Capítulo 1. Delirios (1/2)
La mujer parece cansada, y quizá lo esté. Sin embargo intenta no volver a huir de las primeras líneas del texto, sin atreverse a más.
Sólo un pestañeo acompaña la profunda inhalación donde dosifica el poco aire no afectado que aún perdura en la habitación, al tiempo que, posiblemente, su conciencia desmenuce un último recuerdo ya vivido, insensible, ojeando por el rabillo del ojo el descolorido gris del cielo que tapiza la ventana. Tal vez no sea ésta la razón que retiene su yo más íntimo la que le produce esa sensación de nostalgia, sino que medite sobre las primeras líneas del texto que acaba de leer y que le han llegado al corazón. Sea como fuere, se aleja del pliegue del cielo y vuelve al cuaderno y a esos primeros párrafos que ha llegado a memorizar, y como es lógico, no le hace falta volver a repetir para proseguir la lectura, aunque esta vez se compromete para sí a no parar. Y lee... pero, inconscientemente, lo vuelve a hacer desde el principio.
***
Ha empezado a llover. Fiel a mis costumbres y a la tristeza que me abriga en estos días de media luz, me he puesto a escribir.
Era de esperar, todo mi engranaje ha arrancado, y como fruto, las líneas de mi compañero BIC aparecen sin pereza. Es una danza de pasos azulencos que surge como de un sueño y se alinea hermanada al papel frente a mis ojos. Son trazos elocuentes, sencillos y sinceros, y esculpen con la misma facilidad que respiro lo que guarda mi alma; espero al menos durar lo suficiente para darle un final digno a esta complejidad de formas que llamamos escritura.
***
Por un segundo la emoción la supera y deja de leer. Se ha vuelto a fallar a sí misma, y lo sabe. Todo está demasiado reciente, y también lo sabe; y a pesar de que quiere ser fuerte, está a punto de cerrar el cuaderno y posponerlo, que no a olvidarlo. Sin embargo es prudente, pues sabe que todavía no está preparada para dominar sus sentimientos de lo que pueda llegar a leer; pero eso... también lo sabe.
No obstante, observa el texto y cree verle: escribiendo aquellas líneas en el rincón junto a la ventana, o sentado en la cama, acurrucado y sin hacer ruido; nunca lo hizo. Cinco segundos de reflexión donde toma la determinación que le falta, y sus ojos femeninos, tan cerca de la conmoción como lejos de la alegría, caen sobre lo escrito y se obliga a no parar... esta vez cree que no lo hará...
Y con una necesidad palpitante, continúa leyendo...
***
Creo que es lunes, y por el trasiego y la forma de caminar que se respira en la calle es una hora punta, no me cabe duda. Inspiro y trato de filtrar la manifiesta agitación que registro; el olor que me invade es distinto, las ropas que percibo son distintas, y hasta la prisa que descubro es diferente al asomar la primera luz natural que hace añorar el fin de semana. Siempre ocurre lo mismo; lunes de resignación, rostros desanimados, posturas conformistas. Así es el mundo, lleno de lunes, y empieza a bullir uno de tantos.
Y yo, enfundado en el papel de indigente que yo mismo me he atribuido, me filtro en él como un autómata más, decorando el ajetreo de la calle. Husmeo, siento la temprana palpitación, y sé que es una agitación desmesurada de reiteradas actitudes anteriores. Prisas, a fin de cuentas, que no dejan de ser malas consejeras, como cierto día asimilé. Y es por ello que tengo un nuevo miedo incrustado, de que ni siquiera los consejeros de estos tiempos que corren son mejores que los de hace miles de años, ni yo el mejor escriba para contarlo en este humilde cuaderno de viaje que corrobora la corriente de este mundanal cauce que nos distrae.
No me considero un escritor, aunque emule las formas sobre estas hojas, es más bien un modo de mantener mis sentidos ocupados, o un no sé qué, que no puedo llegar a reprimir.
Por escribir... diré que estoy sentado, más que aburrido entre las grasas de este viejo ancestro y conglomerado Madrid donde intento respirar. Y mi improvisado y nuevo hogar, ay mi hogar; no es muy grande, pero tampoco pequeño... simplemente, es; y simplemente, me basta.
Pero para que no os hagáis una idea desacertada del lugar donde subsisto, debéis saber que es la entrada de un viejo caserón en ruinas, un portal imperfecto y deteriorado; y no hay más. Aunque una parte de mí está complacido puesto que este cúmulo de vigas sin paredes es efectivo y me cobija, sólo en parte, de las heladoras penurias que despierta el invierno. No obstante, me identifico con él, como si fuéramos dos veteranos supervivientes de los días. Él, apuntalado con esas tiesas pilastras de hierro donde se enroscan miles de tornillos que lo sustentan antes de ser reformado o derruido por completo. Y yo, con el mismo aspecto defectuoso, pero vestido de hombre, donde se enroscan miles de recuerdos que sustentan mi organismo. Sin ellos, toda mi estructura argumental se vendría abajo. Si bien, y no me cabe duda, ambos somos iguales: fiel reflejo de los bocados que da la vida, y esto sí que me importa y pienso que demasiado.
Es obvio. Un día amanecerá sin mí. Y peor aún, puesto que quizá en un mañana, al paso que vamos, amanecerá para nadie.
MiánRos (Todos los derechos quedan reservados sin el consentimiento del autor).
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