un elefante?, ¿y si los ojos que lo contemplan están al nivel de las hormigas? ¿Qué me decís ahora? ¡Vaya!... Ahora sí, ¿eh?
Entonces, antes de desvelaros algo más del reino de Cuento, tenéis que saber que no creo ni recuerdo haber visto una criatura viva más grande que una hormiga en Cuento. Y si la hubiera, no podría considerarse una criatura viva, o un Rey, como se denomina de un modo vulgar a los habitantes del reino, sino otra cosa que apelaría al nombre de... Sujeto, aunque precisamente éstos no sean fieles a su nombre puesto que cualquier Sujeto en Cuento se mueve por sí mismo sin ayuda de terceros.
Tal vez sea ésta la razón por la que los habitantes (o reyes) de Cuento lleguen tarde a las reuniones y demás compromisos, ya que la mayoría de las veces no encuentran los Sujetos en su sitio cuando uno los necesita. Esto le ocurre a La Cabaña Tortuga puesto que no siempre está en la loma donde empezó a estar por primera vez. Sale a pasear y va de acá para allá y pocas veces descansa. Eso sí, es uno de los Sujetos más lento de todo Cuento, de ahí su nombre, “Cabaña Tortuga”. Y ha sido en ella donde el Peón, amo de todo el reino, ha convocado a sus infieles; o quiere seguir creyendo que lo son, ya que ahora no está seguro de nada desde que la desgracia se apoderó de él. Pues seguramente no sabéis que hace tiempo perdió la vista, aunque esto no es del todo cierto porque dicen que fue robada (las más trenzadas lenguas cuchichean que el culpable fue un rey). Si bien, lo que más desea su majestad es volverla a encontrar, y esto nos lleva de nuevo a la asamblea y a la finalidad de la misma, donde los reyes, o sea, los habitantes de Cuento más afortunados en el día de hoy, han encontrado La Cabaña Tortuga. Y ahí están, haciendo cola para entrar y exponer el resultado de sus investigaciones.
─¿Es aquí el último? ─quiso saber Lata, tras acoplarse a la bulliciosa hilera.
Lata era un rey escuálido, de pelo oscuro y marchito como sus ojos, y poco resultón con las reinas que había intercambiado sus azulados reojos. Su piel, sin embargo, era tan brillante como reflejo de plata.
El ajeno al que presuntamente iba dirigida la pregunta pareció despertar.
─Es aquí... ─dijo por respuesta, y engrandeció unos ojos oscuros y marrones como dos interesadas bellotas maduras.
Lata hizo un ademán y mostró su cortesía. Luego disimuló, y alzó la cabeza; vio una extensión sin límites que no abarcaba con tan sólo una mirada. Delante se extendía un valle amarillo, regado con esmero, como de pan rallado repleto de criaturas que andaban despacio hacia La Cabaña Tortuga formando un aderezo digno de ser comido; la duda de llegar a tiempo a la asamblea revoloteó por un segundo su cabeza.
El ajeno levantó la mano y señaló un punto lejano.
─Sólo si viene de allí, es aquí ─expresó contrayendo el ceño, y de inmediato calló dándole de nuevo la espalda como si no le importara nada lo que acababa de exponer.
─¿Cómo ha dicho? ─espetó Lata, dándole un par de golpecitos en su espalda.
El ajeno se volvió hacia él sin respuesta alguna. Lata aprovechó para observar fijamente su aspecto. El pelo parecía tan meloso y reluciente como la miel, y su cara parecía... ¡puf!, cualquier cara, pensó. Pero era curioso, tenía una enorme verruga en la frente que se llevaba toda la atención, como si una mosca borreguera se hubiera posado a descansar indefinidamente.
─¿Usted ha perdido el oído? ─advirtió el ajeno entonces, un tanto molesto al ver el percal.
─No, ¿por qué?
─El Peón ha perdido la vista, y usted parece andar mal de sus confrontadas amigas, ¿usted también las llama orejas?
Lata se encogió de hombros.
─¿Acaso hay otro nombre? ─exigió con extrañeza.
─Mi madre las llamaba Dumbas...
─No había oído ese nombre nunca...
─Eso es porque no ha vivido con mi madre.
─Lleva usted razón.
─Siempre la llevo ─exclamó el ajeno clavando una mirada con rosca en los ojos de Lata.
Se hizo un breve silencio, sólo entre los dos.
─¿A qué se dedica usted? ─preguntó el ajeno tras rascarse la barbilla varias veces. Lata meneó la cabeza un tanto incómodo.
─En este momento, a nada ─respondió─. De pequeño cantaba y...
─¿A quién le importa lo que hacía usted cuando apenas llegaba a la mesa y ni siquiera sabía para qué servían sus pies? ─cortó el forastero con cierto aire de arrogancia─. ¡Ah, ya comprendo! Usted no ha encontrado la vista del Peón, pero viene para sentirse útil, por eso está aquí, ¡claro! De ese modo y si hay suerte, podrá exponer ante El Peón un veredicto unánime recopilado entre tantos rumores. ¿Así que es eso? ─Lata no dijo nada, no obstante, perfiló con sus labios un círculo lo más parecido a una O, y engrandeció los ojos, tres cuartos sorprendido y un cuarto y mitad asustado─. Pero le diré una cosa, ¡no es así de simple! ─gruñó el ajeno─. Creo que hay algo más que un ladronzuelo detrás de todo esto. Tal vez se trate de un rey que manipula los instantes a su antojo... O quizá estemos ante un desgarro maligno, que se vale de esta amenaza ocasionada en el mismo ambiente y fluye más allá de nuestra conciencia. Yo creo que es así. Hay un gran puchero en mi cabeza lleno de tropezones de malestar. Cuando lo remuevo para completar una nueva vuelta, ¡zas!, otro torrezno improductivo cae como una duda hasta el fondo del caldo. ¡Qué desastre! ¡Así no acabaré nunca!
─Dicho así, suena peligroso.
─Dicho así y de cualquier manera que se diga. Y lo es ─afirmó el ajeno estremeciéndose como un perro mojado; hasta la hinchada barriga que ostentaba tiritó─ No le quepa duda. Yo traigo la respuesta que necesita El Peón.
─¿Ha encontrado su vista?
─¿La mía?
─¡No, hombre!, la del Peón.
─No.
─¿Entonces?
─Acérquese ─musitó el ajeno.
─Dicho así y de cualquier manera que se diga. Y lo es ─afirmó el ajeno estremeciéndose como un perro mojado; hasta la hinchada barriga que ostentaba tiritó─ No le quepa duda. Yo traigo la respuesta que necesita El Peón.
─¿Ha encontrado su vista?
─¿La mía?
─¡No, hombre!, la del Peón.
─No.
─¿Entonces?
─Acérquese ─musitó el ajeno.
Lata obedeció descubriendo una meticulosa curiosidad, e inclinó la cabeza hasta que su oreja casi topó con la boca del forastero.
─Sé donde no está la vista del Peón ─murmuró.
─Pero eso es fácil ─alegó de inmediato Lata─. Sólo hay un lugar donde está. El resto es donde no está; millones de espacios vacíos donde jamás descubriremos la vista del Peón. Yo también habría llegado a esa lógica.
─Usted cree. ─objetó el ajeno, y se rodeó la barbilla con sus rechonchos dedos─. A veces no hay mayor lógica que sentirse confundido, uno lleva siempre la sinrazón entonces. Sacar a pasear la sabiduría más de la cuenta es peligroso, pues sepa, que si la ignorancia nos descubre puede anudar los cordones de nuestros zapatos y hacernos caer de bruces. Claro que, no puede vivir por debajo de la humildad y aún menos por encima.
»Acérquese de nuevo ─Exigió. Lata obedeció─. Le voy a confesar algo, ya que es usted tan retraído con ganas de enterarse de todo. Aunque... me temo que no se entere de casi nada. Únicamente el individuo que robó la vista del Peón sabe dónde la ha escondido.
Lata al escuchar la confesión se quedó a cuadros, literalmente, ¿me entendéis, no? Los reyes no pueden ir de aquí para allá disfrazados de cuadros... es evidente.
─Pero no se equivoque ─siguió diciendo el ajeno─. Eso es lo que él quiere hacernos creer. Figúrese que usted dijera uno de tantos lugares donde imaginamos que no está la vista del Peón. Pero piense... ─Lata se llevó rápidamente el dedo índice a la sien; se esforzaba por dar muestra de estar metido en el papel de pensador─. Tal vez el riesgo de encontrar el lugar donde está la vista no sea tan mínimo─. Y si está allí donde se predice que tiene que no estar... ¡Imagínese! ─vociferó abriendo sus brazos y apartando el aire con sus manos─. ¿Sabe el premio que El Peón ha ofrecido por su vista?
─¿Por la mía?
─¡No, hombre! Por la que ha perdido, la vista irreal, la suya propia, la vista del Peón ─apuntilló con énfasis el ajeno como si algo irreparable se fuera de su lado─. Pues verá, ha ofrecido cuantiosos Rábanos y todo un jardín de árboles de Brócoli para comer y dormir bajo ellos durante chorrocientos días...
─Chorrocientos días ─balbuceó Lata, relamiéndose en cada una de las sílabas. Parecía como si semejante premio no entrara en los limitados extremos de su imaginación.
─Y junto al regalo ─añadió el ajeno, henchido por su propia voz─, adjunta también su preciado CaraCol, rápido y cantarín que despertará al premiado siempre que abra los ojos la Noche. ¿¡No sería estupendo!?
Lata meneó la cabeza, formando tres apáticos e inservibles síes; su cabeza aún se relamía entre arbolitos de Brócoli. El Peón, ya podía haber ofrecido a una de sus hijas en vez de aquel ilimitado CaraCol irreal, pensó Lata. Él siempre había bebido los vientos por Flora, la más bella de la corte. ¡Ay, Flora!
Pero la retahíla del ajeno aún no había concluido.
Lata al escuchar la confesión se quedó a cuadros, literalmente, ¿me entendéis, no? Los reyes no pueden ir de aquí para allá disfrazados de cuadros... es evidente.
─Pero no se equivoque ─siguió diciendo el ajeno─. Eso es lo que él quiere hacernos creer. Figúrese que usted dijera uno de tantos lugares donde imaginamos que no está la vista del Peón. Pero piense... ─Lata se llevó rápidamente el dedo índice a la sien; se esforzaba por dar muestra de estar metido en el papel de pensador─. Tal vez el riesgo de encontrar el lugar donde está la vista no sea tan mínimo─. Y si está allí donde se predice que tiene que no estar... ¡Imagínese! ─vociferó abriendo sus brazos y apartando el aire con sus manos─. ¿Sabe el premio que El Peón ha ofrecido por su vista?
─¿Por la mía?
─¡No, hombre! Por la que ha perdido, la vista irreal, la suya propia, la vista del Peón ─apuntilló con énfasis el ajeno como si algo irreparable se fuera de su lado─. Pues verá, ha ofrecido cuantiosos Rábanos y todo un jardín de árboles de Brócoli para comer y dormir bajo ellos durante chorrocientos días...
─Chorrocientos días ─balbuceó Lata, relamiéndose en cada una de las sílabas. Parecía como si semejante premio no entrara en los limitados extremos de su imaginación.
─Y junto al regalo ─añadió el ajeno, henchido por su propia voz─, adjunta también su preciado CaraCol, rápido y cantarín que despertará al premiado siempre que abra los ojos la Noche. ¿¡No sería estupendo!?
Lata meneó la cabeza, formando tres apáticos e inservibles síes; su cabeza aún se relamía entre arbolitos de Brócoli. El Peón, ya podía haber ofrecido a una de sus hijas en vez de aquel ilimitado CaraCol irreal, pensó Lata. Él siempre había bebido los vientos por Flora, la más bella de la corte. ¡Ay, Flora!
Pero la retahíla del ajeno aún no había concluido.
─¡La desgracia recaerá en todo aquél que llegue con falsas noticias!... ─recordó. Y su voz alcanzó un tono solemne y puntual, y de sus ojos brotaron raíces y tallos de misterio─. Que se prepare el charlatán que arriesgue a decir un lugar, y éste, esté desierto. ¿Sabe lo que eso significa? ─preguntó, aún sin esperar respuesta, pues el ajeno era un vagón de nervios sin freno─. Que los que mientan al Peón serán echados al Fuego, y se helarán en menos que canta un Ciprés.
─¡Cierto! ─afirmó Lata, asustado incluso al ver que había podido colar su respuesta.
Lata no podía negar que empezaba a ver a aquel individuo de forma diferente, parecía un tipo con la cabeza bien enroscada entre los dos cerros que tenía por hombros, desde luego. Salían cosas inteligentes de su interior cuando abría la larga cremallera de dientes que poseía, o al menos no era torpe visto desde el hemisferio más engrasado de Lata.
─¡Cierto! ─afirmó Lata, asustado incluso al ver que había podido colar su respuesta.
Lata no podía negar que empezaba a ver a aquel individuo de forma diferente, parecía un tipo con la cabeza bien enroscada entre los dos cerros que tenía por hombros, desde luego. Salían cosas inteligentes de su interior cuando abría la larga cremallera de dientes que poseía, o al menos no era torpe visto desde el hemisferio más engrasado de Lata.
El ajeno se movió y adoptó una pose divertida, y con un dedo tieso apuntó a lo alto del cielo color vainilla, mientras su habla surgía como encantada:
─Imagínese por un momento, mi querido amigo... ─sugirió.
─¿Oiga, en qué momento he empezado a ser su amigo? ─interrumpió Lata.
─Bueno... supongamos...
Lata se retrajo, y le miró con un gesto de bisagra descolgada... ¿cómo se suponía a un amigo? El ajeno continuó con su especulación.
─Como le decía... ─indicó─. Imagínese que usted tiene la vista del Peón.
─¿Yo?
─Haga un esfuerzo. ¡No colabora en nada!
─Está bien ─protestó Lata, y buscó en su memoria el libro de fórmulas de concentración. Al cabo de unos segundos descendió de la memoria con el pesado volumen bajo el brazo.
Lógicamente tener la vista de otro era algo nuevo para él, pero más aún era ver el reino de Cuento desde los ojos del Peón, aunque... ¿Por qué no hacerlo ahora? No costaba nada intentarlo. Apretó los labios de un modo que los hizo desaparecer de su cara... solamente una rasgadura en la piel daba nota de que allí había una puerta que daba a la mazmorra oscura donde un carcelero aprisionaba el aire. Poco a poco la cara de Lata empezó a adquirir un tono color tomate, más que rojo, preocupante.
─Puede respirar ¿eh? ─le sugirió el ajeno─. Que sea el Peón no quiere decir que se ahogue.
─Imagínese por un momento, mi querido amigo... ─sugirió.
─¿Oiga, en qué momento he empezado a ser su amigo? ─interrumpió Lata.
─Bueno... supongamos...
Lata se retrajo, y le miró con un gesto de bisagra descolgada... ¿cómo se suponía a un amigo? El ajeno continuó con su especulación.
─Como le decía... ─indicó─. Imagínese que usted tiene la vista del Peón.
─¿Yo?
─Haga un esfuerzo. ¡No colabora en nada!
─Está bien ─protestó Lata, y buscó en su memoria el libro de fórmulas de concentración. Al cabo de unos segundos descendió de la memoria con el pesado volumen bajo el brazo.
Lógicamente tener la vista de otro era algo nuevo para él, pero más aún era ver el reino de Cuento desde los ojos del Peón, aunque... ¿Por qué no hacerlo ahora? No costaba nada intentarlo. Apretó los labios de un modo que los hizo desaparecer de su cara... solamente una rasgadura en la piel daba nota de que allí había una puerta que daba a la mazmorra oscura donde un carcelero aprisionaba el aire. Poco a poco la cara de Lata empezó a adquirir un tono color tomate, más que rojo, preocupante.
─Puede respirar ¿eh? ─le sugirió el ajeno─. Que sea el Peón no quiere decir que se ahogue.
Lata asintió, amoratado como una mora silvestre madura madura a punto de reventar. Y de inmediato se estiró, giro el cuello despacio hacia uno y otro lado, ahuecado como un palomo ante su dama, y con la soltura de un ser superior dijo soltando todo el aire acumulado de golpe:
─Cuento es un reino fastuoso y sin parangón como jamás hubo otro igual... ─espetó, y movió el brazo con gracia. Ni el mismísimo Peón del reino de Cuento tenía semejante desenvoltura en sus actos. Lata daba muestras de estar muy metió en el papel irreal.
El propio ajeno se sorprendió por el tono y la actitud representada.
─¿Se da cuenta majestad que todos aguardan para servirle, cual diablillos impacientes? ─expresó, y a su vez se frotó las yemas de sus dedos con soltura.
─Cierto... ─asintió Lata─. Ejem, ejem... ¿Usted quién es? ─preguntó, sin dejar de representar el papel de Peón.
─Puede llamarme Azar, Señor ─respondió el ajeno, figurando ser un servidor fiel a la corte, prolongando la pantomima.
─Muy bien, Azar. ¿Y qué le trae por aquí?
─Poca cosa, majestad ─respondió─. Quizá estar aquí es porque aunque transito por los cuatro confines sin parar, siempre me gusta estar delante de allí, que es aquí... ─y tras callarse, hizo una reverencia en la que sus ojos se quedaron estacionados en un punto indeterminado del suelo.
De este modo, y a medida que la fila fue avanzando, Lata y Azar estuvieron largo y largo rato conversando (si se puede llamar conversación al servicio que dieron a sus palabras).
Tanto se metió Lata en la representación de ser el Peón del reino de Cuento delante de Azar, que pronto se encontraron, absorbidos por el diálogo, dentro de la Cabaña Tortuga.
─¿Por qué ve todo tan distinto? ─preguntó Azar en voz alta, ya entre los muros irreales.
─Porque tengo la vista del Peón ─decretó Lata a voz en cuello, clavando con maestría su representación; sus brazos extendidos y alzados formaban una te minúscula.
De repente, todos los reyes que se encontraban de cháchara callaron y le miraron sorprendidos. Era evidente que el silencio sacó a Lata de su fingido papel. Fue entonces cuando Azar intervino.
─Majestad, he aquí a quien os ha robado vuestra vista... ─denunció, señalando al acusado de manera rimbombante. Una mueca puntillosa acudió a su cara. Lata quedó mudo sin saber qué decir ante las gruesas columnas de la Cabaña que giraban sobre sí mismas como barrenas, sólo fue capaz de bajar los brazos─. Él mismo lo ha manifestado ─decretó por último Azar, volviendo a mover un dedo chivato hacia la figura de Lata.
─¡Traedlo a mi presencia! ─ordenó el Peón, rebozado en insolentes empanadillas de cólera.
La guardia irreal se abalanzó sobre el esquelético cuerpo de Lata. Un mar de brazos y piernas se levantó como un Bosque de Bultos. Finalmente, Lata fue doblegado y apresado, y llevado al aposento impersonal de su majestad.
Desde entonces, nunca más se supo de él. Y de Azar... ¿por cierto?, nadie volvió a ver a Azar, ¿o sí? Tal vez se haya ido lejos a disfrutar de la recompensa y del CaraCol irreal que, por supuesto, lo despertará con su agudo canto cuando el Sol tropiece y caiga de bruces en la noche.
Los más reservados, sin embargo, dicen que se oyen voces durante el día, más que voces tonalidades líricas de un trovador, quizá dichoso de sentirse útil y poder cantarle al oído a su doncella. ¡Ay, Flora! Aunque otros discrepan que son lamentos, crujidos que crecen en el silencio de la noche cuando los presos trabajan aceitando las chorrocientas mil bisagras de La Cabaña Tortuga.
Pero en el reino de Cuento, las cosas no son lo que parece, y lo que menos parece quizá es lo que son.
Y, ni colorado ni colorín, este cuento NO tiene FIN.
─Cuento es un reino fastuoso y sin parangón como jamás hubo otro igual... ─espetó, y movió el brazo con gracia. Ni el mismísimo Peón del reino de Cuento tenía semejante desenvoltura en sus actos. Lata daba muestras de estar muy metió en el papel irreal.
El propio ajeno se sorprendió por el tono y la actitud representada.
─¿Se da cuenta majestad que todos aguardan para servirle, cual diablillos impacientes? ─expresó, y a su vez se frotó las yemas de sus dedos con soltura.
─Cierto... ─asintió Lata─. Ejem, ejem... ¿Usted quién es? ─preguntó, sin dejar de representar el papel de Peón.
─Puede llamarme Azar, Señor ─respondió el ajeno, figurando ser un servidor fiel a la corte, prolongando la pantomima.
─Muy bien, Azar. ¿Y qué le trae por aquí?
─Poca cosa, majestad ─respondió─. Quizá estar aquí es porque aunque transito por los cuatro confines sin parar, siempre me gusta estar delante de allí, que es aquí... ─y tras callarse, hizo una reverencia en la que sus ojos se quedaron estacionados en un punto indeterminado del suelo.
De este modo, y a medida que la fila fue avanzando, Lata y Azar estuvieron largo y largo rato conversando (si se puede llamar conversación al servicio que dieron a sus palabras).
Tanto se metió Lata en la representación de ser el Peón del reino de Cuento delante de Azar, que pronto se encontraron, absorbidos por el diálogo, dentro de la Cabaña Tortuga.
─¿Por qué ve todo tan distinto? ─preguntó Azar en voz alta, ya entre los muros irreales.
─Porque tengo la vista del Peón ─decretó Lata a voz en cuello, clavando con maestría su representación; sus brazos extendidos y alzados formaban una te minúscula.
De repente, todos los reyes que se encontraban de cháchara callaron y le miraron sorprendidos. Era evidente que el silencio sacó a Lata de su fingido papel. Fue entonces cuando Azar intervino.
─Majestad, he aquí a quien os ha robado vuestra vista... ─denunció, señalando al acusado de manera rimbombante. Una mueca puntillosa acudió a su cara. Lata quedó mudo sin saber qué decir ante las gruesas columnas de la Cabaña que giraban sobre sí mismas como barrenas, sólo fue capaz de bajar los brazos─. Él mismo lo ha manifestado ─decretó por último Azar, volviendo a mover un dedo chivato hacia la figura de Lata.
─¡Traedlo a mi presencia! ─ordenó el Peón, rebozado en insolentes empanadillas de cólera.
La guardia irreal se abalanzó sobre el esquelético cuerpo de Lata. Un mar de brazos y piernas se levantó como un Bosque de Bultos. Finalmente, Lata fue doblegado y apresado, y llevado al aposento impersonal de su majestad.
Desde entonces, nunca más se supo de él. Y de Azar... ¿por cierto?, nadie volvió a ver a Azar, ¿o sí? Tal vez se haya ido lejos a disfrutar de la recompensa y del CaraCol irreal que, por supuesto, lo despertará con su agudo canto cuando el Sol tropiece y caiga de bruces en la noche.
Los más reservados, sin embargo, dicen que se oyen voces durante el día, más que voces tonalidades líricas de un trovador, quizá dichoso de sentirse útil y poder cantarle al oído a su doncella. ¡Ay, Flora! Aunque otros discrepan que son lamentos, crujidos que crecen en el silencio de la noche cuando los presos trabajan aceitando las chorrocientas mil bisagras de La Cabaña Tortuga.
Pero en el reino de Cuento, las cosas no son lo que parece, y lo que menos parece quizá es lo que son.
Y, ni colorado ni colorín, este cuento NO tiene FIN.
SIN FIN
Mián Ros (quedan reservados todos los derechos sin permiso del autor)
¡Ehy! Hacen un concurso de cuentos aquí en Pola de Lena, podías mandarlo a este, te dejo el enlaze para que veas las bases del concurso por si te animas.
ResponderEliminarwww.aytolena.es
Un besote fuerte.
Hola Mian,
ResponderEliminarQué bueno, estas son las historias que me gustan..."las cosas no son lo que parece, y lo que menos parece quizá es lo que son." ji,ji, me encanta.
Un besote.
Te dejo un regalito, si te gustan los atrapasueños llévate uno.
ResponderEliminarhttp://printova.blogspot.com/2010/11/la-leyenda-del-atrapasuenos-se-trata-de.html
No te había dado el enlace antes porque se que estás muy liado y es difícil sacar tiempo para tanto blog.
Un besote enorme.
Hola, Printova,
ResponderEliminarVoy a echarle un vistazo al concurso, lo mismo cuadra el cuento de Cuento y lo presento. Gracias.
Me quedo con las ganas de tu opinión sobre el cuento. Me gusta contrastar comentarios. Aquí en casa no gustó nada de nada; Eva se hace un lío con la historia y no se entera de nada... no sé... quizá sea demasiado enrevesado.
Paso a visitar tu otro blog en breve y te digo.
Mil besos más uno,
Mián Ros
Hola, Nena,
ResponderEliminarTú eres de las mías. Me agrada que te haya gustado. Por aquí fue un fracaso total. Quizá la perspectiva que le di al cuento es demasiado enredada. Quiero pensar que el jurado ha sido muy clásico (de los cincuenta para arriba), de echo el ganador es una historia sobre el alzheimer. Creía que había que presentar un cuento, lo que se denomina un cuento... ¿No crees?...
Uno dos tres... besos,
Mián Ros
Hola Mian,
ResponderEliminar¿Qué clase de cuento habla del alzheimer? Cómo siempre pasa, gana lo que dá pena. Para mi contar un cuento es meterse en plena fantasía, iracional, divertida; lo que tú has escrito, éso si es un cuento, para que la imaginación vuele, no para hacernos llorar con las desgracias de la vida de la vida, para eso ya esta la propia vida y los telediarios.
Para mí ya lo sabes, tú eres el ganador, pero como siempre digo, siempre hay concursos amañados.
Un besote fuertote.
¡Hola Mián! Aquí estoy, me acabo de leer tu cuento y ¿estas preparado para mi veredicto?je,je.
ResponderEliminarOye a mí me gustó, pero el final... me dejó, no se, pensé que nos sorprenderías con que Lata no era lo que parecía, y que dejaría a todos con la boca abierta, y este final es el que menos me imaginaba, ¡ahy, me siento mal diciéndotelo! Es que al ser cuento, mi lógica de cuento me decía que terminaría felizmente, pues es lo que los niños desean al leer o que les lean, si fuera una historia para mayores el final sería perfecto, pero (siempre con la idea de que el lector es un niño) pensé que un lector pequeño siempre espera un final grandioso y feliz.
Sabes, me da mucha rabia escribir esto, pero si me lo guardo y te digo que es precioso y perfecto sería incierto, bueno no del todo, porque lo único que a mí no me gustó mucho fue el final, el resto es muy ingenioso y está genial, como todo cuento fantástico que te hace volar la imaginación.
Bueno, este es mi comentario, ahora a ver si soy capaz de darle al enter para publicarlo.
¡Ah! el que yo diga esto no significa que el cuento no esté bien, no quiero que te desanimes por mi inexperiencia y poco entendimiento en lectura.
Un besote enorme.
Hola, Nena,
ResponderEliminarEs cierto que toda tragedia impacta y puede inclinar el veredicto del jurado... Pero a ver, yo no estoy criticando el cuento vencedor, realmente puede ser o estar basado el cuento en cosas tristes, de cualquier enfermedad o similar, no digo que no, lo que me he dado cuenta al leer el cuento ganador es que no es un cuento como tal; si me dicen que ha ganado el certamen de RELATO de la CAM, vale, pero lo que es curioso que esté catalogado como CUENTO (la verdad es que desconocía que se presentaran este tipo de narraciones “ignorante de mí”).
En fin, un beso muy fuerte, hermanita,
Mián Ros
Hola, Printova,
ResponderEliminarDe inexperiencia nada de nada, que tienes mucho verbo y mucho sentimiento, y aún más por explotar... vaya.
Me encanta que el lector haga sus reflexiones después de la lectura. Cualquier resultado lo veo satisfactorio. Verás, aquí en casa no gustó ni el principio ni nada, ¡puf! Pero me gusta la sinceridad, eso hace que me esfuerce para conseguir algo mejor la próxima vez.
Hablas del final... la verdad que fue el que se me ocurrió en ese momento ¿y dices que acaba mal? yo no lo veo así (bien es verdad que podía haber acabado mejor, of course). Sin embargo Lata acaba dentro del Palacio Tortuga, o sea cerca de Flora (ay su queridísima Flora), tanto que le puede cantar todas las mañanas... aunque le gustaría estar más cerca, pero en el reino de Cuento las cosas no son lo que parece y lo que menos parece quizá es lo que son... je je.
No te preocupes, por los desánimos, es algo que en otra época quizá me hubiera pillado de pardillo... sabes, estos zapatos llevan ya mucho polvo del camino.
Mil besos, hermanita,
Mián Ros
Hola Mian, hola Prin,
ResponderEliminarJa,ja,ja...Lo que le ha pasado a Printova es muy sencillo...No lo ha pillado, es muy facil...Yo te lo puse en mí comentario...Si no entiendes la frase: "en el reino de Cuento las cosas no son lo que parece y lo que menos parece quizá es lo que son" tienes que entender ésta frase si no, no le das sentido al cuento.
¿Te acuerdas cuando te dejé: El espejo en el espejo? Te dije: No hay que buscar la explicación de cada historia, ni si va a acabar bien o mal, sino dejar abierta la imaginación, y tienes que tener la mente muy abierta para entender lo iracional o incluso surrealista que llega a ser, ¿verdad? (Qué gran libro).
No es que se parezca mucho a tú cuento, pero alguna pincelada, como la gran frase que insisto, me encantó, si me ha recordado un poco.
Creo que vamos a recomendarle a Printova que se lea primero éste libro, o que tú escribas más en éste estilo, para que entienda que lo que menos importa es el final o el principio
, lo importante es el contenido en sí.
Y que más dá si es cuento o historia...¡Déjate llevar al mundo que te está transportando el autor! Y quédate con ése momento.
Printova, tienes que abrir la mente más a lo irreal (ji,ji como la guardia irreal), y así llegarás a entenderlo. Por supuesto que hay que respetar cada opinión, ¿Qué no te ha gustado el final?, vale, pero recuerda que: las cosas no son lo que parece y lo que menos parece quizá es lo que son (ji,ji es que me encanta) Tú quédate con ésta frase...piensa, piensa, vuela, vuela...Uf, se me ha ido un poco aquí la pinza...
Bueno que, un besote gordote a los dos.
Hola otra vez,
ResponderEliminarse me ha olvidado un detalle...
"este cuento NO tiene FIN.
SIN FIN"
lo dice bien claro.
Jolín, parece que es mío éste cuento...(Buah!, ya no comento nada más, me aburro a mí misma)
Besotes otra vez.
Hola, Nena,
ResponderEliminarJa ja, estás defendiendo el cuento como si fuera tuyo. Me parto, pero me encanta. Y así es, cada uno tiene la libertad de interpretarlo como quiera. Además has dado en el clavo, es un cuento que no tiene FIN, de hecho hay más partes y muchas más historias que vendrán más adelante. Ya veréis... bueno, ya leeréis.
Besos, hermanita.
Mián Ros
Hola,
ResponderEliminarHaber la señorita Printova que se pase por la Cueva del Eskarkam, por favor. Estamos hablando de usted. Gracias.
Bueno, no te pongas así nena, que no dije totalmente que no me gustara, dije que no me gustaba si la historia era contada para un niño, que la historia contada para un adulto ESTABA GENIAL (de principio a fin, burrica), y entender la entendí, que tengo 40 pero la mente sigue bien abierta, je, je, pero un niño no creo que el final lo entendiera, sólo quise decir eso, los niños tienen una imaginación muy grande pero hay que dárselo algo mascado porque si no se lían.
ResponderEliminarMenos mal que no estoy ahí al lado que si no me pegas. Y eso que no lo has escrito tú (no te hagas escritora porfa) cualquiera te aguantaría tras una crítica.
Besotes enormes.
!Ah! Entonces la próxima vez, si hay algo que no me guste ¿Me lo cayo o lo digo? O te lo mando para que me des tu aprovación. Chica, es que das miedo, je,je,.
ResponderEliminarMián, ya sabes quien puede representarte, no busques más, aquí la nena saca las uñas al que diga que no te edita el libro, uff!
Besotes enormes.
¡Ehy! ¿Dónde estáis? ¿No os abréis enfadado conmigo?
ResponderEliminarVaya vaya. Me asomo un momento por aquí, y la conferencia que se ha liado.
ResponderEliminarPrintova, hiciste bien en comentar tu parecer, nunca pienses lo contrario. Hay narraciones para todos los gustos, esto es así. Desde luego yo no quiero palmaditas en la espalda y que me alaben la oreja si no es el verdadero sentimiento que has sentido en el escrito; ante todo sinceridad. A Nena, sin embargo, tienes que comprenderla también, le gusta todo lo referente a la fantasía, aun llevada al rincón más ilimitado. Es lógico por tanto que surja la discrepancia, pero eso, es lo más fantástico, que una historia cree debate, al menos a mi modo de entender.
Ya te digo que en casa no gusto nada de nada, y me encanta que se expresen de esa forma; eso me da más fuerzas para mejorar y buscar historias que las llenen más.
Bueno, recibid un fuerte beso cada una, hermanitas.
Mián Ros
Ji,ji,ji...¡la que he liado!.
ResponderEliminarPrintova, ya sé que has entendido el cuento, eso no lo dudo, (Bueno, un poco sí. Que no que es broma) Lo que pasa que sabes que yo hablo casi siempre de forma irónica, pero es lo que dice Mian, cuando leo una historia fantástica me meto tanto en ése mundo que ... ¡qué bien me lo paso ahí arriba!
Y que quede claro, que las críticas son todas respetables, malas o buenas, pero el final no puedes decir que no te gusta, no tiene final.
Conclusión de todo ésto:
Debate de un cuento, que ha dado mucho que hablar. Con lo cual significa que es bueno, de lo contrario, nos hubieramos quedado todos indiferentes y sin nada que comentar.
Besotes gordotes.