tag:blogger.com,1999:blog-89068840043987135522024-03-05T15:18:43.720-08:00LA CUEVA DEL ESKARKAMLa cueva del Eskarkamhttp://www.blogger.com/profile/05929401500360146599noreply@blogger.comBlogger19125tag:blogger.com,1999:blog-8906884004398713552.post-33352570835482789472010-11-01T03:48:00.000-07:002010-11-01T08:54:09.322-07:00Cuento<div align="justify"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh1M_y39pDkVeajAhyLihl1O-94xJDiBsLzDm-2DoccDTiThC966Mx6BFfJd-P-4nxLPxhy0Rtj7C3kUy6EvB7UqJzaC9mBK_aLPIbexDchher5lll5PuxmHt9mFU0x0rS4i1dG4WY3OtU/s1600/El-cuento-de-cuento-portada.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5534565671556456978" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 278px; CURSOR: hand; HEIGHT: 320px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh1M_y39pDkVeajAhyLihl1O-94xJDiBsLzDm-2DoccDTiThC966Mx6BFfJd-P-4nxLPxhy0Rtj7C3kUy6EvB7UqJzaC9mBK_aLPIbexDchher5lll5PuxmHt9mFU0x0rS4i1dG4WY3OtU/s320/El-cuento-de-cuento-portada.jpg" border="0" /></a><span style="color:#ffcc33;"><span style="color:#ff9900;"> <em>Érase una vez...<br /></em><br /><span style="color:#ffffff;">¡Un momento, un momento! Este cuento no empieza así.<br /><br /></span><em>Cómo se atreve a interrumpirme?</em><br /><br /><span style="color:#ffffff;">Por una clara y sencilla razón, yo soy El Narrador.<br /><br /></span><em>Pero yo también soy narrador.</em><br /><br /><span style="color:#ffffff;">¡No, no, no, no! Para este tipo de cuento, usted no vale, ¡Desde luego que NO! Así que... permanezca ahí sentadito por favor, y tal vez aprenda algo... ¡Ahí no! ¡Ahí!<br /><br /></span><em>¿¡En la piedra!? ¡Uf! Está bien. Sepa que los niños de hoy son muy inteligentes y no se tragarán cualquier cosa...<br /></em><br /></span></span><span style="color:#ffffff;"><strong>¡Chssssss!</strong> Atienda. Esto no es un cuento cualquiera, ni cualquiera puede contar este cuento. Cof, cof (tos). La historia decía así:<br /><br />Nunca se era ni fue, ni fue porque nunca se era, y, enredados de la cabeza a los pies, todos lo vais a ver, o a entrever o vislumbrar, por no decir contemplar, pues todos habían llegado. Bueno, todos o casi todos los que tenían algo que decir en la reunión; los otros habitantes del reino de Cuento quizá estuvieran inclinando su espinazo en otras necesidades más productivas. O quizá no, tampoco es que hubiera mucho que hacer en el reino. Pero lo que sí era cierto es que la asamblea estaba a punto de comenzar y la fila humana que se había formado, al igual que en las seis reuniones anteriores, aún daba la vuelta a La Cabaña Tortuga... y veréis por qué.<br /><br />¡Ah! Antes de desvelaros el motivo de la reunión, sospecho que estáis pensando en el citado nombre de La Cabaña, y pensaréis que no hace falta explicar la forma de semejante construcción. Nada más lejos de la realidad, <span style="color:#ffffff;">pues <strong><em>en el reino de Cuento las cosas no son lo que parece y lo que menos parece quizá es lo que son.</em></strong> Para</span> muestra, un botón:<br /><br />Los ladrillos de La Cabaña Tortuga son grises, con pintas negras como caramelos de chocolate pegados a la superficie, pero si te acercas demasiado comprobarás que son verde oscuro casi negro, como pequeñas berenjenas, y retorcidas y feas como la nariz de una bruja formando en su conjunto una altura tan alta como un elefante. ¿Qué?, ¿no os parece alto un elefante?, ¿y si los ojos que lo contemplan están al nivel de las hormigas? ¿Qué me decís ahora? ¡Vaya!... Ahora sí, ¿eh?<br /><br />Entonces, antes de desvelaros algo más del reino de Cuento, tenéis que saber que no creo ni recuerdo haber visto una criatura viva más grande que una hormiga en Cuento. Y si la hubiera, no podría considerarse una criatura viva, o un <em>Rey</em>, como se denomina de un modo vulgar a los habitantes del reino, sino otra cosa que apelaría al nombre de... <em>Sujeto</em>, aunque precisamente éstos no sean fieles a su nombre puesto que cualquier <em>Sujeto</em> en Cuento se mueve por sí mismo sin ayuda de terceros.<br /><br />Tal vez sea ésta la razón por la que los habitantes (o <em>reyes</em>) de Cuento lleguen tarde a las reuniones y demás compromisos, ya que la mayoría de las veces no encuentran los <em>Sujetos</em> en su sitio cuando uno los necesita. Esto le ocurre a La Cabaña Tortuga puesto que no siempre está en la loma donde empezó a estar por primera vez. Sale a pasear y va de acá para allá y pocas veces descansa. Eso sí, es uno de los <em>Sujetos</em> más lento de todo Cuento, de ahí su nombre, “Cabaña Tortuga”. Y ha sido en ella donde el Peón, amo de todo el reino, ha convocado a sus <em>infieles</em>; o quiere seguir creyendo que lo son, ya que ahora no está seguro de nada desde que la desgracia se apoderó de él. Pues seguramente no sabéis que hace tiempo perdió la vista, aunque esto no es del todo cierto porque dicen que fue robada (las más trenzadas lenguas cuchichean que el culpable fue un <em>rey</em>). Si bien, lo que más desea su majestad es volverla a encontrar, y esto nos lleva de nuevo a la asamblea y a la finalidad de la misma, donde los <em>reyes</em>, o sea, los habitantes de Cuento más afortunados en el día de hoy, han encontrado La Cabaña Tortuga. Y ahí están, haciendo cola para entrar y exponer el resultado de sus investigaciones.<br /><br />─¿Es aquí el último? ─quiso saber Lata, tras acoplarse a la bulliciosa hilera.<br /><br />Lata era un <em>rey</em> escuálido, de pelo oscuro y marchito como sus ojos, y poco resultón con las <em>reinas</em> que había intercambiado sus azulados reojos. Su piel, sin embargo, era tan brillante como reflejo de plata.<br /><br />El ajeno al que presuntamente iba dirigida la pregunta pareció despertar.<br /><br />─Es aquí... ─dijo por respuesta, y engrandeció unos ojos oscuros y marrones como dos interesadas bellotas maduras.<br /><br />Lata hizo un ademán y mostró su cortesía. Luego disimuló, y alzó la cabeza; vio una extensión sin límites que no abarcaba con tan sólo una mirada. Delante se extendía un valle amarillo, regado con esmero, como de pan rallado repleto de criaturas que andaban despacio hacia La Cabaña Tortuga formando un aderezo digno de ser comido; la duda de llegar a tiempo a la asamblea revoloteó por un segundo su cabeza.<br /><br />El ajeno levantó la mano y señaló un punto lejano.<br /><br />─Sólo si viene de allí, es aquí ─expresó contrayendo el ceño, y de inmediato calló dándole de nuevo la espalda como si no le importara nada lo que acababa de exponer.<br /><br />─¿Cómo ha dicho? ─espetó Lata, dándole un par de golpecitos en su espalda.<br /><br />El ajeno se volvió hacia él sin respuesta alguna. Lata aprovechó para observar fijamente su aspecto. El pelo parecía tan meloso y reluciente como la miel, y su cara parecía... <strong>¡puf!</strong>, cualquier cara, pensó. Pero era curioso, tenía una enorme verruga en la frente que se llevaba toda la atención, como si una mosca borreguera se hubiera posado a descansar indefinidamente.<br /><br />─¿Usted ha perdido el oído? ─advirtió el ajeno entonces, un tanto molesto al ver el percal.<br /><br />─No, ¿por qué?<br /><br />─El Peón ha perdido la vista, y usted parece andar mal de sus confrontadas amigas, ¿usted también las llama orejas?<br /><br />Lata se encogió de hombros.<br /><br />─¿Acaso hay otro nombre? ─exigió con extrañeza.<br /><br />─Mi madre las llamaba Dumbas...<br /><br />─No había oído ese nombre nunca...<br /><br />─Eso es porque no ha vivido con mi madre.<br /><br />─Lleva usted razón.<br /><br />─Siempre la llevo ─exclamó el ajeno clavando una mirada con rosca en los ojos de Lata.<br /><br />Se hizo un breve silencio, sólo entre los dos.<br /><br />─¿A qué se dedica usted? ─preguntó el ajeno tras rascarse la barbilla varias veces. Lata meneó la cabeza un tanto incómodo.<br /><br />─En este momento, a nada ─respondió─. De pequeño cantaba y...<br /><br />─¿A quién le importa lo que hacía usted cuando apenas llegaba a la mesa y ni siquiera sabía para qué servían sus pies? ─cortó el forastero con cierto aire de arrogancia─. ¡Ah, ya comprendo! Usted no ha encontrado la vista del Peón, pero viene para sentirse útil, por eso está aquí, ¡claro! De ese modo y si hay suerte, podrá exponer ante El Peón un veredicto unánime recopilado entre tantos rumores. ¿Así que es eso? ─Lata no dijo nada, no obstante, perfiló con sus labios un círculo lo más parecido a una <strong>O</strong>, y engrandeció los ojos, tres cuartos sorprendido y un cuarto y mitad asustado─. Pero le diré una cosa, ¡no es así de simple! ─gruñó el ajeno─. Creo que hay algo más que un ladronzuelo detrás de todo esto. Tal vez se trate de un <em>rey</em> que manipula los instantes a su antojo... O quizá estemos ante un desgarro maligno, que se vale de esta amenaza ocasionada en el mismo ambiente y fluye más allá de nuestra conciencia. Yo creo que es así. Hay un gran puchero en mi cabeza lleno de tropezones de malestar. Cuando lo remuevo para completar una nueva vuelta, <strong>¡zas!</strong>, otro torrezno improductivo cae como una duda hasta el fondo del caldo. ¡Qué desastre! ¡Así no acabaré nunca! </span></div><div align="justify"><span style="color:#ffffff;"></span></div><div align="justify"><span style="color:#ffffff;">─Dicho así, suena peligroso.<br /><br />─Dicho así y de cualquier manera que se diga. Y lo es ─afirmó el ajeno estremeciéndose como un perro mojado; hasta la hinchada barriga que ostentaba tiritó─ No le quepa duda. Yo traigo la respuesta que necesita El Peón.<br /><br />─¿Ha encontrado su vista?<br /><br />─¿La mía?<br /><br />─¡No, hombre!, la del Peón.<br /><br />─No.<br /><br />─¿Entonces?<br /><br />─Acérquese ─musitó el ajeno.</span></div><div align="justify"><span style="color:#ffffff;"></span></div><div align="justify"><span style="color:#ffffff;">Lata obedeció descubriendo una meticulosa curiosidad, e inclinó la cabeza hasta que su oreja casi topó con la boca del forastero. </span></div><div align="justify"><span style="color:#ffffff;"></span></div><div align="justify"><span style="color:#ffffff;">─Sé donde <strong>no está</strong> la vista del Peón ─murmuró.</span></div><div align="justify"><span style="color:#ffffff;"></span></div><div align="justify"><span style="color:#ffffff;">─Pero eso es fácil ─alegó de inmediato Lata─. Sólo hay un lugar donde <strong>está</strong>. El resto es donde <strong>no está</strong>; millones de espacios vacíos donde jamás descubriremos la vista del Peón. Yo también habría llegado a esa lógica. </span></div><div align="justify"><span style="color:#ffffff;"></span></div><div align="justify"><span style="color:#ffffff;">─Usted cree. ─objetó el ajeno, y se rodeó la barbilla con sus rechonchos dedos─. A veces no hay mayor lógica que sentirse confundido, uno lleva siempre la sinrazón entonces. Sacar a pasear la sabiduría más de la cuenta es peligroso, pues sepa, que si la ignorancia nos descubre puede anudar los cordones de nuestros zapatos y hacernos caer de bruces. Claro que, no puede vivir por debajo de la humildad y aún menos por encima.</span></div><div align="justify"><span style="color:#ffffff;"></span></div><div align="justify"><span style="color:#ffffff;">»Acérquese de nuevo ─Exigió. Lata obedeció─. Le voy a confesar algo, ya que es usted tan retraído con ganas de enterarse de todo. Aunque... me temo que no se entere de casi nada. Únicamente el individuo que robó la vista del Peón sabe dónde la ha escondido.<br /><br />Lata al escuchar la confesión se quedó a cuadros, literalmente, ¿me entendéis, no? Los <em>reyes</em> no pueden ir de aquí para allá disfrazados de cuadros... es evidente.<br /><br />─Pero no se equivoque ─siguió diciendo el ajeno─. Eso es lo que él quiere hacernos creer. Figúrese que usted dijera uno de tantos lugares donde imaginamos que <strong>no está</strong> la vista del Peón. Pero piense... ─Lata se llevó rápidamente el dedo índice a la sien; se esforzaba por dar muestra de estar metido en el papel de pensador─. Tal vez el riesgo de encontrar el lugar donde <strong>está</strong> la vista no sea tan mínimo─. Y si está allí donde se predice que tiene que <strong>no estar</strong>... ¡Imagínese! ─vociferó abriendo sus brazos y apartando el aire con sus manos─. ¿Sabe el premio que El Peón ha ofrecido por su vista?<br /><br />─¿Por la mía?<br /><br />─¡No, hombre! Por la que ha perdido, la vista irreal, la suya propia, la vista del Peón ─apuntilló con énfasis el ajeno como si algo irreparable se fuera de su lado─. Pues verá, ha ofrecido cuantiosos Rábanos y todo un jardín de árboles de Brócoli para comer y dormir bajo ellos durante <em>chorrocientos</em> días...<br /><br />─Chorrocientos días ─balbuceó Lata, relamiéndose en cada una de las sílabas. Parecía como si semejante premio no entrara en los limitados extremos de su imaginación.<br /><br />─Y junto al regalo ─añadió el ajeno, henchido por su propia voz─, adjunta también su preciado CaraCol, rápido y cantarín que despertará al premiado siempre que abra los ojos la Noche. ¿¡No sería estupendo!?<br /><br />Lata meneó la cabeza, formando tres apáticos e inservibles síes; su cabeza aún se relamía entre arbolitos de Brócoli. El Peón, ya podía haber ofrecido a una de sus hijas en vez de aquel ilimitado CaraCol <em>irreal</em>, pensó Lata. Él siempre había bebido los vientos por Flora, la más bella de la corte. ¡Ay, Flora!<br /><br />Pero la retahíla del ajeno aún no había concluido. </span></div><div align="justify"><span style="color:#ffffff;"></span></div><div align="justify"><span style="color:#ffffff;">─¡La desgracia recaerá en todo aquél que llegue con falsas noticias!... ─recordó. Y su voz alcanzó un tono solemne y puntual, y de sus ojos brotaron raíces y tallos de misterio─. Que se prepare el charlatán que arriesgue a decir un lugar, y éste, esté desierto. ¿Sabe lo que eso significa? ─preguntó, aún sin esperar respuesta, pues el ajeno era un vagón de nervios sin freno─. Que los que mientan al Peón serán echados al Fuego, y se helarán en menos que canta un Ciprés.<br /><br />─¡Cierto! ─afirmó Lata, asustado incluso al ver que había podido colar su respuesta.<br /><br />Lata no podía negar que empezaba a ver a aquel individuo de forma diferente, parecía un tipo con la cabeza bien enroscada entre los dos cerros que tenía por hombros, desde luego. Salían cosas inteligentes de su interior cuando abría la larga cremallera de dientes que poseía, o al menos no era torpe visto desde el hemisferio más engrasado de Lata. </span></div><div align="justify"><span style="color:#ffffff;"></span></div><div align="justify"><span style="color:#ffffff;">El ajeno se movió y adoptó una pose divertida, y con un dedo tieso apuntó a lo alto del cielo color vainilla, mientras su habla surgía como encantada:<br /><br />─Imagínese por un momento, mi querido amigo... ─sugirió.<br /><br />─¿Oiga, en qué momento he empezado a ser su amigo? ─interrumpió Lata.<br /><br />─Bueno... supongamos...<br /><br />Lata se retrajo, y le miró con un gesto de bisagra descolgada... ¿cómo se suponía a un amigo? El ajeno continuó con su especulación.<br /><br />─Como le decía... ─indicó─. Imagínese que usted tiene la vista del Peón.<br /><br />─¿Yo?<br /><br />─Haga un esfuerzo. ¡No colabora en nada!<br /><br />─Está bien ─protestó Lata, y buscó en su memoria el libro de fórmulas de concentración. Al cabo de unos segundos descendió de la memoria con el pesado volumen bajo el brazo.<br /><br />Lógicamente tener la vista de otro era algo nuevo para él, pero más aún era ver el reino de Cuento desde los ojos del Peón, aunque... ¿Por qué no hacerlo ahora? No costaba nada intentarlo. Apretó los labios de un modo que los hizo desaparecer de su cara... solamente una rasgadura en la piel daba nota de que allí había una puerta que daba a la mazmorra oscura donde un carcelero aprisionaba el aire. Poco a poco la cara de Lata empezó a adquirir un tono color tomate, más que rojo, preocupante.<br /><br />─Puede respirar ¿eh? ─le sugirió el ajeno─. Que sea el Peón no quiere decir que se ahogue.</span></div><div align="justify"><span style="color:#ffffff;"></span></div><div align="justify"><span style="color:#ffffff;">Lata asintió, amoratado como una mora silvestre madura madura a punto de reventar. Y de inmediato se estiró, giro el cuello despacio hacia uno y otro lado, ahuecado como un palomo ante su dama, y con la soltura de un ser superior dijo soltando todo el aire acumulado de golpe:<br /><br />─Cuento es un reino fastuoso y sin parangón como jamás hubo otro igual... ─espetó, y movió el brazo con gracia. Ni el mismísimo Peón del reino de Cuento tenía semejante desenvoltura en sus actos. Lata daba muestras de estar muy metió en el papel <em>irreal</em>.<br /><br />El propio ajeno se sorprendió por el tono y la actitud representada.<br /><br />─¿Se da cuenta majestad que todos aguardan para servirle, cual diablillos impacientes? ─expresó, y a su vez se frotó las yemas de sus dedos con soltura.<br /><br />─Cierto... ─asintió Lata─. Ejem, ejem... ¿Usted quién es? ─preguntó, sin dejar de representar el papel de Peón.<br /><br />─Puede llamarme Azar, Señor ─respondió el ajeno, figurando ser un servidor fiel a la corte, prolongando la pantomima.<br /><br />─Muy bien, Azar. ¿Y qué le trae por aquí?<br /><br />─Poca cosa, majestad ─respondió─. Quizá estar aquí es porque aunque transito por los cuatro confines sin parar, siempre me gusta estar delante de allí, que es aquí... ─y tras callarse, hizo una reverencia en la que sus ojos se quedaron estacionados en un punto indeterminado del suelo.<br /><br />De este modo, y a medida que la fila fue avanzando, Lata y Azar estuvieron largo y largo rato conversando (si se puede llamar conversación al servicio que dieron a sus palabras).<br /><br />Tanto se metió Lata en la representación de ser el Peón del reino de Cuento delante de Azar, que pronto se encontraron, absorbidos por el diálogo, dentro de la Cabaña Tortuga.<br /><br />─¿Por qué ve todo tan distinto? ─preguntó Azar en voz alta, ya entre los muros <em>irreales</em>.<br /><br />─Porque tengo la vista del Peón ─decretó Lata a voz en cuello, clavando con maestría su representación; sus brazos extendidos y alzados formaban una te minúscula.<br /><br />De repente, todos los <em>reyes</em> que se encontraban de cháchara callaron y le miraron sorprendidos. Era evidente que el silencio sacó a Lata de su fingido papel. Fue entonces cuando Azar intervino.<br /><br />─Majestad, he aquí a quien os ha robado vuestra vista... ─denunció, señalando al acusado de manera rimbombante. Una mueca puntillosa acudió a su cara. Lata quedó mudo sin saber qué decir ante las gruesas columnas de la Cabaña que giraban sobre sí mismas como barrenas, sólo fue capaz de bajar los brazos─. Él mismo lo ha manifestado ─decretó por último Azar, volviendo a mover un dedo chivato hacia la figura de Lata.<br /><br />─¡Traedlo a mi presencia! ─ordenó el Peón, rebozado en insolentes empanadillas de cólera.<br /><br />La guardia <em>irreal</em> se abalanzó sobre el esquelético cuerpo de Lata. Un mar de brazos y piernas se levantó como un Bosque de Bultos. Finalmente, Lata fue doblegado y apresado, y llevado al aposento <em>impersonal</em> de su majestad.<br /><br />Desde entonces, nunca más se supo de él. Y de Azar... ¿por cierto?, nadie volvió a ver a Azar, ¿o sí? Tal vez se haya ido lejos a disfrutar de la recompensa y del CaraCol <em>irreal</em> que, por supuesto, lo despertará con su agudo canto cuando el Sol tropiece y caiga de bruces en la noche.<br /><br />Los más reservados, sin embargo, dicen que se oyen voces durante el día, más que voces tonalidades líricas de un trovador, quizá dichoso de sentirse útil y poder cantarle al oído a su doncella. ¡Ay, Flora! Aunque otros discrepan que son lamentos, crujidos que crecen en el silencio de la noche cuando los presos trabajan aceitando las <em>chorrocientas</em> mil bisagras de La Cabaña Tortuga.<br /><br /></span><span style="color:#ffffff;">Pero </span><em><strong><span style="color:#ffffff;">en el reino de Cuento, las cosas no son lo que parece, y lo que menos parece quizá es lo que son.<br /></span><span style="color:#ffffff;"></strong></em><br />Y, ni colorado ni colorín, este cuento <strong>NO</strong> tiene <strong>FIN</strong>.<br /><em></em></span></div><div align="justify"><span style="color:#ffffff;"></span></div><div align="justify"><span style="color:#ffffff;"><br /></span></div><div align="center"><strong><em><span style="font-size:180%;color:#ffffff;">SIN FIN</span></em></strong></div><div align="center"><span style="color:#ffffff;"></span></div><div align="justify"><span style="color:#ffffff;"><strong><span style="font-size:130%;"><em>Mián Ros</em></span></strong> <em>(quedan reservados todos los derechos sin permiso del autor)</em></span></div>La cueva del Eskarkamhttp://www.blogger.com/profile/05929401500360146599noreply@blogger.com18tag:blogger.com,1999:blog-8906884004398713552.post-30637615855715592702010-08-26T12:16:00.000-07:002010-08-26T12:25:53.516-07:00Reseña de Ángeles de cartón por la escritora Blanca Miosi<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhcMiSzvUb18JYJHWL5Dsg7ceIgA-iAV5Y3VCmsnt_YZsjxcyDzpnIQoW29cOst4aF8kPjF7SOYCxFVy1SvN7uSn_zbVMeA43VVkoC0XQtGCRwhEEOgOvYwLhyF87hy9koko6s3LYc7gX0/s1600/ANGELES-DE-CARTON.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5509800868489379154" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; WIDTH: 241px; CURSOR: hand; HEIGHT: 320px" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhcMiSzvUb18JYJHWL5Dsg7ceIgA-iAV5Y3VCmsnt_YZsjxcyDzpnIQoW29cOst4aF8kPjF7SOYCxFVy1SvN7uSn_zbVMeA43VVkoC0XQtGCRwhEEOgOvYwLhyF87hy9koko6s3LYc7gX0/s320/ANGELES-DE-CARTON.jpg" border="0" /></a>Un hombre arrastrado por un sentimiento de culpa recorre por los turbulentos senderos de sus deseos reprimidos, transforma el mundo real en uno hecho a la medida de sus necesidades, en el que el amor por su hija ocupa todo espacio posible llevándolo a terrenos vedados, en los cuales aprende a perdonar, a comprender y finalmente a aceptar lo ineludible.<br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify">Pocas veces he tenido la oportunidad de leer un libro con tanto contenido emocional, en donde lo real aparenta ser y no es, y confieso que más allá de las tres cuartas partes del libro estuve pensando lo que no era. De pronto todo se va situando en contexto, las piezas van encajando una a una y me doy cuenta de que ese hombre que vive como un vagabundo en busca de la hija perdida tiene un único nexo con la realidad: su bolígrafo BIC. Es el que lo ata al mundo, es con el que escribe todo lo que su mente atormentada recuerda, vive e imagina, y hasta podría decir lo que su alma premonitoriamente asoma si las cosas hubiesen sido diferentes.</div><br /><div align="justify"></div><div align="justify">A lo largo de los apuntes que va haciendo en un diario dirigido a su esposa, la búsqueda de Ángela se torna por momentos en pesadillas, en las que se trastocan los ideales en sentido común, y éste en el reconocimiento de que todo hubiera sido de otra manera si él hubiese sido diferente, y esa pregunta que es la que nos lleva a investigar más allá de nosotros mismos: «y si…» queda en el aire, pues lo inevitable tarde o temprano llega, así como llegó para Champalán, (Carlos) el vagabundo, el padre, el esposo, el escritor, el jefe del bajo mundo, y uno de los ángeles de cartón.</div><div align="justify"></div><br /><div align="justify">Las veces que he leído textos de Miguel Ángel López Matamoros, (Mián) me he impregnado de su alto contenido intimista. Mián no escribe para agradar a otros, o porque desee complacer a editores. Él es de los que escribe con el alma en una pluma que en cada rasgo va dejando jirones de su alma. Ángeles de cartón es una novela cargada de frases magníficas, como:</div><div align="justify"></div><br /><div align="justify"><em>…Ay, me ha vuelto a ocurrir, y la misma pregunta me interrumpe… ¿Cómo es posible que todos mis pensamientos confluyan hacia mi pasado? No quiero pensarlo, pero soy juicioso con mis sentimientos y sé que estoy apresado por los momentos ya vividos, soy reo y celda de mí mismo, es una pasión inevitable.… </em></div><br /><div align="justify"></div><div align="justify"><em>Por un instante me doy cuenta de que mi cuerpo empieza a entrar en razón antes que mi cerebro cuando el calor del caldo calienta y curiosea todo mi interior. Es un momento inigualable. Creo que está dando resultado, pues el calor de esta sopa es como una pequeña panacea contra el frío. Poco a poco me reconforta y mengua en buena parte la destemplanza con la que he despertado, y retira de mi cuerpo parte de la humedad que nos ha presentado esta mañana el duro día invernal, arropándonos, desde que se fueron las sombras, con su sábana de color ceniza oscureciendo estos serios apéndices que llamamos edificios. Es una lástima, porque el cielo está cerrado como boca de lobo y creo que este calabobos persistirá sobre nuestras cabezas durante muchas horas más.… </em></div><div align="justify"><em></em></div><br /><div align="justify"><em>Ahora ha venido a verme. Se para un instante, se tropieza con mi mirada y yo lo hago en su dejadez, en su rimel corrido por las lágrimas, en el negro pelo mal peinado y en su rebeca puesta con pereza, y despierto de bruces lejos de la imaginación que perfilaría un ángel de destellos deslumbrantes y maravillosos con el que soñé cientos de veces.</em></div><div align="justify"></div><br /><div align="justify">Muchas gracias, Mián por recordarme que la literatura es una de mis premisas.</div><div align="justify"></div><br /><div align="justify">Esta novela quedó finalista del I Premio de Creación Literaria Bubok.</div><div align="justify"> </div><div align="justify"><span style="font-size:130%;"><em>B. Miosi</em></span></div>La cueva del Eskarkamhttp://www.blogger.com/profile/05929401500360146599noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8906884004398713552.post-28015238360473225082010-07-01T12:25:00.000-07:002010-07-01T12:34:40.052-07:00La Leyenda de Almaranthya - Prólogo<div align="center"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjT79-ETVKJAE0Ci8z3-0uhY22H5AXzNEUw89NNL8s8-ilUomrlp7iwdA0k31PNv_F-BpUj2PGeNE_BRtMMar-yIO6jwHjlRiQmTJB0pvwYLPHwuWD_7t8C2KTsx3nABcdPQhEyL0YOMAY/s1600/LA-LEYENDA-DE-ALMARANTHYA.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5489022287470655346" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 230px; CURSOR: hand; HEIGHT: 320px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjT79-ETVKJAE0Ci8z3-0uhY22H5AXzNEUw89NNL8s8-ilUomrlp7iwdA0k31PNv_F-BpUj2PGeNE_BRtMMar-yIO6jwHjlRiQmTJB0pvwYLPHwuWD_7t8C2KTsx3nABcdPQhEyL0YOMAY/s320/LA-LEYENDA-DE-ALMARANTHYA.jpg" border="0" /></a> <a name="_Toc208838396"><strong><span style="font-size:130%;">Prólogo: </span></strong></a><a name="_Toc171758219"><strong><span style="font-size:130%;">Las Mil Bocas del Mundo</span></strong></a> <div align="justify"><br />Si un día despertaras barruntando tu muerte tras el próximo crepúsculo, ¿acudirías a su encuentro? Ella, Lanyamell, la joven inmortal Célica, sí lo hizo, atraída por el irrefrenable don al que están expuestos todos los seres humanos, y a los que ni siquiera las vendas negras del destino sobre ojos desnudos conseguirían detener: el amor. Pues como todo el mundo sabe, nadie es capaz de vivir para siempre.<br />Y ella lo sabía, la voluntad de los dioses difícilmente puede ser alterada, y aún más que nadie entendía, con ese don con el que había sido regada desde los amaneceres antiguos, que el ojo divino alcanza siempre a los hombres por mucho que éstos se quieran esconder. Y así, apoyada, aunque de puntillas, en aquel influjo de razonamiento, había emprendido viaje.<br />Aquel plenilunio, como repetidas noches anteriores, el elegante vuelo del <em>Eskarkam</em> ─híbrido legendario, reptil-ave─ se empuntaba sobrevolando las plateadas aguas del Océano Díscolo trasportando en su lomo a la mujer y a su amado hacia el lugar elegido.<br />Todo era dulce y sutil, pero de una similitud aplastante, tal como lo había presagiado Lanyamell. Y sin embargo lo temía, lo temía en silencio, llegando a reprimir sus emociones al volver a vivir aquella terrible premonición. Mas ni siquiera había sido capaz de revelar su temor a nadie, ni siquiera a él, y se preguntaba por qué no lo había hecho, por qué no había tenido el valor de revelárselo, al menos, para que estuviera preparado para lo que pudiera venir.<br />La luna llena se encontraba reproducida como en su sueño, por encima de las oscuras vertientes, como debía de ser, como debía de brillar, simplemente, como debía, pese a la obstinación de la joven Lanyamell porque aquello cambiase de alguna forma y manera. Pero no había modo de pararlo, porque ella sólo ansiaba estar junto a él, al lado de su amado, bajo aquel influjo que desprendía la bola blanca y límpida que refulgía ufana allá en lo alto con su vestido evanescente de blanco talle, como todas las noches, radiante entre las algodonadas nubes.<br />El viento también acudió a la cita, sabio y obediente, secuenciando el momento y la orden del destino, suave y primaveral, sacudiendo las aguas contra el precipicio de confusa imperfección para que todo estuviera dispuesto, para que nada fallase, para que aquel presentimiento de la joven de sangre célica se colmara sin fallo alguno... como en su premonición.<br />Diestramente el <em>Eskarkam</em> avistó el barranco, que se cortaba verticalmente a plomo en la zona suroeste de la Isla de Gavión, la mayor de las cinco islas que conformaban el archipiélago Anular de Almaranthya.<br />Cientos de cuevas se extendían por el desplegado acantilado, muchas de ellas creadas por los ejércitos de la naturaleza, otras, por los ejércitos del hombre. Un hombre que desde que se armó en barro y caminara por la superficie de la corteza elemental, avasalló sus rocosas entrañas en beneficio de sus propios intereses de guerras pasadas. Desde antaño, los hombres que dominaron el Latifundio Antiguo y lo sometieron a sus formas y caprichos introduciéndose en sus ocultos Imperios le pusieron nombre al anguloso abismo: Las Mil Bocas del Mundo, para recuerdo de postergadas especies erguidas sobre dos piernas.<br />Y era aquel el lugar escogido, donde una de las cuevas de las Mil Bocas del Mundo les esperaba.<br />El <em>Eskarkam</em> rastreó la zona planeando sobre los muros y las clamorosas olas del mar penetrando en el aire con majestuosidad, virajes perfectos que apenas ofrecían resistencia a pesar de su inmenso volumen.<br />El jinete que montaba gobernando la bestia era el príncipe Evhan Shar, hijo de Agrión el Esplendente y futuro heredero al trono de Almaranthya como único y legítimo en la descendencia de la sangre real. No obstante, era muy joven aún. Se decía que tenía dieciocho años pero ningún plebeyo fuera de las habladurías de la corte se atrevía a pronunciar tal sensatez. Agrión, el rey, fuera de toda especulación sobre la edad de su hijo, había procurado que fuera instruido inteligentemente en las complicadas ciencias del saber, como así lo requería un sangre real, ilustrado en las ciencias y la política por los más célebres sabios y maestros del Imperio. Asimismo, había sido entrenado para la guerra desde su niñez por los maestros de armas más codiciados de los reyes y pulido por decenas de preponderantes magos, fieles seguidores de su padre en el respetuoso culto a la magia, con todos los límpidos dones que ese místico y envolvente mundo conlleva. Sortilegios mágicos, trasformaciones, gracias curativas, tantas y tantas virtudes dentro de ese don especial del que los elabora, reversible todo ello, a pesar de todo. Como también había podido aprender Evhan Shar; el límite oscuro al que conducen los caminos paralelos de las energías mágicas; místicas y poderosas. Ambiguas, además de complicadas, en cierto modo, si no se tomaban las precauciones sobre el camino correcto a seguir.<br />Los esfuerzos de su padre bien habían valido la pena, pues Evhan Shar, inmaduro todavía, se había entremezclado desde bien pequeño habilidosamente en la política y los conflictos de su reino, e incluso yendo más allá, fuera de él y sus comarcas, donde se había ganado, a pesar de su inmadurez, un solemne puesto de honor entre los distinguidos miembros del consejo establecido para mayor orgullo de su padre el rey.<br />Sin duda, Agrión, el rey, había forjado una gran espada con la que defender y continuar su descendencia para el imperio almaranthyo. Pero la suerte de un pueblo, con tan sólo una espada en la que depositar sus esperanzas, era endeble, y el vulgo lo temía. “¿Para qué más?”, decía Agrión para tranquilizar a su gente en las reuniones, si el filo de la única espada heredera tenía una presencia descollada y sin parangón y una vez se enlazase a una doncella traería descendencia suficiente para serenidad del Imperio. Sin embargo, aquella apuesta de Agrión era peligrosa para la suerte de un pueblo, ya que la buena fe de los hombres desaparece de la noche a la mañana, moldeándose en las enfermizas mentes donde la codicia se satisface sola y sin avisar, pudiendo dilapidar los deseos del mismísimo rey.<br />No obstante, su hijo el príncipe lo tenía todo: fama, poder, inteligencia, compostura, todo ello recubierto con elegancia, reflejada en los perfiles de su apuesta figura, lo que le llevaba a ser anhelado por cientos de doncellas de clase noble y de las que no lo eran, de cualquiera de las comarcas, de cualquiera de los confines del Latifundio Antiguo, de todas, sin excepción. Todo lo que un sangre real podía reunir y de lo que sentirse orgulloso, lo tenía él, Evhan Shar, el único príncipe que podría heredar el cetro de Almaranthya, codiciado por muchos, soberanos o no. Pero toda esta jactanciosa pompa de brillantez que le rodeaba no se afinaba a la sencillez que habitaba en aquel cuerpo adolescente, transparente y sencillo, como cualquier otro muchacho de sangre humilde, con los defectos que eso implica en toda joven piel, repleta de imprudencia y de locura, cosida a su estructura con los hilos de la inexperiencia.<br />En Evhan, esa locura se había desatado en su interior y le había llevado sin frenos a enamorarse de una de las personas de las cuales no debía haberse enamorado, pero aquellos hilos, delicados y novatos le habían arrastrado a pecar, pues la ley vigente lo contemplaba. Él lo sabía de buena tinta, como máximo miembro del Pacto de los Cielos. Si bien aquel Pacto de los Cielos vetaba entre sus leyes la mezcla entre las razas. Su amada era célica, de linaje inmortal de otro tiempo. Él, a pesar de ser un sangre real, era un hombre, simple y llanamente mortal.<br /><em>“Nada ni nadie podrá mezclarse ni ser mezclado bajo el cielo de los dioses. Todo mestizo vivirá absorto dentro de su mundo de agonía. No podrá detenerse ni dormir, pues si esto ocurriese y se atreviese a descansar y cerrar sus ojos, las afiladas dagas del Imperio como castigo, una vez dado caza al “pecado”, que no a los pecadores que concibieron tal ofensa al Reino, el “pecado” será sacrificado. Del mismo modo se imparte la ley para todo el pecador que sea descubierto”.</em><br />Era la rúbrica impuesta de la política en los imperios y sus tratados.<br />Evhan Shar en la silla del antiguo Eskarkam parecía endeble y frágil mientras dirigía las maniobras del vuelo. Pero no era así. Su fornida y entrenada anatomía se distinguía sin miedos en las alturas. Como su pardo pelo de larga melena bandeada al viento, resistiendo las acometidas del impetuoso planeo del animal arcano. Sus ojos, grandes y rasgados tenían el color de la miel, y su nariz, era refinada por encima de un despoblado bigote y una fina barba que llevaba siempre arreglada con mesura arropando unos labios de agradable sonrisa, escoltada por dos redondeadas orejas de piel oscura y unos dientes blancos, tan blancos como la más pura nieve que cae en el invierno. Todo ello consumaba un rostro fuerte y joven que rezumaba templanza por cada poro de su piel. Sus enérgicas manos, limpias de atuendo, agarraban con autoridad las riendas de la enorme criatura que obedecía fácilmente los arrojos de su amo.<br />En la complicada maniobra, Evhan, se manifestó atrevido, ante la arrebatadora luz de la noche. La bella empuñadura de Sârcodon, la <em>“espada única”,</em> que tan sólo un sangre real puede merecer y portar, centelleó arrogante acrecentando la figura del príncipe. La vestimenta utilizada era toda oscura, elegida a conciencia por él mismo para que su estampa se disimulara como una sombra entre las sombras en medio de la noche.<br />Detrás del vigoroso joven montaba ella, Lanyamell. Se la veía joven y hermosa, pero no únicamente hermosa por sus rasgos y sus pulimentadas formas mostrando con ello la perfección a la que puede llegar un ser humano en la apariencia estilizada de mujer, sino hermosa en su indescriptible condición divina defendida por aquel cuerpo mágico, brillante y claro en la luminaria de la noche. Su pelo rubio brincaba y retozaba con el empuje del mensajero intocable del mundo. Sólo él, el viento, se atrevía sin pudor a peinar semejante melena, suave como diente de león. Estaba coronada por una fina diadema de centelleantes jades de colores, casi inapreciable entre la juguetona cascada dorada de su melena. Sus ojos eran verdes e intensos y tenía en ellos una mirada amplia bajo unas cejas áridas, delineadas sobre una piel tersa y blanca como la luna en noche despejada. Una sonrisa de distinguidos labios se entregaba fácil bajo la graciosa nariz respingona que agraciaba su perfil, con ella inspiraba hacia su fortaleza interior todo el impulso natural de la vida. Lucía un vestido largo de color azulenco con anchos bordados en los costados de matices ígneos, y un cinto de triple trenza que coincidían en una gran hebilla con un alegórico símbolo central en su relieve. Era el emblema de su comunidad célica; tres gotas de agua que centelleaban con insistencia en el centro de su ser.<br />Lanyamell, la llamaba él, entre susurros y risas siempre en su boca. Ella le atesoraba con fuerza callando para sí su desdicha. Sin embargo no se atrevía a desvelar su presentimiento, aferrándose a él cada vez más fuerte para que el destino pasara de largo y al descuido de la noche se olvidase de los dos.<br />Se dirigían ahora hacia poniente en vuelo plano sobre el agua, salpicados sus radiantes cuerpos en cada empentón que el animal acometía con su vientre por encima de las intranquilas olas. Disfrutaban de un armónico vuelo, ajenos a los ojos de los animales nocturnos y de las miradas de los hombres que se escondían aquella noche en las profundas cuevas del abismo. Perversas y diabólicas eran las miradas que escudriñaban desde la oscuridad las vertiginosas maniobras del vetusto <em>Eskarkam</em>, relamiéndose ante el cercano olor de la muerte.<br />Pronto, el <em>Eskarkam</em> empezó a volar en círculos sobre el enmarañado acantilado de la gran isla. Un meritorio descenso los acercó a los pies de una de las grutas. Las portentosas garras del enorme volador aferraron las rocas. Aflojó su batir de alas hasta plegarlas y detener su impulso junto a la desembocadura de la caverna al pie del doliente abismo. La maniobra había finalizado.<br />Desmontaron mientras Evhan oteaba el horizonte, receloso de miradas delatoras. Pronto, el sigiloso muchacho, y una vez acabado el reconocimiento, tomó con delicadeza el brazo de su amada Lanyamell y encaminaron sus pasos hacia el interior de la cueva donde las grandes fauces de la negrura los engulló finalmente. El atrevido Eskarkam quedó erguido y silencioso delante de la caverna, como guardián de su amo y de la dama célica.<br />─El cortejo se viene repitiendo cada vez con más asiduidad, y siempre se ocultan ahí, en Típula, una de las grutas más pequeñas del archipiélago ─dijo una voz vibrante inmersa en las profundidades de una oscura grieta, al mismo tiempo que señalaba en el horizonte el lugar donde el imponente <em>Eskarkam</em> montaba guardia en el acantilado.<br />─Indudablemente es él. Evhan, el príncipe ─atestiguó una segunda voz, redomada y embutida a su vez en una capucha oscura, más aún que la negruzca bóveda de piedras donde se encontraban sumergidos los dos seres.<br />Fue entonces, nunca antes, cuando el hombre encapuchado observó silenciosamente a lo lejos sobre el escarpado, a la derecha de su ángulo de visión corroborando su sospecha como él mismo y, deliberadamente, había requerido. Estaban allí, ocultos. Eran tres humanos que arriesgaban sus cuerpos en el peligroso terreno, esperando a lo largo de una escalinata natural en el rocoso precipicio. Y todo para hacer valer un miserable y corrompido deseo. Uno de ellos era alto y espigado como un independiente ciprés que hubiera crecido entre las arriesgadas piedras del barranco, de cabello largo y crespo, de pronta mirada y más prontos actos. Los otros dos furtivos, a pesar de la lejanía, aparentaban escasa altura, aunque anchos y fornidos como los viejos chaparros, lentos pero precisos como podría llegar a ser la más dura de las torturas. Los tres mantenían guardia con sus arcos acordados, descansando su flexible perfil en sus vastas manos. En cada una de las secretas espaldas reposaba un carcaj con flechas de “Muerte”. Unas flechas de “Muerte” cuyo vértice estaba trabajado con puro granito pulido, mezclado con incrustaciones de diamantes de los alcores de Punta Negra, fraguada con el más temible de los venenos y empenachadas a modo exquisito en el extremo opuesto con plumas de ánsar salvaje. Un arma urdida en las mismas llamas del infierno para exterminar la vida de cualquier criatura mortal e inmortal, penetrable e impenetrable que se pusiera a su alcance.<br />Los misteriosos hombres permanecieron expectantes. La luna fue progresando hacia el oeste perfilando las pequeñas nubes imponiendo un tapiz de ensueño en la bóveda del cielo. Un tapiz que puede trasportar a dos mundos diferentes dependiendo del estado y la situación de la mente que lo contemple. Aquel cielo, trasparente y primaveral podía evocar a Evhan y a su amada Lanyamell a la tranquilidad y la belleza inconmensurable de una noche de pasión sin frenos. Sin embargo, para los hombres ocultos, aquel cielo no era más que una simple y enmarañada cúpula de nubes que les trasmitía todo lo contrario. Un escenario terrorífico y tenebroso de perfecta luz noctámbula, de vaporoso misterio, como el que suele atraer a las mentes retorcidas bajo aquel influjo de aquella silenciosa luna. Una Luna que sería testigo presencial de aquel villano acto que estaba a punto de producirse.<br />No obstante, las sombras de la noche para bien o para mal crecieron en el acantilado, ocultando el profundo lecho de piedras que custodiaba la primitiva bestia; criatura divina o diabólica, allá cada cual y su reservada opinión al contemplarla.<br />El tiempo se movía y la noche avanzó del mismo modo que el destino imaginado por Lanyamell. A la desidia de la espera se le unió el compás de las olas, empenachadas de espuma, rompiendo sin descanso contra la vertiente y levantando el olor a salitre, fuerte y húmedo, llegando a los sombríos rostros que vigilaban en silencio.<br />El repentino movimiento del <em>Eskarkam</em> girándose hacia la negra boca de la cueva alertó las miradas de los furtivos. Si la Luna se hubiera desplomado sobre las aguas en ese mismo instante ninguno de los ocultos se hubiera percatado. Sus ojos, clavados como puntas de acero en el híbrido-antiguo, apuntalaban cada uno de sus movimientos con sus brillantes pupilas. Por fin, detrás del inquebrantable animal aparecieron los dos jóvenes cogidos de la mano. Se mostraron felices a la tibia luz; sonrisas renovadas alimentadas con delirio. Entre abrazos y zalamerías se acercaron a la criatura voladora que ya inclinaba dócilmente su cuerpo, amaestrada de forma sublime por los instructores de ejército alado; Evhan Shar y Lanyamell escalaron hasta su lomo.<br />Fue entonces cuando el oscuro ser de la capucha se volvió a mover en la oscuridad de la gruta donde enterraba su forma. Miró sobre su hombro apretando su ira contra sí y proyectándola sobre los dos jóvenes que a lo lejos se apresuraban a acomodarse en el bravo <em>Eskarkam</em>.<br />─Es ella ─resopló a su vez con fuerza. Como lo haría una fiera a punto de embestir resentida por alguna cornada─. Es la joven inmortal de la que tanto hablan ─añadió con un ardor que parecía carcomerle las entrañas. En ningún momento apartó el tono áspero de su boca.<br />Enseguida, giró su rostro advirtiendo a su lado al hombre alto que le escoltaba; el mismo que le había conducido hasta el recóndito lugar para confirmar el murmullo que se repetía en las ciudades y aldeas sobre el idilio de los dos ilustres jóvenes. Un rumor que había crecido en los últimos meses y se esparcía rápido como el fuego que carboniza el bosque un día de viento.<br />Enterrado bajo la caperuza bufó de rabia, y esta vez su voz surgió ardiente y sucia a la vez. Su decisión embaucó los perfiles oscuros de aquella cueva como si ese murmullo hubiera nacido de otro ser tenebroso que habitara en la negra profundidad de su vestimenta. Sin embargo, la voz llegó clara y concisa a los oídos del gigantesco cuerpo de voz vibrante que le flanqueaba. Éste asintió, se volvió hacia su costado derecho y posicionó una de sus manos contra su boca como para dirigir la voz. Ululó al aire. La señal sonó como el canto de un mochuelo en la noche. La orden llegó nítida a las tres figuras camufladas no muy lejos de allí. Tomaron posiciones, cargaron en los arcos las flechas de Muerte y esperaron una nueva orden.<br />El <em>Eskarkam</em> abrió sus espléndidas alas, plumosas como las de un águila, aunque estas eran inabarcables entre ocho o diez hombres que se juntaran a su alrededor. De la vieja escuadra de Eskarkams de las tropas de Almaranthya, Macrodonte, como así llamaban al animal alado desde que saliera del huevo, era de los más viejos. Se decía que superaba ya los quinientos años. De ahí su portentoso tamaño, mas no paraban de crecer, decían también. Los dos jóvenes eran simples fardos en el lomo del animal como dos minúsculas jorobas.<br />Evhan, bien aferrado a la silla, volvió a coger las riendas dejando a Lanyamell como acostumbraba en la parte posterior de la larga silla. Macrodonte, sin coger apenas impulso, sacudió sus alas y se lanzó al vacío del negro acantilado. Estiró sus alones justo un instante antes de topar contra las enfurecidas aguas, remontando el vuelo vertiginosamente. Las carcajadas y el júbilo de los dos jóvenes rebotaron en el precipicio con una respuesta eficiente del eco.<br />Viraron muy cerca del acantilado, motivo que les llevó de nuevo a encoger el aliento al pasar arañando el desfiladero. Lanyamell se agarraba con fuerza a su amado en las complicadas maniobras, pese a sentirse segura junto a su joven príncipe.<br />De repente, el nuevo giro del híbrido-vetusto les posicionó a una buena distancia de tiro. Las lianas de los arcos crujieron en algún lugar de la penumbra. Estaban a punto de entrar de lleno en la trampa. Los cazadores mantuvieron la respiración, acribillando con la mirada la presa.<br />Un golpe de viento sopló bamboleando las hierbas altas y matorrales de los riscos. Cuando éste cedió, la esperada orden llegó. Tras ella, tres flechas zumbaron en la noche, renegreando fugaces a la luz de la luna.<br />Una encontró el largo cuello del Eskarkam, que bramó amargamente al contacto con el acero y su veneno interrumpiendo su vuelo. El torpe golpeteo de las alas confirmó el disparo. La carne vomitó la sangre brillante al exterior como manantial de plata. Otra punta de Muerte encontró el pecho del joven. Evhan apenas chilló. No obstante, su sonrisa se escondió de golpe, sus ojos vagaron sin rumbo quedando a merced del impacto. Cien lunas aparecieron frente a sus ojos. Se vio morir. Su mano derecha aferró con ardor la herida. Rígido y apenas sin respiración apretó trabando la convulsión que había formado la flecha intentando detener el cauce de sangre. Fue inútil, su mano se encharcó al igual que su ropaje. Valeroso el joven, aún sabiendo del mortal disparo, no soltó la brida del animal valiéndose de su otra mano. La tercera y última flecha había quebrantado el costado de la muchacha, que respingó con un lamento seco como tragándose su propio gemido e intentó mantenerse erguida sin caer. Aquella visión se había vuelto a producir, pero esta vez, aquello no era una perspectiva supuesta. Pobre Lanyamell, ni siquiera su don la había podido salvar. El destino, amargamente, había alcanzado su presa.<br />La estampa del animal alado se remolinó fieramente cayendo al abismo sin poder recuperarse.<br />Tres nuevas flechas fueron disparadas antes de que los cuerpos se perdieran entre las oscuras aguas y el abismo de las Mil Bocas del Mundo. Las tres volvieron a encontrar su objetivo en el lance.<br />El encapuchado, pétreo como el suelo que sostenía su concentrada estructura, certificó la caída de los dos jóvenes y de su apreciada criatura antigua. Fue entonces cuando bajó el rostro, gruñó de rabia contra el suelo, y con los mismos fríos movimientos que había desplegado durante la noche, reparó de nuevo en el ser alto y enigmático que permanecía de igual modo junto a él, imperturbable en las tinieblas. Le entregó un saquito que chinchineaba repleto de monedas y un pergamino, al tiempo que le barboteaba:<br />─ ¡Tomad!, lo acordado ─espetó.<br />El desgarbado hombre se giró arrogante para cobrar el trabajo. Su extraño perfil se consumó a la luz de la luna; sobre sus cejas, unas sombras se sacudieron amenazantes. Extendió su brazo y cobró su cuenta. Desanudó hábil el papiro y gesticuló irónico y agradecido al comprobar el escrito. Enseguida valoró el peso y el volumen del oscuro saco bajo el sonido de las monedas, lo escondió al igual que el papiro entre sus ropas y se volvió hacia el vertiginoso barranco donde ululó al aire nuevamente. Los tres arqueros, ocultos, entendieron que el trabajo había sido cobrado.<br />El encapuchado dio una última orden:<br />─Recoged los cuerpos y llevadlos a la Torre de Melolonta ─decretó─. Allí, sin el estorbo de ojos molestos serán sepultados en secreto. El <em>Eskarkam</em> quemadlo y destruid todo vestigio. Nada debe prevalecer de esta noche.<br />Aquel ácido gruñido final, dictado desde la entraña del ancho caperuzón, se dejó sentir en la concavidad de la cueva como un desgarro de las rocas. Antes de precipitarse a la oscuridad, se giró hacia las sombras maldiciendo la noche. Finalmente, su figura fue devorada por la tremenda boca de las tinieblas.<br /><br />* * * * * * * * * *<br /><br />La aciaga noche del joven príncipe y de su amada llegó a conmocionar a los hombres, y la desgracia se esparció rauda en las pláticas de ciudades y aldeas. Y durante los inmediatos años que acaecieron después del incidente, no hubo casa, tienda o posada que no relatase el amargo final de Evhan y la bella Lanyamell. Y fue un diálogo, siempre triste, de suspiros y añoranza.<br />De ese modo, escaló montañas, atravesó los amplios páramos y se impregnó en las casas, y no como una historia más contada por el hombre, de verdugos y princesas, sino que había crecido su leyenda, envuelta en un aura brillante y mágica Y se narró y cantó entre mayores y pequeños a la vera del calor del hogar. Y así perduró a los días y traspasó las fronteras por siempre.<br /><br />¿Imposición? ¿Envidia? ¿Venganza? Toda pregunta quedó turbia y sin respuesta en el Latifundio Antiguo. Pero si alguien se valió de la ley impuesta prohibiendo las mezcolanzas en los reinos queriendo acallar ese romance imposible, se equivocó. Con el paso de los años el corazón de los hombres se enraizó y se hizo uno, y no hubo nadie que no maldijese a las sombras asesinas.<br />E igualmente escrito en la historia quedó, a los pies del gran túmulo de piedra bruñida, hecho levantar por su padre, Agrión el Esplendente, rey de Almaranthya, en la Isla de Gavión en memoria a su hijo y a la joven célica. Un catafalco que sería siempre centinela de la gruta de Típula, la gruta sagrada desde entonces. En su base de mármol blanco, el recuerdo tallado de aquella noche vela en silencio:<br /><em>“Entre los apéndices de Las Mil Bocas del Mundo y el gran e Infinito Cielo descansen: el príncipe Evhan Shar, hijo de Agrión el Esplendente, heredero noble, y Lanyamell Dê Ere´nea, la bella flor prohibida, del Templo de Arpiúm. Eximan sus almas en paz. Al Cielo Abierto entre los dioses.”<br /></em>¿Castigo? ¿Crimen? El paso del tiempo como juez, tendría la última palabra: entrar en La Leyenda de Almaranthya.</div><br /><div align="justify"><strong><em><span style="font-size:130%;">Mián Ros</span></em></strong> <em><span style="font-size:85%;">(quedan todos los derechos reservados sin permiso del autor)</span></em></div></div>La cueva del Eskarkamhttp://www.blogger.com/profile/05929401500360146599noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8906884004398713552.post-58174484004203794002010-05-20T11:42:00.000-07:002010-05-20T11:51:17.681-07:00APENAS NADA<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjPY9vCvmCykSEOaIOlfA1LbTJMhxk6XjAkPHdR3VxHMRMGN0AEUZNWdjEBYNlXs5l97ervLXPZQAqHpviCQK0frGS1BwfvxGvaCrZFbVXXDKA87ElthUNQjF7QaCucV8-EhyFmvFCFFzI/s1600/apenas-nada-2.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5473426263815891298" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 262px; CURSOR: hand; HEIGHT: 320px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjPY9vCvmCykSEOaIOlfA1LbTJMhxk6XjAkPHdR3VxHMRMGN0AEUZNWdjEBYNlXs5l97ervLXPZQAqHpviCQK0frGS1BwfvxGvaCrZFbVXXDKA87ElthUNQjF7QaCucV8-EhyFmvFCFFzI/s320/apenas-nada-2.jpg" border="0" /></a><br /><div align="center"><strong>------APENAS NADA----------</strong><br /><em>por Mián Ros</em><br /></div><br /><div align="justify"><em>Ahora que Bienvenido no está aquí, le comprendo. Él me decía que siempre estaría aquí, y no sólo le comprendo, sino también le siento. No eran sólo palabras, y lo sé</em>.<br /><br />“Siempre estuve <em>aquí</em> ─<em>decía</em>─, siempre que esta condición que se alza con el nombre de idiotez no quiera abandonarme. Soltar el lastre y marchar, dejarme ir, ir más allá en el camino de aprender. Aprender de otros, aquellos que he considerado análogos a mí: argumentos preocupados y veletas de carne temporal como en el que yo mismo me escondo.<br /><br />“Siempre estuve <em>aquí</em>, bajo este incómodo andar y aún más inseguro parecer, y aunque quisiera no puedo renunciar a él, a este molde que me fue regalado, no sin antes volcar todo mi esfuerzo en aprender. Aprender de todo y todos, tanto o más que ellos, o la par, salpicado por la coherencia que me reflejan al pasar, pero con la ansiedad prendida de la eficacia, antes que esta cincelada intención que soy, o que alguna vez creyera que fui, sea irrecuperable y se vuelva un tanto o incluso más que torpe, inútil.”<br /><br />“Siempre estuve <em>aquí</em>. Y cuando articulo y brota de mi ser este <em>aquí</em>, se tañe embravecido y aniquila la prudencia; aún firme, aún fiel, pero sólo y mientras la fuerza de mi <em>aquí</em> no sucumba hacia otro lado. En tal caso estaría lejos, tal vez <em>allá</em>, o <em>allí</em>.”<br /><br />“Y quién puede alcanzar un <em>allí</em>, sin estar aquí primero.”<br /><br />“Siempre estuve <em>aquí</em> ─<em>nunca se cansó de decirlo</em>─. A ratos loco, a ratos cuerdo, pero siempre inflando y desinflando esta muestra de piel que a veces me incomoda, y que unida a la vergüenza y con razón, se manifiesta en mí, y hasta se vence en duelo de ambición sin querer, o con gasas cegadoras de “un queriendo”, pocas y aun más pocas son las veces que me traiciona. <em>Aquí</em>. Siempre estuve <em>aquí</em>, y nunca dejé que las horas me negaran lo que yo, y al igual que yo, también tú, solos y ante la espiral de la existencia aprendimos, apenas nada. Y apenas seguirá siendo el huero conocimiento alcanzado mientras la sutil alma que mantiene vivo el cuerpo no comprenda la magnitud del ambiente y su riqueza.<br /><br />“A ratos me sentí hollejo, a ratos me sentí hollín, mas hubo ratos peores y me sentí, apenas nada. Y sin embargo fui feliz.<br /><br /><em>Ahora que Bienvenido no está aquí, le comprendo. No eran sólo palabras, y lo sé. Ahora soy yo el que está aquí, en el aquí que dejó él para irse al lugar que tanto anhelaba. Ahora al fin está allí. Y es él y la fuerza de su aquí, que desde allí, me espera. Ahora soy yo quien se siente hollejo, quien se siente hollín, quien se siente, apenas nada.<br /><br />Ojalá Bienvenido albergue allí su aquí cuando yo parta, y me vea llegar. Aunque a lo mejor eso ya no importe, ni tampoco cuanto llegamos a aprender aquí, apenas nada.<br /></em><br /><em>Y reiremos, y saltaremos entre pétalos de nada.<br /><br />Nada trajimos, y lo mismo que se llevó él me llevé yo, apenas nada. Pero fuimos felices.<br /></em><br /><strong><em>Mián Ros</em></strong> <em><span style="font-size:85%;">(Quedan reservados todos los derechos sin permiso del autor)<br /></span></em>--------------------------------------------- </div>La cueva del Eskarkamhttp://www.blogger.com/profile/05929401500360146599noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8906884004398713552.post-46068069492341202972010-04-12T02:25:00.000-07:002010-04-12T02:36:29.660-07:00Fhârihur - Relatos del Latifundio Antiguo<div align="justify"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhUHbsx-6AIoIUxyc27wxfHG77F8gTrMip-8YnC3JmKPYCWnC20qpyuxsuPNIINNmjXywHoakeIjGKcQqZu5xjQyM4wVn7G6WrKJ3khrjwMBN9U9Nh3yMOyNIq6Z0XnAQvKwo4qQh2-ZME/s1600/Hacha+de+guerra.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5459180055606802578" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 320px; CURSOR: hand; HEIGHT: 256px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhUHbsx-6AIoIUxyc27wxfHG77F8gTrMip-8YnC3JmKPYCWnC20qpyuxsuPNIINNmjXywHoakeIjGKcQqZu5xjQyM4wVn7G6WrKJ3khrjwMBN9U9Nh3yMOyNIq6Z0XnAQvKwo4qQh2-ZME/s320/Hacha+de+guerra.jpg" border="0" /></a><br /><div align="center">Relatos del Latifundio Antiguo</div><div align="center"></div><div align="center"><span style="font-size:180%;"><strong></strong></span></div><div align="center"></div><div align="center"><strong><span style="font-size:180%;color:#ff0000;"></span></strong> </div><div align="center"><strong><span style="font-size:180%;color:#ff0000;">Fhârihur</span></strong></div><div align="center"></div><div align="justify"><br />Archipiélago Austro, isla de Okrem.<br /><br />Fhârihur levantó su gesto amargo encajado entre venas y contempló, no sin recelo, la inmensidad del horizonte. A lo lejos, el ordinario territorio vedado a su raza, <em>La Planicie Hostil</em>, que se extendía bajo el furor de un sol demoledor magnificando la claridad, aquella claridad tan temida y que le hacía tanto daño; siempre había sido así.<br /><br />Cerró un momento su único ojo, no por miedo, pues había tomado conciencia de abandonar definitivamente el sufrimiento que había llevado: aplacar el desgobierno sosteniendo su ira para aunar sus fuerzas y poder remolcar el cadáver hasta allí; era capaz de recorrer su bella silueta sin apartar la mirada aun sabiendo que sería la ultima vez que lo haría, y tuvo la entereza de posicionar el cuello inerte de manera que la oscura piel reposara sobre el tocón, inexplicablemente en contraste a la rudeza que acostumbraban a regentar los de su casta. No cabía, sin embargo, otra esperanza. Estaba convencido de que debía ser así. Al mismo tiempo sabía de la premura de actuar rápido, <em>Las Sergas del Resplandor</em> estaban cerca y se llevarían el alma de la mujer hacia <em>El Rescoldo de la Desesperación</em>. Fhârihur no deseaba eso. Había crecido bajo las leyes de <em>Los Piélagos</em>, siempre rodeado de preceptos; él mismo sería atendido tras su muerte con la misma fe; un ritual rígido y a la vez ceremonial como travesía final hacia los Eternos, así debía ser.<br /><br />Y así sería.<br /><br />No le hizo falta, por tanto, volver a mirar el hacha milenaria que pendía entre sus manos con la marca de su progenie en el acero. Condensó su fuerza en la empuñadura, levantó el arma al compás de mil anhelos ancestrales con la precisión del mentor más diestro forjada en el guerrero. Pero se detuvo un segundo, donde el sutil brillo del alma tendida a sus pies le acercó el fugaz recuerdo de sus antepasados más cercanos. Luego gritó; allá en la distancia se escuchó su voz, en la inmensa oquedad del vado, y por uno instante tembló la corteza bajo sus pies al tiempo de acometer su letal acción. El filo de la hoja descendió y resonó en la madera como una lengua extraña pronunciada por el viento, cortando limpiamente la cabeza, que separada del cuerpo sin vida, rodó para detenerse a los pies del verdugo.<br /><br />─Madre ─musitó Fhârihur, el cíclope─. Te he salvado de la inseguridad de la luz. Un alma partida no puede ser transportada. ¡Marchad lejos, <em>Sergas</em> malditas, marchad!<br /><br />Y dicho esto, Fhârihur enmudeció. Acto seguido enfundó el hacha y se arrodilló para envolver en el lienzo el miembro seccionado. La satisfacción de haber hecho lo correcto le asistió una vez más. No había lágrimas en sus ojos, ni ira, ni el frugal destello de arrepentimiento. Por el contrario, la armonía casi inquebrantable, ruda e inflexible de su estirpe se corrigió y volvió su hermética mirada: la mirada del coloso, como era reconocida y temida por los débiles hombres. Había hecho lo que rezaba su corazón y aun antes de llevarla hasta allí, el de ella, fiel descendiente de las eruditas reinas del Castro Majano. Era el mandato más duro al que Fhârihur se había enfrentado desde que aceptó su condición dentro de toda existencia del Feudo Oculto. Ahora los demás le verían poderoso, capaz de aumentar la especie como semental digno y protegido de su sangre, ahora que se abría la cincha del regazo familiar al que había estado aferrado hasta ese momento. Ahora que ascendía al más alto pedestal de su clase.<br /><br />Fhârihur atendió para sí el paño ensangrentado ciñéndolo a su pecho, dio media vuelta, y lanzó su andar hacia la profundidad de la caverna. Sólo allí se sentía protegido. Sólo allí proliferaría su estirpe, sólo allí.</div><br /><em><span style="font-size:130%;">Mián Ros</span></em> <span style="font-size:85%;"><em>(quedan reservados todos los derechos sin permiso explícito del autor)</em></span><br /><em><span style="font-size:85%;">------------------------------------------------------------------------------------------------</span></em></div>La cueva del Eskarkamhttp://www.blogger.com/profile/05929401500360146599noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8906884004398713552.post-89185799060765640282010-02-16T14:27:00.000-08:002010-02-16T15:11:59.155-08:00<p align="justify"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi6H-ennb9KNfyr-JEQIkcjPVH7kknJx-GYFaAsH-Z09yfOEj7tntAdE3YDQkA0RzCVtuoDq5qKQc587uwvcSgieqUDq9AwNnSKQaXW6QuavCbeAsL_-CsyMPGqy01U6ZEannibkc_CBDU/s1600-h/ANGELES-DE-CARTON---RETAZOS.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5438971692557060658" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 279px; CURSOR: hand; HEIGHT: 320px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi6H-ennb9KNfyr-JEQIkcjPVH7kknJx-GYFaAsH-Z09yfOEj7tntAdE3YDQkA0RzCVtuoDq5qKQc587uwvcSgieqUDq9AwNnSKQaXW6QuavCbeAsL_-CsyMPGqy01U6ZEannibkc_CBDU/s320/ANGELES-DE-CARTON---RETAZOS.jpg" border="0" /></a></p><div align="justify"></div><div align="justify"><span style="font-size:180%;color:#ffcc00;"><strong>ÁNGELES DE CARTÓN </strong></span></div><div align="justify"><strong>Capítulo </strong><a name="_Toc218581708"><span style="font-size:130%;"><strong>2. El primer Ángel.</strong></span></a><strong><br /></strong><br />“El día veinticuatro del primer mes hallábame a las orillas del gran río Tigris. Alcé los ojos y miré, viendo a un varón vestido de lino y con un cinturón de oro puro. Su cuerpo era como de crisólito; su rostro resplandecía como el relámpago; sus ojos eran como brasas de fuego; sus brazos y sus pies parecían de bronce bruñido, y el sonido de su voz era como rumor de muchedumbre. Yo solo, Daniel, vi la visión; los que conmigo estaban no vieron nada, pero se sobrecogieron de temor y huyeron a esconderse”.<br /><em>(Daniel 10: 4-7)</em><br /><br />Algodonada mi alma, dejo de leer; cierro la pequeña Biblia y la guardo. Me dejo llevar entre una mezcla de placer y desconcierto, y de forma casi involuntaria alzo la cabeza y contemplo, como lo hizo Daniel, el visionario profeta en otro tiempo, ¿y qué me encuentro? El resultado de siempre, el mismo cuando interrogo la cocción que burbujea en esta gran marmita remachada de alquitrán que hemos creado, nada parecido a aquella antigua visión, y me asusta, esto es real, y hablando en plata como dicen en la lengua urbana que estoy aprendiendo: es un jodido “Deja vu” que además, secuencio como el tic-tac inagotable de un reloj. Quizá sea sólo yo, el que veo esa peligrosa aceleración entre las calles, ese aire infectado alrededor de las personas que caminan como duendes hacia uno y otro lado, puestos en marcha por este rugido que despierta en la ciudad, imposible ya de parar.<br /></div><div align="justify">...</div><div align="justify"><br />Unos gritos frenan mis pensamientos y se llevan mi curiosidad. Al cabo, la voz de mi compañero <em>Casca</em> me trae de nuevo junto a mí dándome un respiro.<br /><br />─Toma, te sentará bien ─aconseja.<br /><br />Sin embargo, el irrespetuoso energúmeno sigue bramando al autobús que se aleja en el fondo de la calle. No se cansa de vomitar insultos al pobre conductor aunque éste ya no está físicamente frente a él. Alguno que se arremolina a su lado cogerá algún palabro de los que contempla el sujeto en su léxico deprimente y callejero, lo almacenará en su cerebro, y lo expondrá cuando le venga en gana en algún suceso similar. Así somos los humanos de retorcidos. Y parece increíble el grado de normalidad que cobran este tipo de irrupciones en plena calle. Pero más increíble el hecho de que nadie intervenga y afronte un mínimo de deber moral; estas situaciones se suceden de una manera tan cotidiana, como el simple hecho de untar mermelada en una tostada y ahogarla en el tazón del café sin más. ¿Adónde vamos a llegar? Aunque eso no es lo peor, pues he vivido en la calle cosas terribles, y el impedimento de otras personas porque no ocurra, es mínimo.<br /><br />En fin...<br /><br />Me olvido por un momento del incidente y de manera instintiva le echo un trago a la taza que <em>Casca</em> me acaba de entregar, no tengo por más que sorprenderme.<br /><br />─¿Consomé? ─le digo contrariado, esperando tal vez el resultado de otros días; y como si la nueva variante me hubiera picado en los mismos labios me separo el tazón con la sensación de que una avispa revoloteara sobre el caliente brebaje que se ondula entre mis manos.<br /><br />─¿Qué esperabas? ─reniega <em>Casca</em> intentando parecer gracioso. Sus pupilas han desaparecido bajo sus párpados que se muestran achinados, bastante habitual en él, por cierto, y las arrugas de su rostro se han extendido tan rápido por su enorme cabezota amoratada como la mala hierba en un huerto mal cuidado.<br /><br />─Me extraña en ti ─expongo, sorbiendo el condenado caldo que quema como la madre que nació en los infiernos─. Esperaba algo con unos cuantos grados más... de otra cosa, para aliviar de una forma directa esta tiritera que apenas me deja empuñar a mi querido BIC.<br /><br />Aunque no se lo digo, he de reconocer que Casca me ha descolocado esta vez, porque inconscientemente mis labios vuelven a la taza y al calor de ese caldo prestándole la mayor de mis atenciones. A veces, cuando vuelco mi mirada hacia <em>Casca</em>, me da la impresión de estar conviviendo adosado a un trastero ambulante, el cual, cada vez que se abre no sabe uno con lo que se va a encontrar.<br /><br /><em>Casca</em> es un buen hombre después de todo. Un compañero que lucha en la calle para volver a hacerse un hueco en esta sociedad frívola. Todo lo contrario a mí, que lucho contra mi propia voluntad para que ésta no me encuentre, no al menos sin mi objetivo alcanzado de ver de nuevo a Ángela junto a mí. Pero es duro, muy duro e impensable aguantar los días cuando el sufrimiento es continuo, soportando las crudas condiciones de la intemperie que debilitan a uno hasta la extenuación. Nunca llegué a pensar que fuera así, esto me lleva a recapacitar en ocasiones si volver a la sensatez de la que una vez me aparté, y a la que puedo acceder en el momento que quiera. Cosa que no puede decir lo mismo <em>Casca</em>. Él se encuentra en la calle por explícitas circunstancias que él mismo se ha buscado, debido a la penosa y egoísta administración de los momentos de placer que cada uno posee en este mundo; en ese aspecto, <em>Casca</em> no ha cogido sólo la mano que nos brinda el Dios del Cielo, sino que se ha cobrado todo el brazo, y aun diría que los dos, y, tristemente, y como consecuencia de su contaminado egoísmo ha llegado a desesperar y fragmentar a su familia y a todo su entorno. Sus infidelidades son culebrones que dan a luz cada vez que el alcohol devora su sangre y anula su cordura mientras su desahogo se alarga junto a mi hombro.<br /><br />Pero hay algo en él que me atrae, aunque no sabría decir el qué, y una parte de mí le admira; quizá ni siquiera sea admiración. No quiero decir con esto que apoye sus malas gestiones de faldas y el sufrimiento que ha sembrado tras de sí, que creo que no tiene justificación ni disculpa alguna, sino porque es valiente y ha sabido sobreponerse y, de alguna manera, amoldarse a los mordiscos que le ha pegado esta vida y porque, como dice él, aun con la boca pequeña, “rectificar es de sabios”, aunque él no tenga mucho de eso, seamos justos. No obstante, yo sé que lo intenta, pero sus ojos le delatan cuando se clavan como dardos al paso de cualquier aura femenina y hace danzar su lengua al son de su más ferviente apetito sexual. Sé entonces que no está curado y creo que nunca lo estará. Si bien, deseo en verdad que encauce su vida y vuelva a encontrar el camino que una vez abandonó.<br /><br />De todas las maneras he de ser justo con <em>Casca</em>, dejando de lado todo cuanto me ha contado sobre él y su entorno más allegado, e incluso fuera de la forma tan peculiar que tiene de interpretar este mundo y danzar sobre él, ya que me regala su tiempo y me trasmite una palpable sinceridad sin muros invisibles que revelan otras personas y eso le hace grande, muy grande. Si consiguiera corregir su fallo no tendría entonces nombre para describir su corazón.<br /><br />A veces me viene una sonrisa simpática, y pienso en Don Quijote y Sancho Panza, que es la imagen que debemos representar <em>Casca</em> y yo a los ojos de los demás cuando caminamos juntos arrastrando nuestras perezas sobre las aceras de la Gran Vía de esta inmensa urbe que es Madrid. De hecho, sus rasgos se muestran bien diferenciados de los míos como ocurría con el legendario caballero y su escudero. Y qué decir tiene, que no hace falta que señale, quién es uno, y quién el otro.<br /><br />El achaparrado pero ancho andamiaje de <em>Casca</em> y sus rasgos son duros y desvergonzados, y su piel está encallecida en todos sus pliegues como su alma, lástima que su fuerza de voluntad no vierta sobre sus redondeadas carnes la misma apariencia. Mis rasgos, enjutos y de mayor envergadura que los suyos, son tremendamente evidenciados si no me separo de su compañía. No marcho a horcajadas sobre Rocinante pero sin duda mi aspecto es también de haber comido poco y descansado todavía menos. Pero mi cabeza rige acorde con el empresario que creo que muchos ven en mí, aunque ahora sólo contemplen, más bien, un dirigente acabado, desaliñado y con puntales en sus muros, eso sí.<br /><br />Por un instante me doy cuenta de que mi cuerpo empieza a entrar en razón antes que mi cerebro cuando el calor del caldo calienta y curiosea todo mi interior. Es un momento inigualable. Creo que está dando resultado, pues el calor de esta sopa es como una pequeña panacea contra el frío. Poco a poco me reconforta y mengua en buena parte la destemplanza con la que he despertado, y retira de mi cuerpo parte de la humedad que nos ha presentado esta mañana el duro día invernal, arropándonos, desde que se fueron las sombras, con su sábana de color ceniza oscureciendo estos serios apéndices que llamamos edificios. Es una lástima, porque el cielo está cerrado como boca de lobo y creo que este calabobos persistirá sobre nuestras cabezas durante muchas horas más.<br /><br />Vuelvo al atrayente tazón y al caprichoso humo que danza hacia lo alto mientras me reconforta observar sus livianas formas que se escapan del consomé más que examinar a las personas que caminan. Lanzo un suspiro cuando veo que dos alas de humo, finas y alargadas, se han formado por el calor que desprende el caldo. Las sigo mientras se alejan de forma ascendente.<br /><br />─Ángela ─digo a media voz, al tiempo que las pequeñas alitas se desvanecen en lo alto lejos de mi vista.<br /><br />─¿Qué has dicho? ─pregunta <em>Casca</em>, sorprendido.<br /><br />─He visto sus alas. Temí haber perdido su senda, pero este Ángel me dice que estoy en el camino correcto. ¿Sabes?, vuelve a arder la fe dentro de mí.<br /><br />─¡Y dale con las alas! ─<em>Casca</em> se agita meneando sus brazos; parece que le han molestado mis palabras─. Eso de las alas son suposiciones tuyas ─manifiesta, enfuruñado─. Sabes de sobra que los ángeles no existen. Si encontramos a tu pequeña Ángela no será por esas alas o por esos ángeles que crees ver en todas partes, sino porque alguien habrá reconocido la foto y nos habrá puesto en la pista correcta para dar con tu hija, nada más.<br /><br />─Yo tengo fe en lo que veo, <em>Casca</em>. Si no la tuviera no vería su senda, y sé que son señales que me envía Dios para reforzar mi corazón. Sin ellas no podré encontrarla.<br /><br />─Vale, yo tengo menos fe, por eso no veo alas, ni angelitos, ni nada que se le parezca, pero sería importante que dedicaras unos minutos de tu tiempo en darle las gracias a Flor de Anís cuando termines el consomé. Si esas alas han salido de ese consomé que ella me ha dado para ti, la senda te lleva hasta su taberna, ¿no es así?</div><div align="justify"><br />En cierto modo no tengo por más que asentir.<br /></div><div align="justify">─Pues anda... ¿a qué esperas? ─me incita─. Ah, además, te puedo asegurar que Flor de Anís piensa mucho en ti. ¿Por qué si no iba a estar tan pendiente de lo que te ocurra? ─la voz de Casca ha finalizado con una modulación puntillosa que conozco de sobra. Ahora lanza una cuantas expresiones más que apenas llego a entender, pues me he quedado enganchado en: “piensa mucho en ti” y en el trasfondo que esta frase esconde. Con razón le llaman los que le conocen, <em>Casca</em>. Casca demasiado y tiene la lengua suelta como una serpiente que saliera de caza constantemente. En el tiempo que llevo con él lo he sufrido en mis oídos como un irritante picor, doy fe.<br /><br />─No creo que este consomé te lo haya dado pensando en mí ─me defiendo, en el momento que dejo de pensar. Espero sólo un instante a que urjan mis palabras. En efecto, aquí vuelve <em>Casca</em>, quien se arrima a mí y hace trabajar a su lengua desbocada.<br /><br />Antes de hablar me da un golpe con el codo en los riñones, el caldo vuela balanceándose hacia ambos lados. Siento algunas gotas calientes que calan mis pantalones hasta llegar a las rodillas; me ha empapado. Enseguida emerge su voz:<br /><br />─¡Que sí, <em>Champalán</em>! ─me dice volviendo a formar en su rostro miles de arrugas mientras se divierte hablándome─: Que veo cómo te mira cada vez que entras en su taberna.<br /><br />─¿Cómo va ser eso? ─insisto─. Tú eres el que ve cosas muy raras.<br /><br />─Que le pones, te lo digo yo. Ese aire de ejecutivo reservado le vuelve loca. Ese nudo desabrochado de tu corbata pidiendo guerra ─sonríe─. Con ella tendrías cama y una estabilidad segura.<br /><br />Yo, sin embargo, me intereso por el resto del caldo antes de que <em>Casca</em> me lo vierta del todo. Ya me ha vuelto a dar. Menos mal que ya había dado cuenta del reconfortante consomé. El último sorbo estaba un poco frío, todo sea dicho.<br /><br />─¿Piensas que la atraigo? Pero mira mis pintas... si apenas puedo asearme a gusto. ¿Tú crees que ella se fijaría en un deshecho que anda pegado al suelo como el filtro de un cigarro que acaban de arrojar a la acera? ─le pregunto, enjugándome los labios.<br /><br />─A esa le gustas aunque fueras filtro, y mira que no le gusta fumar, y aunque no te hubieras peinado en cien años. Te lo puedo asegurar, que tengo yo un ojo clínico para las mujeres.<br /><br />─Seguro que lo hace por caridad ─arriesgo sin pausa, desviando el tema de mi lado e involucrándole involuntariamente a él─. Le damos pena.<br /><br />─¿Que le damos pena?<br /><br />Parece que le he incomodado en exceso.<br /><br />─¿Por qué si no? ─¡Mierda! Me he vuelto a meter en el berenjenal. No comprendo el gesto de <em>Casca</em> que me mira ahora como si me hubiera convertido en un fantasma.<br /><br />─Hubiera montado un albergue entonces, hombre, en vez de una tabernucha ─me recrimina, atornillándose la cabeza con un dedo.<br /><br />Yo pienso que el loco es él, seamos justos. <em>Casca</em> apenas me conoce. Me considero muy reservado y metódico en ese aspecto, ya que me cuesta bastante abrir mi intimidad a las personas que no están ligadas a mi entorno familiar; aunque, bien es verdad que llevo poco tiempo malviviendo con él en estos callejones y plazas, le he contado parte... en lo referente a lo más primordial de mi vida. Sabe por qué estoy en la calle, y por qué lucho día tras día en ella; de hecho, me ayuda en la búsqueda de Ángela, preguntando y enseñando allá donde vamos la pequeña foto que conservo de mi pequeña.<br /><br /><em>Casca</em> se restriega una barba de doce días mientras vuelve a hablar:<br /><br />─Ahora entiendo por qué no tienes éxito con las mujeres. No me extraña que te veas en la calle. Creo que tu fe no te fortalece en este aspecto ─añade, tan sobrado en sus palabras como en sus gestos, como si hubiera estado esperando este momento hace tiempo. Parece resentido conmigo por las cosas que yo veo y él no, o tal vez incitado por el mal recuerdo de los mordiscos que le dio la cuchilla que le brindé hace dos semanas; desde entonces no se ha vuelto a afeitar.<br /><br />─¡Vaya! ─salto herido en mi orgullo. No sé si atacarle o contenerme. La verdad, no soy de esos que dan golpes bajos como primera medida de defensa. Si le recuerdo por qué se ve obligado a vagabundear se echará a beber y se acabó amigo para todo el día.<br /><br />Dejo el tazón delante de mis piernas, en el suelo. El tiempo suficiente para aplacar el escozor de sus palabras, equilibrar mis pensamientos y brindarle una sonrisa espontánea, la cual, me da confianza y hablo:<br /><br />─Hay mujeres que se hacen madres desde muy temprana edad ─le digo.<br /><br />─¿Crees que Flor de Anís es una de esas madrazas? ¡Venga ya! ─me interrumpe de inmediato. Sé que es imposible que le explique nada, no tiene paciencia. Conozco las cuatro arrugas que se forman encima de su nariz tras ese énfasis que adopta y que de seguido lo enlazará con Dios sabe qué... Intuyo que ha llegado el momento de levantarse y poner tierra de por medio.<br /><br />─¡Déjalo! ─le digo. Me levanto recogiendo el tazón y decido llevarlo a La Guarida de Alicia, que es así como se llama la pequeña taberna de donde <em>Casca</em> me ha traído generosamente el reconfortante consomé. Ni que decir tiene, quién es Alicia. Y como bien me ha recordado <em>Casca</em>: si las alas son la senda para encontrar a mi hija, debo llevarle el tazón a la taberna.<br /><br />Camino, y sólo entonces me doy cuenta del frío que han soportado mis glúteos ─a pesar del cartón─ tanto tiempo posados en la acera. He recogido suficiente cargamento de humedad para todo el día, mientras dejo atrás la balconada cubierta; la fina lluvia empieza a oscurecer mis ropas. El agua está fría, y las calorías que me han generado el caldo se disiparán de inmediato, estoy seguro. En ese momento, una voz vibrante y llena de retintín me golpea por la espalda:<br /><br />─Fíjate en el brillito de sus ojos cuando te mire ─manifiesta <em>Casca</em> golpeándose con su venoso dedo índice la sien─. En ellos verás lo coladita que está por ti.<br /><br />─Sí, vale ─le señalo. Yo también tengo dedos y el mío es amenazante─, pero échale un vistazo a mi maletín a ver si no tenemos de qué arrepentirnos.<br /><br />De pronto, me golpeo con un transeúnte al no mirar donde tengo que mirar, al frente.<br /><br />─Disculpe ─le suelto, en un acto reflejo. El muro de uno noventa con el que he chocado me lanza una mirada arrogante y parece que me perdona la vida.<br /><br />En ese preciso momento escucho de nuevo la voz de <em>Casca</em> que parece que no se ha dado cuenta de mi torpeza.<br /><br />─Lo que tú ordenes, senescal. El maletín estará ferozmente vigilado ─grita. Me ha hecho un gesto militar que tendría que mejorar. Qué cara más simpática tiene el condenado; no puedo evitarlo, sonrío al tiempo que mi reojo choca por segunda vez con los ojos suicidas del hombre, que aún se sacude como si le hubiera manchado; no es cierto, el cuenco está más seco que la mojama. No entiendo de verdad los aspavientos y muecas de este individuo; qué más quiere que haga, ya me he disculpado.<br /><br />No he sido capaz de dejar atrás dos grandes escaparates de la acera por donde camino, cuando todo lo que ocurre a continuación se sucede en cadena y casi a un mismo tiempo.<br /><br />─¡Al ladrón! ¡Al ladrón! ─Escucho una voz de mujer en algún lugar indeterminado, pero indudablemente es bastante confuso, aunque sospecho que surge un tanto retirado de mí, y a mi espalda. El bufido del autobús frenando al llegar a la parada un poco por delante de donde me encuentro ha ahogado las sucesivas llamadas de auxilio, pero creo que no he sido el único en oírlas. Cuando me giro a ver qué ocurre, descubro que hay personas que miran con ojos desencajados precisamente donde yo me encuentro. En ese instante siento un golpe brusco detrás de mí, justo en mi espalda, me remueve. Aún no sé qué ocurre, sin embargo me percato que el cuenco del consomé se desprende de mis manos y yo también pierdo parte de mi estabilidad. En ese instante, mis ojos van y vienen en fracciones de segundo, y miran a una persona que corre y se aleja, y al cuenco en el momento que impacta contra el suelo saltando la cerámica en mil pedazos. “¡La madre que lo...!”. Vuelvo mi ojeriza al hombre que corre para terminar de pronunciar mi maldición, aunque el volumen de ira no sale de mi mente.<br /><br />Sólo ahora distingo el cuerpo que me ha golpeado. Intenta alejarse entre la muchedumbre braceando y apartando a todo el mundo de su camino. Es un joven que no alcanzará los quince años y en una de sus manos lleva algo así como un bolso de mujer. Al distinguir el pequeño complemento de piel marrón que atesora con arrojo entro en la cuenta de que se trata del ladrón que reclamaba gritando la voz de mujer. Se cruza entre las personas, nadie hace nada por detenerle. Su extravagante chupa de plumas, a cuadros azules y naranjas se pierde en el fondo de la calle.<br /><br />¿A quién se le ocurre asaltar a nadie con esas pintas tan distinguidas? Parece que gritase “Aquí estoy, aquí estoy. Venid a por mí si podéis”<br /><br />No sé qué ha pasado por mi cabeza, pero cuando me doy cuenta estoy corriendo tras él. ¿A qué estoy jugando? Nunca me he considerado un héroe... ¿por qué diablos me comporto así entonces? Los héroes no existen sino en las películas y en los libros.<br /><br />La gente me mira, tan horrorizada como al muchacho que trata de poner metros de por medio. Están tan confusos como yo. Por alguna razón no puedo parar de correr.<br /><br />La adrenalina recorre todo mi cuerpo y siento cómo la sirena de la policía parece que se revela en algún punto del fondo de la calle. No creo que vengan en ayuda de la mujer que sigue gritando en algún lugar, ni en refuerzo mío para dar caza a este imberbe maleante; es mera coincidencia, pero ha avivado las zancadas del ladrón que acelera el paso, el muy capullo. Su ímpetu, o quizá su miedo a verse apresado, se ha cobrado una presa; se ha llevado por delante a una pobre mujer que cae entre la acera y el asfalto y se golpea contra un coche que está parado junto al bordillo. No puedo pararme a auxiliarla; murmura y aúlla de dolor cuando paso a su lado. Me es imposible frenar, voy a perder al muchacho que gira en la siguiente bocacalle. Él aparta a otros dos transeúntes que quedan desestabilizados delante de mi carrera. Mis manos retiran a uno de ellos y logro esquivar el trance del segundo, aunque estoy a punto de resbalar, el suelo está muy mojado.<br /><br />La pequeña travesía por donde se ha lanzado ahora el joven ladrón está enmarañada de gente que cubre las aceras taponando la vista con los paraguas. Es estrecha y sólo le intuyo cuando alguna persona hace un movimiento brusco apartándose, supongo que avasalladas por el muchacho.<br /><br />Con una intuitiva acelerada, ha cruzado la calle para cambiarse de acera; un coche está apunto de arrastrar al muchacho pero ha conseguido esquivarle en el momento preciso, el pitido del vehículo me ha acelerado a mí, aún más. Rápidamente copio su acción y le sigo atravesando el asfalto sin mirar. He tenido mejor suerte, ningún coche que se mueva en mi camino.<br /><br />Hay personas que se apartan y se quedan impresionadas mientras nos ven pasar. Mi aliento no creo que dé para muchos metros más, estoy teniendo problemas para respirar y no he acortado la distancia que nos separa, cuando veo que el ladrón gira en un callejón que tiene inclinación ascendente. ¡Joder!<br /><br />Intuyo que el muchacho ahora sí me ha visto y acelera sacando fuerzas de no sé dónde. Intento girar para no perderle el rastro y resbalo en la curva que tiene la acera carcomida y llena de charcos antes de empezar la cuesta. A continuación topo con una mujer que sale de un portal e intenta esquivarme sin conseguirlo. Es un momento inenarrable. Percibo miles de colores y una sensación que golpea todo mi ser. Sin embargo, sé que hemos caído los dos. Y, una vez en el suelo, hemos rodado unos segundos fruto de la velocidad que yo llevaba. Cuando quiero reaccionar, escucho lánguidos lamentos a mi lado acorchados bajo mi fuerte respiración. Sólo entonces soy consciente del daño que le he podido causar a la pobre mujer con la que he topado. Y, en ese preciso instante, una pregunta me invade, ¿por qué he salido corriendo tras ese muchacho? ¿Por qué? Quizá tenga luego de qué arrepentirme.<br /><br />Me ayudo de mi antebrazo derecho para incorporarme y el corazón me golpea de súbito al ver sangre cubriendo una de las mejillas de la mujer. Ella se mueve torpemente y descubro sus ojos que vagan sin mirar a ningún lado en concreto; son registros de estar mareada.<br /><br />Estoy nervioso y confundido. No sé ahora cómo reaccionar, pero trato de trasmitir una tranquilidad, que incluso a mí me falta, a la mujer que parece buscar una explicación a lo que ha ocurrido, aunque sólo resuella con dolor en su semblante.<br /><br />Tras unos momentos de tensión y desconcierto la ayudo a incorporarse mientras rebusco en mi mente palabras de ánimo. Inesperadamente algo me alarma. Alguien empieza a lanzar vocablos malsonantes cerca de la esquina de la calle no muy lejos de donde nos encontramos la mujer y yo, buscando aún el equilibrio perdido.<br /><br />No sé cómo, pero he podido levantar mi cuerpo, y con esfuerzo, también el suyo. Cuando me giro sin soltar a la mujer de entre mis brazos siento que dos hombres, manchados y enfundados en monos de trabajo de color cobalto, vienen corriendo hacia mí gesticulando con sus brazos alarmantemente. El más pequeño me hinca su ardiente mirada al tiempo que se muerde la lengua. No me gusta lo que veo. Mi magullado cuerpo se niega a reaccionar. Viene hacia nosotros sin freno, como un toro en los encierros.<br /><br />A su llegada, el hombre más bajo me increpa sin darme tiempo a hablar, y me empuja separándome de la mujer que aún se sujeta la cabeza con una de sus manos; la sangre de la herida que tiene en el pómulo no para de correr. Entre sus dedos veo claramente el golpe que se ha dado en el rostro, la carne está desollada y parece que se va a inflamar de un momento a otro. Uno de los obreros la sujeta por los hombros para que no caiga al suelo y los otros dos me rodean con malas intenciones.<br /><br />Levanto mis manos y trato de explicar lo que ha ocurrido. Pero no parecen muy interesados en escucharme y dialogar. Sus insultos aceleran mi estado. Piensan que he querido robarla o qué sé yo. Me empujan y me agarran por el pecho, no ofrezco resistencia, pues no he hecho nada, pero sólo mi conciencia lo sabe. Me siento impotente, ¿cómo es que no han visto segundos antes, al muchacho con el abrigo a cuadros y con un bolso de mujer bajo su brazo?; por un instante dudo si corrió por este callejón. Súbitamente, presiento que estoy en problemas.<br /></div>Enseguida expreso mis disculpas y trato de serenarlos pero el pequeño vocea y apenas oye lo que le digo, es más, creo le gusta el tono que él mismo está alcanzando, pues no se atiene a nada. Inesperadamente, me golpea con su cabeza. Me ha dado en la barbilla con su dura frente, el muy... Percibo el peligro e intento distanciarme, cuando de pronto, veo llegar delante de mis ojos una mano tiznada de blanco, yeso o algo similar. Esto tampoco me lo esperaba. Mis piernas fallan al mismo tiempo que un relámpago se aviva en mi cabeza. No me cabe duda, me ha alcanzado de lleno. Al momento, la ausencia de color me cubre por completo. Creo sentir en un segundo plano el frío del suelo y la lluvia sacudiéndome en la cara, cuando todo se va diluyendo poco a poco...<br /><em><span style="font-size:130%;color:#ffcc00;"><strong>MiánRos <span style="color:#ffffff;">(quedan todos los derechos reservados sin permiso de su autor)</span></strong></span></em>La cueva del Eskarkamhttp://www.blogger.com/profile/05929401500360146599noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8906884004398713552.post-89873199893535864732010-02-04T11:28:00.000-08:002010-02-04T12:01:51.478-08:00Muéstranos el escritor que hay en ti (junio 2009)<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhXoQMIMfo0NwJLwF4ANBnm8Jbxui5B53swUXfNUqgF0BHJkypzCkY2OmzDwGB_Bu27ajN2OnL2N5jsVsKmI_KOpnboHLoWLWX-BKPKak0qRRE-I0RlfH1b3WdOijVHh5pk4_qyJ4xQ2Cc/s1600-h/Relato-corto.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5434478135990901218" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 400px; CURSOR: hand; HEIGHT: 86px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhXoQMIMfo0NwJLwF4ANBnm8Jbxui5B53swUXfNUqgF0BHJkypzCkY2OmzDwGB_Bu27ajN2OnL2N5jsVsKmI_KOpnboHLoWLWX-BKPKak0qRRE-I0RlfH1b3WdOijVHh5pk4_qyJ4xQ2Cc/s400/Relato-corto.jpg" border="0" /></a><span style="font-size:180%;"><em><strong><span style="color:#ffcc00;"></span></strong></em></span><br /><span style="color:#ccccff;"><em>Trabajos para el concurso "Muéstranos el escritor que hay en ti (junio 2009)".</em></span><br /><span style="color:#ccccff;"></span><br /><span style="font-size:180%;"><em><strong><span style="color:#ffcc00;">Utopía de escritor</span><br /></strong></em></span>No sé si hacerlo.<br /><br />Es un relato corto, terminaré pronto...<br /><br />¿Por qué siempre trato de ponerme a prueba? Ha sido un día difícil. No quiero decir con esto que los demás sean fáciles.<br /><br />Clavo la vista en la hoja en blanco. No obstante y aun sin girarme, la percibo. Ella llega por mi espalda, roza mis hombros, me besa.<br /><br />─Cariño, me acuesto, ¿vienes? ─me susurra. Ha sonado bien.<br /><br />Consumo un segundo, donde no contesto.<br /><br />Sin embargo, espiro en silencio; mi vista se eleva y reincide en la estantería llena de libros: Cervantes, Verne, Follett... ¿Qué puedo aportar yo que no esté escrito? ¿Acaso tienen cabida mis textos para conmover a alguien?<br /><br />Vuelvo a apreciar su ternura incitándome mi ser.<br /><br />─Acuéstate, vida ─musito no obstante, sin atreverme a mirarla─. Voy a escribir.<br /><br />La candidez de su presencia se va.<br /><br /><span style="color:#ffcc00;"><em><span style="font-size:130%;">Mián Ros</span></em></span><br /><br /><br /><p><em><span style="color:#ffcc00;"><strong><span style="font-size:180%;">El humilde Lylén.</span></strong><br /></span></em><em>La sabia Madre reunió a sus hijos. Les otorgó una taleguita antes de verlos partir.<br />Pasaron muchos años, y sólo Lylén volvió, cabizbajo y triste.<br /></em></p><p><em>─¿Por qué lloras, hijo mío? ─preguntó Madre.<br /></em></p><p><em>─Vengo de enterrar al último de mis hermanos, junto al primer frutal que sembré.<br /></em></p><p><em>─¿Qué hallaste en tu taleguita?<br /></em></p><p><em>─Diez semillas.<br /></em></p><p><em>─¿Sólo?<br /></em></p><p><em>Él asintió.<br /></em></p><p><em>─No, hijo mío. Encontraste humildad, paciencia y conocimiento para ver la cosa más pequeña como si fuera grande, cada segundo como si fuera eterno.<br /></em></p><p><em>»¿Sabes que llevaban tus hermanos?<br /></em></p><p><em>Lylén no respondió.<br /></em></p><p><em>─Mucho más que tú, y encontraron: valor, fortaleza, dinero... pero nunca comprendieron la Vida como la concebiste tú. Ahora ve, y sigue ViViendo.<br /></em></p><p><em>Lylén no dijo nada, y se marchó.<br /><br /><span style="color:#ccccff;">Moraleja: No es más feliz el que más tiene, si no el que menos necesita. Disfruta del “presente”, pues “ya”, es pasado.<br /></span><span style="font-size:130%;color:#ffcc00;">MiánRos</span> </em></p><br /><br /><p><em><strong><span style="font-size:180%;color:#ffcc00;">Título: ...</span></strong> </em></p><p>Y Marilyn... Murió. </p><p>─¿Ya está? ¡¿Pero ochocientos caracteres dan para algo más?! ¿Por qué me mira así? ¿A qué se debe ese silencio? ¿Acaso esos puntos suspensivos son la traducción y el conjunto de la totalidad de una vida? ¡Ah, vaya! Así que se trata de eso. Un relato minimizado a tres insignificantes puntitos. Usted es de los que piensa que las historias están rellenas de acontecimientos insustanciales, que la vida se reduce a nacer y morir, sin revoltijo ni tintes. Pues le voy a decir una cosa: si la Marilyn que usted menciona es la misma que yo estoy pensando, jamás murió, ni morirá. ¿Cómo? ¿Por qué endurece su gesto? ¿La suya tampoco? ¿De qué diablos estamos hablando entonces? ¿Que me he zampado el hueco de sus ochocientos caracteres? Sabe qué le digo:<strong> <span style="font-size:130%;">...<br /></span></strong><em><span style="font-size:130%;color:#ffcc00;">MiánRos</span></em></p>La cueva del Eskarkamhttp://www.blogger.com/profile/05929401500360146599noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-8906884004398713552.post-91612749696398807852010-02-04T11:14:00.000-08:002010-02-04T13:04:30.716-08:00Concurso Renfe Cercanías (6-V-2009)<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjIbuDvycAjOqioxcMOiFmxGLIO6Pqac2hlju7VdBKVNox-2JZlT2Dq8ATTyBa-kUErKOoJNi6ojRNUD063Jh1eaR5f1KKOQOmJnaPrYT4xl1mHpeaCPtH0qbkU_yMkrxnnBUGo7lWFhl8/s1600-h/Tren.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5434470508311860210" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 400px; CURSOR: hand; HEIGHT: 124px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjIbuDvycAjOqioxcMOiFmxGLIO6Pqac2hlju7VdBKVNox-2JZlT2Dq8ATTyBa-kUErKOoJNi6ojRNUD063Jh1eaR5f1KKOQOmJnaPrYT4xl1mHpeaCPtH0qbkU_yMkrxnnBUGo7lWFhl8/s400/Tren.jpg" border="0" /></a> <span style="color:#ccccff;">Trabajos de <em>MiánRos</em> para el "Concurso de Renfe Cercanías (6-V-2009)".</span><br /><br /><em><span style="font-size:180%;"><strong><span style="color:#ffcc00;">Mi viaje, Es </span></strong><br /></span></em><strong><span style="font-size:130%;color:#ffcc00;"><br /></span></strong>El viaje es algo más, que las ganas de ir y de volver.<br />Es la risa, el llanto,<br />el brillo plateado de ese pez.<br /><br />Las velas de aquel barco, el rumor de tu ser;<br />aquella nube perdida, que no supiste ver.<br />Mi viaje no es sueño, sin ese momento de sed,<br />sin ese hórreo sin cedro, sin el color de tu piel.<br /><br />El viaje es algo más, que las ganas de ir y de volver.<br />Mi viaje no es sueño.<br />Mi viaje, Es.<br /><br /><em><span style="font-size:130%;color:#ffcc00;">MiánRos</span></em><br /><div align="center"><em><span style="font-size:130%;color:#ffcc00;">* * * * *</span></em></div><strong><span style="font-size:180%;color:#33ccff;"><span style="color:#ffcc00;"><em>Mi Tren</em></span><br /></span></strong>Recuerdo cuando cogí mi Tren. Sin prisas, sin peso, con mi trocito por crecer. Dejadamente viajé, traqueteando despacio callado ruidoso, sencillamente marché y esperé, marché y esperé, marché y esperé.<br />Me giro, te advierto, parada en el andén. Te miro, me miras, nos vemos, te subes a mi Tren, con tu maleta de risas y tu miedo de mujer. Yo entro en el tuyo ahora, fundiéndonos en un solo Tren.<br />Y nos dejamos llevar, mientras envejece nuestra piel. Pero no importa, he aprendido y tú también, que la felicidad viene de la mano, si compartimos el Tren.<br /><em><span style="font-size:130%;"><span style="color:#ffcc00;">MiánRos</span><br /></span></em>La cueva del Eskarkamhttp://www.blogger.com/profile/05929401500360146599noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8906884004398713552.post-44244726354192805312010-01-27T13:09:00.000-08:002010-01-27T13:22:57.858-08:00<div align="center"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgq1A8jJlnAYKRImkfVbPqUc47lizC3_OZKaAyHlKeU3gtaPONYRxh-RmbvQFzexy807lBbF8IED81KkjkpO3LFp65ydXakFDyMunSKDwNvfVB0MMDQZ4J1M7sZl4Y5Dnv1JZ4piZlwkDY/s1600-h/HOY.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5431532475016123074" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 400px; CURSOR: hand; HEIGHT: 274px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgq1A8jJlnAYKRImkfVbPqUc47lizC3_OZKaAyHlKeU3gtaPONYRxh-RmbvQFzexy807lBbF8IED81KkjkpO3LFp65ydXakFDyMunSKDwNvfVB0MMDQZ4J1M7sZl4Y5Dnv1JZ4piZlwkDY/s400/HOY.jpg" border="0" /></a><span style="color:#33ff33;"> <strong><span style="font-size:180%;">HOY </span></strong><br /></span><div align="justify">Si algo he aprendido Hoy, es a mantenerme al margen. Al margen de Mañana, que preñará otro Hoy cuando se acerque. Margen disfrazado si la distancia que lo separada de uno se desliga del filo. Filo de la incipiente piel, mi piel. Piel que lleva el riesgo. Riesgo de tropiezo. Riesgo de llegar a no sentirse. Y cuando pronuncio “no sentirse”, mi voz se llena de palabra. ¿Quién no se ha llegado a no sentir alguna vez? No ver el Hoy que traerá el mañana. La mañana de millones de mañanas que se acercan sin dolor. Y sin embargo, hay dolor, y siempre imaginado.</div><br /><div align="justify"></div><div align="justify">Al contrario que la Luz que viaja, surge, se eleva, baja y después se va. Pero vuelve, siempre vuelve, y lo hace sin dolor.</div><br /><div align="justify"></div><div align="justify">En cambio yo, tomo impulso, casi necesario, avanzo y voy, a veces con dolor, a veces no, pero siempre voy aunque descanso. Descanso cuando no voy, pero voy, nunca vuelvo. El día que vuelva será para nunca más ir.</div><div align="justify"></div><br /><div align="justify">Y he aquí la encrucijada, y yo ahí, clavado en ella. En ocasiones distraído. En ocasiones dispuesto, más que aburrido, más aburrido que dispuesto, pero ahí, pétreo y fiel. Y firmaría que curioso, tanto o más que un vigilante, como lo son las Cosas que desde su posición se atreven a observarnos. Y juzgan, acaso el paso por ejecutar, que no el ejecutado, ya olvidado sin remedio.</div><div align="justify"></div><br /><div align="justify">Y yo, ufano, arrogante por cobarde necesidad Hoy, o cobarde por accidente acaso en otro Hoy. Abrigado y hasta remangado. Dispuesto a no estarlo. Indispuesto pretexto a estar dispuesto a hacer algo pequeño que se vea grande, o grande que se vea pequeño, quién sabe; me conformo con que el tamaño adquirido dé sombra, sombra a veces requerida.</div><br /><div align="justify">Eso sí, ese algo debe llevar el vestido de Calma por dentro, y por fuera el de Intranquila Prisa. ¿Quién desea correr?</div><div align="justify"></div><br /><div align="justify">Ya perdí un zapato entonces, no pretendo arriesgar el otro; las prisas son para los jóvenes, como los jóvenes son para las prisas. La Calma no será Calma si es asaltada por la Prisa. Y no es Prisa, sino Calma, la que preciso. Ya caminé a ciegas sin camino, corriendo por vivir.</div><br /><div align="justify"></div><div align="justify">Si algo he aprendido ha sido Hoy. Camino sobre el camino. Camino sin camino. Cadencia repetida que acompañó mi crecer, el amanecer. Y así será también Hoy, cuajado por la luz de la mañana.</div><br /><div align="justify"></div><div align="justify">Y hoy cargo sobre mí, otro HOY. Y ahí va o voy, mi yo y HOY, uno sobre otro, y otro sobre uno, formando un dejo divertido. Pero mi dejo no es dejo cuando dejo a lo lejos el margen y veo El Bote. Ahí viene, o va. Tal vez si va lo coja, si viene no; no preciso venir sino ir. </div><div align="justify"><br />El Bote. Es de larga proa. Descubro gestos perfilados de rimel descorrido; labios apretados en rictus doloridos, afónicas arrugas que se niegan a morir.El Bote. No siempre se arrima lo necesario, ni necesario es o será siempre que se arrima; pero esta vez lo hace, como otras veces. Y heme aquí visto desde allí; y siento que me ve. Enfila la orilla, mi orilla. El margen de todos los márgenes. Y va... no viene. Y hay dolor, y no lo hay...Sin embargo, si algo he aprendido Hoy, es a no subir al Bote, al Bote de Mañana. </div><br /><div align="justify">Hoy no. Lo haré en otro HOY, pero Hoy no.</div><br /><div align="justify"></div><div align="justify">* * *<br /><em><span style="font-size:130%;color:#ffcc00;">MiánRos </span><span style="color:#ffff66;">(Quedan reservados todos los derechos sin el consentimiento del autor)</span></em></div><div align="justify"><em>* * * * * * </em></div></div>La cueva del Eskarkamhttp://www.blogger.com/profile/05929401500360146599noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8906884004398713552.post-6892326898357620712010-01-22T03:00:00.000-08:002010-01-22T03:05:31.576-08:00<div align="center"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiXWW1eZQmB0maKWQpk2Q41WOVmGYDZjhcIxl-ovDHPm8TyMbQM29dy22Ur6a4COa9238RtgSyeYuJdsvjoosO-j0Sp5mxjFE8jsfy93YVOpRYcxA39smfDFu4Avgrjth2yGOrEq7TnVUU/s1600-h/ANGELES-DE-CARTON---RETAZOS.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5429517622360860098" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 349px; CURSOR: hand; HEIGHT: 400px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiXWW1eZQmB0maKWQpk2Q41WOVmGYDZjhcIxl-ovDHPm8TyMbQM29dy22Ur6a4COa9238RtgSyeYuJdsvjoosO-j0Sp5mxjFE8jsfy93YVOpRYcxA39smfDFu4Avgrjth2yGOrEq7TnVUU/s400/ANGELES-DE-CARTON---RETAZOS.jpg" border="0" /></a><span style="color:#ffcc00;"> </span><span style="font-size:180%;"><span style="color:#ffcc00;">ÁNGELES DE CARTÓN</span><br /></span><span style="font-size:130%;">Capítulo 1. Delirios (3/3)</span></div><p align="justify"><span style="font-size:130%;">Él, me conoce bien, me refiero a mi inexpresivo bolígrafo de tinta azul, pero para quien no me conozca distinguirá en mí a primera vista un cincuentón, de pelo negro, aunque cada vez menos, eso sí, descuidado y al filo de la dejadez; hubo mejores momentos donde estuve bien peinado y de mejor ver. De lejos, podría aparentar ser un ejecutivo de talante grave y bien formado, camisa blanca, chaqueta oscura a juego con los pantalones, de cuya base surgen un par de zapatos que carecen de lustre como todo el traje y la piel de mi cuerpo que se arruga con los días asomando bajo la tela gris. Pero aún es más triste la desmayada corbata que me acompaña allá donde voy. Para ser justo he de añadir que nunca he sabido hacerme el nudo. Y los zapatos que desgasto buscando la senda que una vez se borró bajo mis suelas, son de los que no llevan cordones. La verdad, no me gusta perder tiempo en pequeñas memeces de las que he podido descubrir que está el mundo lleno. Ya se encargaba Débora de minar mis pilares de estabilidad moral exclamándome en sus habituales momentos de cólera: “eres un desastre”, una frase machacona que siempre tenía en boca cuando me enfrentaba al reto del espejo y las volteretas circenses de manos y tela, intentando formar un buen nudo en la corbata; tal vez la llegue a dar la razón en algún momento, pero a día de hoy, no veo la importancia de semejante paño que apenas deja respirar; será por eso que acostumbro a llevar el nudo suelto, dejando caer la tela desfallecida sobre mi pecho como un lienzo decorativo que, quizás, me persuada un tanto, o poco más, para no mandarla a hacer puñetas. Sin embargo, me engañaría si pensara sólo eso del pequeño complemento que duerme sobre mí, ya que sé por qué aún lo conservo como parte de mi propiedad.<br /><br />Fue Débora quien me la regaló el mismo día que Ángela cumplía su primer añito. No tendría suficiente espacio en estas páginas que me esperan en blanco para describir aquella comida que compartimos los tres... me remitiré a decir que fue... ─tomo para mí un suspiro y fluye en la intimidad de mi ser la sensación, que no la palabra─, inolvidable. Y seguramente, y sin todo lo que llegó a evocar en mi corazón esa diminuta prenda desde aquel día, ya la abría tirado al cesto de la basura o regalado a cualquier compañero de la calle más necesitado que yo, que los hay, y tristemente son muchos. Un regalo absurdo, por otra parte, aunque mirándolo desde el punto de vista de la necesidad, siempre podría venderla y sacar al menos para un bocadillo o canjearla por unos cuantos días de cafés con leche y bollos con los que defender los gritos del estómago.<br /><br /><br />Qué casualidad, de repente una moneda chinchinea en la acera y me aleja por un segundo de lo que escribo. Son veinte céntimos de euro, dorados como alguno de mis sueños, que desaparecen de inmediato bajo un guante de color verde pistacho, roto en sus extremos, por donde asoman unos dedos mal lavados, mejor dicho, sin lavar; son de mi compañero de cartones; todo el mundo le conoce como Casca, yo también, y me satisface que camine junto a mí en la senda que me tiende la vida.<br /><br />Le veo que saluda respetuosamente a la persona que le entrega un poco de bondad. Me guiña el ojo mientras me nombra:<br /><br />─Champalán ─murmura con su particular forma de pronunciar la “c” que muda a favor de una “s”. Champalán es el nombre con el que me bautizó él mismo cuando nos conocimos, no sé a santo de qué, pero la verdad, no me incomoda demasiado. Hasta estoy consiguiendo amoldarme como si hubiera respondido a ese apodo toda la vida, sólo espero no olvidar mi nombre verdadero, el que dejaré en la memoria de los que me conocen cuando me vaya.<br /><br />Vuelvo a lo mío, pero antes veo a Casca que se levanta, se aleja de mi lado y se va. En fin, soy sumamente sensato para saber que no tengo el aspecto de un indigente, como puede tenerlo él, aunque ahora empiece a sentirme como uno de ellos, y viva, en cierta forma, como lo hacen ellos. Pero por desgracia es algo más que esta exigencia mía que insiste en relacionarse y filtrarse entre los vagabundos más necesitados de la ciudad. Quizá esté equivocado, pero siempre me he dejado guiar por mi intuición. Y esta vez, cómo no, ha sido una señal la que me puso sobre el paradero de mi niña. De alguna manera esa señal me decía que debía zambullirme entre la pobreza más indigente de estas calles de Madrid, sólo así sería capaz de dar con mi hija. Y aquí estoy, sin más armas que mi anhelo, y sin más consuelo que el de escribir, con la esperanza de encontrarla en algún momento...<br /><br />Y es por ello que diariamente analizo cientos de transeúntes, qué digo cientos, miles; la condición de vivir en la calle me da ahora ese privilegio que otros apenas se han parado siquiera a pensar. Aunque he comprobado en mis carnes que es un privilegio demasiado caro para la agonizante miseria que he llegado a respirar, noche tras noche, en este asfalto plagado de escondrijos rociados de orín que se mezclan con las ambiguas sombras de la ciudad. Aun así no renuncio a pervivir entre los necesitados y los flojos de voluntad. Mucho antes de sentir la señal de Ángela y echarme definitivamente a la calle, yo tampoco me hubiera visto así, en medio de toda esta penuria. Pero he sido yo, no culpo a nadie carnal que sí a las circunstancias, el que ha roto este raíl para que el vagón donde viajaba volcara, y así poder vivir, fuera de la ruta donde estaba encarrilado como si fuera un número de una serie matemática interminable.<br /><br />Aún trato de recomponer los trozos rotos de mi vida, pero cuando busco, algunos pedazos se han perdido y otros no encajan en el maltrecho mosaico de mi razón.<br /><br />Entonces caigo en la cuenta y me sostengo con el bálsamo del consuelo, pues dicen que: “la vida te da una segunda oportunidad...” Yo, sentado en este aislado apeadero, sigo esperando. Mientras, muevo y giró las piezas que todavía están aún por ajustar en el incompleto puzzle que una vez se revolvió empañando mi memoria.<br /><br />Con todo, me esfuerzo y recuerdo que Débora era una mujer difícil, quizá por eso me gustaba, sentía un mono irresistible cuando estaba cerca de mí, era un reto incomparable. Tal vez fuese esa, inconscientemente, la razón por la que me casé con ella. Pues aunque había detectado todos sus defectos y manías, fueron sus muchos valores los que me empujaron definitivamente a sus pies; demasiados, para haber ofrecido un no por respuesta el día que acudimos a él, al cura que nos unió ante Dios, del que por cierto, no recuerdo ni un rasgo de su rostro, ¿por qué será? Aunque sí tengo una vaga silueta de ese hombre: era mayor en edad pero bajo en estatura, y su voz sonaba aburrida y poco armoniosa bajo aquella cúpula decorada de angelitos que parrandeaban desnudos y sin sexo por las paredes llevándose mi concentración en más de una ocasión. Lo que sí recuerdo con mayor énfasis, aunque la tensión no me dejó disfrutar del momento, fue el instante en que apareció ella, Débora, toda envuelta en blanco como vestida de cisne. Otro momento inolvidable.<br /><br />Mi visión se nubla, pese a mi dura oposición, encima de estas últimas palabras que acabo de escribir. Vacilo, tratando de coger el aliento suficiente como para proseguir. No sé cómo, pero lo he conseguido.<br /><br />Cada momento que pasa me cuesta más empuñar entre mis dedos, agarrotados de frío, a mi querido compañero BIC y ponerme a escribir encima de este papel. Es curioso lo repetitivo que llega a resultarme a veces lo que escribo. Tengo que hacer uso de mi imaginación para que lo que trato de trasmitir resulte diferente, aunque, ¿a quién quiero engañar? Hace muchos días que no he recibido ninguna señal, por tanto no sé qué escribir... ¿Acaso me estoy alejando de mi niña?<br /><br />─¿Ángela? Si estás ahí, dirígeme el camino... sabes que iré ─musito para mí. <em><span style="color:#00cccc;">(Fin del capítulo)</span></em></span></p><p><em><span style="font-size:130%;"><span style="color:#ffcc00;">MiánRos </span>(Quedan todos los derechos reservados sin el consentimiento del autor).</span></em></p><div align="center">* * * * * * * * * *</div>La cueva del Eskarkamhttp://www.blogger.com/profile/05929401500360146599noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8906884004398713552.post-47093154863807953402010-01-14T11:16:00.000-08:002010-01-14T11:37:52.223-08:00LA CAJA DE PINCELES<span style="color:#ffffff;"><span style="color:#99ffff;">Fragmento de uno de los capítulos de la novela que estoy fundiendo en la forja de Window. Todavía el escrito está sin la corrección exhaustiva, e incluso puede sufrir algún cambio de texto, ya que estamos hablando del primer borrador.<br />* * * * * * * * *</span><br /></span><span style="color:#ffcc00;">(Fragmento: <em><span style="font-size:130%;">La Caja de Pinceles</span>)</em></span> <span style="color:#99ffff;">El título también es provisional.<br /></span><br /><div align="justify">Giuliana no parece consciente de las súplicas silenciosas de su nieta y, embaucada en sí misma, abre el libro y rebusca la línea donde interrumpió la lectura.<br />Immacolata pierde por momentos la serenidad que había alcanzado y se entromete, a sabiendas del malestar que puede generar nuevamente en su querida abuela.<br /></div><div align="justify">─¿Ha llegado el momento, para qué? ─le pregunta; alcanzando el tono de crispación que seguramente había pretendido.<br /></div><div align="justify">Giuliana interrumpe un balbuceo, quizá debido a la satisfacción de haber encontrado el texto que buscaba, sin embargo alza los ojos. Enseguida tropieza con las pupilas desafiantes y negras de su nieta que parecen esperar una respuesta.<br /></div><div align="justify">La abuela suspira, baja su mirada, cierra el libro y vuelve a levantar la vista hacia su nieta, todo de un modo tenso, pero perezosamente y por ese orden.<br /></div><div align="justify">─¿Por qué te pones así? ─le pregunta.<br /></div><div align="justify">─¿Ha llegado el momento para qué, abuela? ─repite la muchacha sin pestañear.<br /></div><div align="justify">─Ay, la pequeña Maco. ¿Acaso has olvidado qué día es mañana?<br /></div><div align="justify">Maco, como cariñosamente la llama su abuela, rebusca rápidamente en su conciencia, en medio del malestar que no hace sino alterar su comportamiento y... ¡No encuentra nada! “¿Qué tiene que ocurrir mañana? ¿Hay algo especial que he pasado por alto?”.<br /></div><div align="justify">Maco sabe que mañana será un día de clase sin más, viernes para ser más exactos, y quizá las horas de clase sean tan aburridas como lo han sido durante toda la semana. Pero de pronto, cae en la cuenta de la pregunta de Giuliana, y la respuesta le viene a la memoria de sopetón. Justo cuando sus palabras quieren brotar de sus labios, su abuela se adelanta.<br /></div><div align="justify">─Mañana es tu cumpleaños ─le recuerda su abuela; su voz y sus ojos se han llenado de satisfacción, a pesar de que su ánimo aún sigue dolido.<br /></div><div align="justify">─Es cierto. ¡Qué tonta! ─se reprende a sí misma Maco.<br /></div><div align="justify">Ella sabe de sobra que ha sido una semana extraña y dura, incluso ha discutido con mamá y con alguna que otra amiga del instituto en plena fase de exámenes. Quizá todo ese malestar se ha acumulado y haya repercutido en la febril indisposición actual.<br /></div><div align="justify">─Dentro de unas horas cumplirás los dieciocho ─expresa Giuliana.<br />Maco no dice absolutamente nada. Se ha quedado en blanco, superada por su mala cabeza.<br />─Cierto día como hoy, y faltando unas horas para que yo cumpliera los dieciocho años, Bianca, mi abuela, puso en conocimiento mío estos escritos y el peso y la responsabilidad que significaban realmente.<br />Maco toma conciencia de lo que acaba de escuchar, simplemente por el tono confidencial expuesto por su abuela Giuliana. El día de su cumpleaños se va de golpe de su cabeza igual que vino, y su concentración se ajusta únicamente en la relevante noticia que acaba de recibir. Por tanto, su expresión cambia; por un segundo parece que hasta el malestar la ha abandonado.<br />─¿Un legado? ─pregunta, llevada por la curiosidad.<br />─Podría decirse que sí ─es la respuesta que recibe─. Y muy antiguo, Maco.<br />─¿Cómo de antiguo?<br />─La respuesta a esa pregunta, y cuantas te puedan surgir, están en estas mágicas hojas. Pero sin duda es un legado que data del siglo XVI, la época donde el Renacimiento se hacía paso en la vieja Europa.<br />─¿Y es muy importante?<br />─Ya lo creo.<br />Maco traga saliva, mientras las ganas de interrogar a su abuela la dominan irrefrenablemente. Sin embargo no sabe por dónde empezar, no sabe qué decir. Es su abuela la que interviene de nuevo, prosiguiendo con la importancia que rodea a aquella historia.<br />─Ahora este manuscrito te pertenece ─indica─, y lo que en él se manifiesta también, como a mí me perteneció hasta llegado este momento, y como a ti te pertenecerá hasta que la primera de tus nietas cumpla los dieciocho años.<br />─¿De abuelas a nietas? ¿Y qué pasa con las madres?<br />─Yo me hice la misma pregunta entonces, pero no obtuve respuesta. Así que no podría explicarte el por qué de esa irregular secuencia genealógica, y por qué una generación quedaba aislada del conocimiento de este legado, pero en fin, así es.<br />─¿Y si yo muriese antes de que llegase el día del traspaso del legado?<br />─Buena pregunta. Veo que eres más avispada y preparada que yo en mi tiempo. Yo sólo llegué a ese razonamiento muchas semanas después.<br />─¿Encontraste la respuesta?<br />─Debiera decirte que no; y así fue, pues no la encontré. Fue ella la que me encontró a mí.<br />─¿¡Abuela!? ─Maco cierra los ojos un tanto consternada.<br />─Es cierto Maco, no pierdas los nervios. Desde el momento en que recibí este libro antiguo una fuerza innatural empezó a fluir cada vez que me acercaba a él y lo tocaba.<br />─Ahora sí que parece un cuento, abuela.<br />─¡Puedes creerme! Ciertamente sucedía así. Era como si el Libro tuviera vida propia, y el Espíritu que custodiaba sus mágicas hojas me ayudase.<br />─¿Quieres decir que cualquier duda que te surgía entonces, el Espíritu del Libro te lo resolvía, sin más?<br />Giuliana simplemente despide una sonrisa involuntaria en respuesta.<br />─¡Oh, vamos, abuela! ¿¡No pensarás que voy a tragarme eso!?<br />Antes de que la protesta de Maco se aleje de sus labios, Giuliana abre de par en par sus viejos ojos y echa una mirada desafiante a su nieta.</div><div align="justify">─Lo harás ─sentencia arrastrando su mirada hasta la joven─. Y cuando sepas el verdadero significado que trato que entiendas, aún más. <span style="color:#66ffff;">(<em>continuará</em>)</span></div><div align="justify"></div><div align="justify"><strong><span style="font-size:130%;"><em><span style="color:#ffcc00;">MiánRos</span></em> </span></strong><em>(Quedan reservados</em> <em>todos los derechos sin el consentimiento del autor)</em></div><div align="justify"><em>* * * * * * * </em></div>La cueva del Eskarkamhttp://www.blogger.com/profile/05929401500360146599noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8906884004398713552.post-59199182901636043392010-01-14T09:14:00.000-08:002010-01-14T09:25:13.782-08:00<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgIVZiZ6EJ7YNtlOY729rT95ZvsJeRZk0qc06IE9b6IZHIjKk7tNQBpf_lvw1QE6Kn4Wn_zzy_0xJX5neZKLznyK_Jzp-hrRvQ3aMl8aglCloX-Vsbjfz9o4MQYLIDyC8r3FIShVoJLHXA/s1600-h/ANGELES-DE-CARTON---RETAZOS.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5426646559044880194" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 279px; CURSOR: hand; HEIGHT: 320px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgIVZiZ6EJ7YNtlOY729rT95ZvsJeRZk0qc06IE9b6IZHIjKk7tNQBpf_lvw1QE6Kn4Wn_zzy_0xJX5neZKLznyK_Jzp-hrRvQ3aMl8aglCloX-Vsbjfz9o4MQYLIDyC8r3FIShVoJLHXA/s320/ANGELES-DE-CARTON---RETAZOS.jpg" border="0" /></a><br /><div><span style="font-size:130%;"></span><span style="font-size:180%;color:#ffcc00;"><em><strong>ÁNGELES DE CARTÓN</strong></em></span></div><div><strong><span style="font-size:130%;"></span></strong></div><br /><div><strong><span style="font-size:130%;">Capítulo 1. Delirios (2/3)</span></strong></div><br /><div></div><div>Pues bien... Desde este desabrigado lugar que tomo como cama y como todo, me he acostumbrado a observar, más que a escribir, mientras descubro de una forma diferente a las personas. Ellos andan, corren, se detienen, pero no me ven, o no quieren verme, aunque yo sí que los veo, a todos, sin excepción. Me unto y me entretengo con sus gestos; algunos son alegres, otros tribales, pocos hay trasparentes mezclados entre los muchos opacos. Pero en conjunción, me espanta reconocer en ellos sus miedos. Miedo, que sensación tan sombría se descubre en mi conciencia simplemente con nombrarlo.<br /><br />Coloco la manta para que el frío no encuentre el pasadizo que forman mis piernas recogidas, mientras me deleito con una mueca que pasa deprisa.<br /><br />No me ha dado tiempo a digerir por completo ese gesto cuando una jovencita que se ha peinado una larga coleta negra, como el más puro de los chocolates que satinaron mis dientes alguna vez, me sonríe; me ha visto al pasar delante de mi sentada posición. “Gracias pequeña”, recibe mi respuesta, que espero sea para ella tan cálida como a mí me ha resultado la suya.<br /><br />Sin embargo, el grato momento ha sido siquiera un chispazo de ilusión ─suele ocurrir en estos casos felices─ porque al instante me doy cuenta de que vuelvo a ser un mero fantasma observador, apartado en la cuneta del trajín de la vida, como algo olvidado.<br /><br />Regreso a todos esos rostros que, precisamente hoy, se ocultan bajo grandes paraguas de polícromos colores, resistiendo la invisible avería que se ha producido en lo alto, en la asamblea de nubes. Un guiño de chifladura acude de repente a mí y me arranca involuntariamente una carcajada de mi interior mientras contemplo la aceleración que produce semejante contratiempo en las personas. “Infelices. ¡Correr, correr! No paréis”. Les digo para mí. “Iros con vuestra prisa a buscar más prisa. Ya llegará el tiempo de parar”.<br /><br />Pero qué ironía la mía, a veces me comporto como un desequilibrado o simplemente un estúpido, quizá lo sea, y de un modo insalvable. Mi risa es perversa y gélida, puesto que, coherente con la perturbación que me domina, sé que no acudirá a nosotros el ser humano capaz de arreglar semejante desperfecto, ni existirá escalera lo suficientemente alta que se incline para remediar el deterioro que se cierne sobre nuestras cabezas. No, no llegará el día, al menos yo no lo veré, ni ninguno de vosotros. Por lo tanto, no puedo ayudaros, ni vosotros mismos podéis hacerlo, y menos, salvarme a mí, ya nadie puede. Sólo cabe observar y abrazarnos los unos a los otros, y todos juntos esperar... todo lo que tenga que venir, no descuidéis, que vendrá.<br /></div><div>... </div><div><br /></div><div>Me he quedado en blanco, sé que es difícil, pero a veces me ocurre. Sólo entonces viene a mi memoria el pasado, y encarrilo la danza elegante que nace como un destello mágico en la punta de este pequeño cilindro de tinta que va dando carácter al blanco de estas páginas, revelando las letras que aprendí hace muchos años; doy gracias por haber tenido la paciencia y el orden necesario de guardarlas en algún lugar de mí, y que con esta edad que ahora me carcome doy por hecho que habría sido incapaz e improbable de haberlo conseguido; aunque sin embargo, mis ojos van más allá de esta escritura que parece que brota instintivamente de mi mano y se adosa en el papel, quién sabe si para siempre. Ojalá yo tuviera esa magia y pudiera hacer lo mismo y estacionarme para siempre en un lugar parecido, o considerable.<br /><br />El vacío de mi conciencia ha enlazado con una reflexión que caprichosamente viene a mí en el vagón de los longevos mutismos de mis ya frecuentes ausencias. Pasa rápido de largo y leo mi propia preocupación, pero lo recito para mí, acopiado en mi atmósfera solitaria:<br /><br />─“He llegado a convencerme de que no estoy en este mundo por voluntad propia. Fríamente, somos el resultado de una suma entre el deseo y el placer que disfrutaron otros. No obstante, y a fin de cuentas, tenemos que dar gracias a pesar de que seamos una consecuencia... Porque sin quererlo yo, nací. Como creo que todos nacemos”.<br /><br />De ese modo vino a este mundo Ángela, o Débora, su madre, que siempre quiso que naciera un cuerpecito de nube de algodón para estrecharlo entre sus pálidas manos; yo me sumé a ese estremecimiento que nos abarcó por entero a los dos; a Débora y a mí, el día del alumbramiento de nuestra pequeña Ángela; mi rubita de ojos dulces del color de las castañas en otoño. Con el tiempo, supe que nuestra hija no fue suficiente para remendar nuestro amor.<br /><br />Creo haber escrito estos últimos párrafos alguna vez, me encanta hacerlo, pero estoy seguro que las palabras danzaron de distinta forma, y los verbos que se me antojaron entonces fueron diferentes.<br /><br />Aunque me niego a volver atrás. No me gusta recordar cosas de mi pasado, pero mi mente es caprichosa y me asalta en los momentos menos insospechados.<br /><br />Y es que me acuerdo tanto de ella, de Débora, de mi primera y única esposa, que no pasan los días en los que alguna de las mujeres con las que me cruzo a diario por las calles, no me salpique algo que una vez descubrí en ella, mientras envejecíamos juntos, abrazados el uno al otro. Pero mis palabras no son del todo ciertas... porque aunque no me gusta comparar, ninguna se podrá igualar a Débora... ninguna.<br /><br />Pero hay algo más. Algo con mucha más fuerza en mis recuerdos, que cuando bosteza en mi mente y se presenta frente a mis ojos, me debilita, y me hace temblar; es el rostro de mi pequeña Ángela, el fruto que brotó del amor de Débora y mío, mi hijita. Y es ella quien se aparece delante de mí y nubla la ciudad que se alza tras su evocada silueta; es su menuda y dulce sonrisa, precisamente, la que domina mi mano cuando escribo y se vierten mis frases por la emoción, y el vínculo entre mi mente y BIC se diluye, y con él, mis sentidos. Sin embargo, sé que esa circunstancia es la que me mantiene vivo. Entiendo que es una conjunción de sentimientos, me suele ocurrir a menudo, pero no puedo hacer nada por evitarlo. En ese momento, soy consciente del vacío que siento en mi interior, y la necesidad que me obliga a dejar de escribir hasta alcanzar una abertura lo suficientemente amplia para no empañar mi visión y estropearlo todo. Si no lo hiciera, nada de la elegante curvatura de las grafías añiles que deja en su senda BIC se parecería a una palabra, ni siquiera a algo legible. Y quiero que mi escritura sea bien legible, que quede constancia de lo que desea mi corazón y anhela mi alma.<br /><br />Te quiero, Ángela. No sabes cuánto. Siempre te he querido... ¿Dónde estás, mi niña?...<br /><br />Aún tengo fe de que ella lea todo esto que escribo, ya que es la personita que se sienta en mi conciencia, por la que abro los ojos y para la que encadeno vocales y consonantes y todo tome sentido. Ojalá el destino tenga benevolencia con mi niña, allá donde esté, y conmigo, allá donde quiera llevarme; pero por Dios... que nos junte, que nos junte pronto, ya que mi terquedad alimenta este cuerpo para no perder las fuerzas y el poco aliento que ya empieza a escasear en mis reservas para dar con ella. La busco más allá de mis recuerdos, de mis dudas, e incluso, entre la contrariedad que emborrona mi pasado.<br /><br />Y sabed que es por ella, por la que deambulo entre las enmarañadas calles de esta ciudad, sin más armario que el pequeño maletín que parece adosado a mi mano derecha como un enorme detalle decorativo de mi piel; sin mayor cobijo que una pequeña Biblia de bolsillo para amenizar las gélidas inclemencias que presenta la intemperie, unos cuantos cartones y una manta que una vez cubrió el gozo de mi hogar, cuando se le podía llamar hogar.<br /><br />Ay, me ha vuelto a ocurrir, y la misma pregunta me interrumpe... ¿Cómo es posible que todos mis pensamientos confluyan hacia mi pasado? No quiero pensarlo, pero soy juicioso con mis sentimientos y sé que estoy apresado por los momentos ya vividos, soy reo y celda de mí mismo, es una pasión inevitable.<br /><br />Pero la realidad está ahí, y aunque trate de engañarme y camine mezclado entre personas, me siento solo; no importa, es una impresión que he llegado a asumir, sé que no le intereso a nadie. ¿Quién quiere saber cuánto sufre mi corazón, y cuán perdida está mi alma de mi cuerpo? ¿A quién le importa lo que a mí me pase y la verdadera razón por la que escribo? Nadie leerá ni uno, ni tres, ni cuatro, y siquiera volcar un interés sobre estos párrafos sabiendo de antemano que está escrito por un vagabundo. Nadie ahondará en unos textos recubiertos de melancolía que sólo definen mi desesperación y defienden la postura que he adoptado de vivir en la calle buscando a mi hija Ángela, por si una vez todo se dignara a cambiar.<br /><br />Me es por tanto fácil de adivinar que las emociones que voy encontrando a cada instante alrededor de mí, son mías y sólo mías. Y sin embargo, aunque no ocurriera nada de lo que pienso y todas estas hojas se perdieran, me da igual, escribir me reconforta y de alguna manera me evade del mundo que chilla ahí fuera. Es un limbo espiritual que cierro para mí en el que me acompaña mi ferviente compañero BIC quien hace visible mi pensamiento. Nadie más puede entrar si yo no quiero. <em>(continuará)</em></div><br /><div></div><br /><div><em><span style="font-size:130%;color:#ffcc00;"><strong>MiánRos</strong></span> (Quedan todos los derechos reservados sin el consentimiento del autor)</em>.</div><br /><div></div><br /><div>* * * * * * *</div>La cueva del Eskarkamhttp://www.blogger.com/profile/05929401500360146599noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8906884004398713552.post-65346621871906404232010-01-14T08:58:00.000-08:002010-01-14T09:13:25.532-08:00<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhlHboxzfx9cbXuUjSGkBDixze0o-nMluDz4ZNTSyCLwg7kLigroQOCiKUmJdwxfmybHHe4KCJWoUHYzShPF395X9PkUpUijoeW_3QsvRJ3HOaoCQIS8o8OhxI9RzgiZ0r0frWVrEgk8QQ/s1600-h/ANGELES-DE-CARTON---RETAZOS.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5426644281573901202" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 279px; CURSOR: hand; HEIGHT: 320px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhlHboxzfx9cbXuUjSGkBDixze0o-nMluDz4ZNTSyCLwg7kLigroQOCiKUmJdwxfmybHHe4KCJWoUHYzShPF395X9PkUpUijoeW_3QsvRJ3HOaoCQIS8o8OhxI9RzgiZ0r0frWVrEgk8QQ/s320/ANGELES-DE-CARTON---RETAZOS.jpg" border="0" /></a> <strong><span style="font-size:180%;color:#ffcc00;"><em>ÁNGELES DE CARTÓN</em></span></strong> <div align="justify"><br /><strong><span style="font-size:130%;">Capítulo </span></strong><a name="_Toc218581707"><strong><span style="font-size:130%;">1. Delirios</span></strong></a><strong><span style="font-size:130%;"> (1/2)<br /></span></strong><br />La mujer parece cansada, y quizá lo esté. Sin embargo intenta no volver a huir de las primeras líneas del texto, sin atreverse a más.<br /><br />Sólo un pestañeo acompaña la profunda inhalación donde dosifica el poco aire no afectado que aún perdura en la habitación, al tiempo que, posiblemente, su conciencia desmenuce un último recuerdo ya vivido, insensible, ojeando por el rabillo del ojo el descolorido gris del cielo que tapiza la ventana. Tal vez no sea ésta la razón que retiene su yo más íntimo la que le produce esa sensación de nostalgia, sino que medite sobre las primeras líneas del texto que acaba de leer y que le han llegado al corazón. Sea como fuere, se aleja del pliegue del cielo y vuelve al cuaderno y a esos primeros párrafos que ha llegado a memorizar, y como es lógico, no le hace falta volver a repetir para proseguir la lectura, aunque esta vez se compromete para sí a no parar. Y lee... pero, inconscientemente, lo vuelve a hacer desde el principio.<br /><br />***<br /><br />Ha empezado a llover. Fiel a mis costumbres y a la tristeza que me abriga en estos días de media luz, me he puesto a escribir.<br /><br />Era de esperar, todo mi engranaje ha arrancado, y como fruto, las líneas de mi compañero BIC aparecen sin pereza. Es una danza de pasos azulencos que surge como de un sueño y se alinea hermanada al papel frente a mis ojos. Son trazos elocuentes, sencillos y sinceros, y esculpen con la misma facilidad que respiro lo que guarda mi alma; espero al menos durar lo suficiente para darle un final digno a esta complejidad de formas que llamamos escritura.<br /><br />***<br /><br />Por un segundo la emoción la supera y deja de leer. Se ha vuelto a fallar a sí misma, y lo sabe. Todo está demasiado reciente, y también lo sabe; y a pesar de que quiere ser fuerte, está a punto de cerrar el cuaderno y posponerlo, que no a olvidarlo. Sin embargo es prudente, pues sabe que todavía no está preparada para dominar sus sentimientos de lo que pueda llegar a leer; pero eso... también lo sabe.<br /><br />No obstante, observa el texto y cree verle: escribiendo aquellas líneas en el rincón junto a la ventana, o sentado en la cama, acurrucado y sin hacer ruido; nunca lo hizo. Cinco segundos de reflexión donde toma la determinación que le falta, y sus ojos femeninos, tan cerca de la conmoción como lejos de la alegría, caen sobre lo escrito y se obliga a no parar... esta vez cree que no lo hará...<br /><br />Y con una necesidad palpitante, continúa leyendo...<br /><br />***<br /><br />Creo que es lunes, y por el trasiego y la forma de caminar que se respira en la calle es una hora punta, no me cabe duda. Inspiro y trato de filtrar la manifiesta agitación que registro; el olor que me invade es distinto, las ropas que percibo son distintas, y hasta la prisa que descubro es diferente al asomar la primera luz natural que hace añorar el fin de semana. Siempre ocurre lo mismo; lunes de resignación, rostros desanimados, posturas conformistas. Así es el mundo, lleno de lunes, y empieza a bullir uno de tantos.<br /><br />Y yo, enfundado en el papel de indigente que yo mismo me he atribuido, me filtro en él como un autómata más, decorando el ajetreo de la calle. Husmeo, siento la temprana palpitación, y sé que es una agitación desmesurada de reiteradas actitudes anteriores. Prisas, a fin de cuentas, que no dejan de ser malas consejeras, como cierto día asimilé. Y es por ello que tengo un nuevo miedo incrustado, de que ni siquiera los consejeros de estos tiempos que corren son mejores que los de hace miles de años, ni yo el mejor escriba para contarlo en este humilde cuaderno de viaje que corrobora la corriente de este mundanal cauce que nos distrae.<br /><br />No me considero un escritor, aunque emule las formas sobre estas hojas, es más bien un modo de mantener mis sentidos ocupados, o un no sé qué, que no puedo llegar a reprimir.<br /><br />Por escribir... diré que estoy sentado, más que aburrido entre las grasas de este viejo ancestro y conglomerado Madrid donde intento respirar. Y mi improvisado y nuevo hogar, ay mi hogar; no es muy grande, pero tampoco pequeño... simplemente, es; y simplemente, me basta.<br /><br />Pero para que no os hagáis una idea desacertada del lugar donde subsisto, debéis saber que es la entrada de un viejo caserón en ruinas, un portal imperfecto y deteriorado; y no hay más. Aunque una parte de mí está complacido puesto que este cúmulo de vigas sin paredes es efectivo y me cobija, sólo en parte, de las heladoras penurias que despierta el invierno. No obstante, me identifico con él, como si fuéramos dos veteranos supervivientes de los días. Él, apuntalado con esas tiesas pilastras de hierro donde se enroscan miles de tornillos que lo sustentan antes de ser reformado o derruido por completo. Y yo, con el mismo aspecto defectuoso, pero vestido de hombre, donde se enroscan miles de recuerdos que sustentan mi organismo. Sin ellos, toda mi estructura argumental se vendría abajo. Si bien, y no me cabe duda, ambos somos iguales: fiel reflejo de los bocados que da la vida, y esto sí que me importa y pienso que demasiado.<br /><br />Es obvio. Un día amanecerá sin mí. Y peor aún, puesto que quizá en un mañana, al paso que vamos, amanecerá para nadie.</div><div align="justify"> </div><div align="justify"><span style="font-size:130%;"><span style="color:#ffcc00;"><em>MiánRos</em></span> </span>(<em>Todos los derechos quedan reservados sin el consentimiento del autor).</em></div><div align="justify"><em></em> </div><div align="justify"><em>* * * * * * * </em></div>La cueva del Eskarkamhttp://www.blogger.com/profile/05929401500360146599noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8906884004398713552.post-78742563929300097092009-11-24T09:55:00.000-08:002009-11-25T23:59:41.310-08:00<div align="justify"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgb1cdFLHAV1L1p7ipVzE3xmsDvwF35MPWQi96pxcqfrERbirSG4lnXO0-Kq_AZi-I5FHpcvhAlxDXa2AI5HiyWPdmYJGmxJNQGF1S4_qDX9mja8zVzX7j0BDraiQMyaCo9gozzq4sHH5E/s1600/Almaranthya-Mapa.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5407733866084123426" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 320px; CURSOR: hand; HEIGHT: 232px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgb1cdFLHAV1L1p7ipVzE3xmsDvwF35MPWQi96pxcqfrERbirSG4lnXO0-Kq_AZi-I5FHpcvhAlxDXa2AI5HiyWPdmYJGmxJNQGF1S4_qDX9mja8zVzX7j0BDraiQMyaCo9gozzq4sHH5E/s320/Almaranthya-Mapa.jpg" border="0" /></a><br /><div align="center"><span style="font-size:180%;color:#ffcc00;">4. El <em>Estirpe Salvaje</em> y los dos <em>tardos</em></span></div><div align="justify"><span style="color:#ffffff;">(...)</span></div><div align="justify"></div>Dhàniel se enjugó los labios y refrescó su frente mientras contempló en silencio el horizonte que ardía al sol del crepúsculo. Un gran despliegue de luz de tonalidades anaranjadas y púrpuras invadía el cielo y todas las copas de los árboles, allá en la profundidad.<br /><br />─Bebe, Escarcha. Se acerca la noche. La claridad no tardará en abandonarnos ─le sugirió a su mascota.<br /><br />De repente, unas voces y relinchos de caballos procedentes de la orilla del Lago irrumpieron en el sosegado valle. Dhàniel, alarmado, guardó la tallada falena en su bolsillo y se arrastró entre la maleza silenciosamente. Llegó con paso inclinado a una loma de dificultosas rocas, enraizadas unas con otras entre cascadas de frondosa broza. Allí gesticuló al unísono con sus brazos, manteniendo a Escarcha agazapado. El animal obedeció.<br /><br />Desde lo alto, entre la maleza del improvisado escondrijo, vio cómo la llamativa figura de Grynn con su cabellera larga y rubia destacaba, abajo, en el fondo del paisaje. Se encontraba sentado en una roca, pescando; llevaba puesta su típica túnica marrón de piel de liebre. Estaba rodeado en la misma orilla del agua por tres jinetes que montaban en pulidos caballos. La conversación parecía estar en sus primeros momentos, y el tono no se podría decir que fuera cordial. Del cruce de declaraciones por ambas partes podrían saltar chispas, pues habían topado tres mercenarios verdyos con Grynn, un almaranthyo que no se arrugaba por nada ni por nadie.<br /><br />Dhàniel escrutó a los tres jinetes que rodeaban al rubio pescador. Lo formaban, por una parte: dos escoltas <em>tardos</em> de los soldados de Verdya. Desarrapados, de pelos lánguidos y oscuros, de un aspecto tétrico y horrible, cabeza gorda y recortada al igual que sus brazos y sus piernas. Toscos y sucios como los de su raza, no humana. Ni siquiera las grabadas indumentarias de cuero en tonos dorados que ceñían sus prodigiosos cuerpos realzaban sus figuras. Sus espaldas estaban bien cubiertas por largos escudos de gruesa madera ─a modo de defensa de un ataque por la retaguardia─, ornamentados en formación exquisita por diminutos pinchos, con un símbolo tallado en fuego que llamaba la atención en su parte central, simulando una chorreante “A”.<br /><br />Uno de ellos, el de la derecha y más cercano al agua, portaba una aljaba con flechas y un arco que se encubría entre el escudo y su cuerpo. En su cinto reposaba un arma con mango de bronce de la que colgaba una doble cola de cadenas de hierro, en cuyo extremo pendían dos bolas de acero del tamaño de un puño cerrado con agudas púas en todo su contorno. Centelleaban en su cintura de una forma terrorífica.<br /><br />El otro <em>tardo</em> llevaba enfundada una espada de considerable tamaño. La empuñadura era de huesos de algún cetáceo del este de Verdya, con minúsculas incrustaciones de oro y piedras de un azul cobalto deslumbrante.<br /><br />Por otro lado, completando el trío, el jinete central parecía humano. Un ser oscuro y enigmático. Los denominaban: <em>Estirpes Salvajes</em>, o dicho en la jerga del pueblo, un caza-recompensas. Especímenes de las tierras verdyas, gran parte de ellos, almas sin hogar. Errantes del reino, cumpliendo la misión que les fuera encomendada por una buena cantidad de monedas o, en su lugar, tierras con las que engrandecer su estima. Unas criaturas sin escrúpulos. Nada se parecía a las andrajosas bestias que le flanqueaban a uno y otro lado. Adversa pero selecta oscuridad revelaba la figura del caza-recompensas. De pelo largo y negro como la piel de la noche. Una melena lacia, movida fácilmente por el viento; estaba ataviado todo él en prendas negras, como la larga capa que defendía su espalda envolviendo gran parte de la grupa de su caballo. Sus pupilas rojas estaban enterradas bajo una larga mancha oscura ─de tres dedos de alto a modo de máscara─ de algún tipo de ungüento que le cruzaba de oreja a oreja todo su expresivo rostro. Asomaban de su cinturón ciertas armas extravagantes: una estrella metálica del tamaño de una mano abierta con las puntas afiladas extremadamente cortantes y una curiosa espada, de cuya larga empuñadora ─la cual era capaz de albergar los dos puños─ partía una doble hoja curvada hacia arriba y, opuestamente, otra hacia abajo, formando una perfecta “S”. Su guarnición brillaba como lentejuelas en vivos encarnados. En el reino de Verdya las denominaban “áspid”. Solían esgrimirlas <em>Estirpes Salvajes</em> y alguna que otra criatura de la misma horma.<br /><br />─¡Tú, pescador! ¿Hay alguna posada en el pueblo donde podamos reponer fuerzas y descansar mientras atienden a nuestros caballos? ─Preguntó muy persuasivo Rheysa; así llamaban al jinete de cabellos mustios. <em>El Estirpe</em> arrojaba una voz tétrica y grave como si brotara del estómago.<br /><br />Grynn se tomó su tiempo. Arropado entre los jinetes en ningún momento apartó la mirada de las aguas, pendiente únicamente de su caña. Se llevó la mano derecha a la boca, carraspeó con fuerza y finalmente dijo:<br /><br />─La hay... claro que la hay ─contestó, mirando de reojo, mostrando una cierta indiferencia hacia los visitantes.<br /><br />Antes que estos últimos pudieran volver a hablar, Grynn se apresuró a preguntar con tono punzante:<br /><br />─Muy lejos andáis de vuestras tierras, extranjeros ─esta vez sí perforó a los tres jinetes maliciosamente con su mirada─. ¿Qué os trae por aquí tan lejos de Verdya?<br /><br />La respuesta de los forasteros no se hizo esperar, aunque no fue la deseada.<br /><br />─Tienes buenas espaldas y refinadas manos para ser un simple pescador ─observó con fisgona voz el <em>Estirpe Salvaje</em> ignorando las palabras del rubio pescador─. Estarías bien pagado en los escuadrones del rey Arón, no perdiendo el tiempo con la simpleza de una caña.<br /><br />─¡Ah, vaya! Así que malgasto el tiempo...<br /><br />Rheysa enarcó una ceja y aguantó una mueca sonriente. Luego, aguardó el embate. Había acertado. Grynn se sintió ofendido y pasó a la carga.<br /><br />─Deduzco por tus palabras, que los rumores que corren por Almaranthya sobre tu rey no son infundados. Acaso trato de adivinar que esos alistamientos que han traspasado incluso las fronteras deben de ser ciertos. Se dice que alista guerreros incluso por estas tierras ─espetó Grynn con voz enojada, subiendo el tono.<br /><br />─Has oído bien ─apuntilló el <em>Estirpe</em> con guiño irónico─. Sus raíces han penetrado más allá de la frontera de Verdya, como bien dices. Centenares de servidores están creando puntos para enrolar soldados para la causa.<br /><br />─La causa. ¿Qué causa? ─interrumpió Grynn.<br /><br />─Un imperio único y estable como hubo hace miles de años cuando los <em>Célicos</em> reinaban por las tierras del Latifundio Antiguo. Volver a crear un reino con profundas raíces que perdure en el tiempo como lo hicieron ellos, los antiguos. No sé si habrán llegado noticias por estas tierras, del poderoso ejército que está formando Arón Yhuka ─Rheysa alzó su mirada y observó cómo el sol hacía que el cielo y las nubes ardieran en deslumbrantes tonos rojos y púrpuras. Con el brazo extendido dibujó un semicírculo en el aire acompañándolo con palabras en un tono rebosante─. A sus miles de hombres se han aliado tropas de lonarys, multitudes de gershyos y frathuas. También ciudades y pueblos que han sucumbido a sus dominios como Vhoas y Shunnas. Esta última ya une sus grupos de meditadores al servicio del nuevo y único rey. Además, el rey Arón tiene dispersados mercenarios por toda Verdya y Almaranthya, alistando a todo aquel que quiera unirse y blandir su espada junto a sus ejércitos, gente que se entregue para poder forjar un poderoso imperio. Arón comulga desde su reinado con esa unión y no parará hasta conseguirlo. Puedes estar seguro de ello.<br /><br />─Lo sé ─asintió irritado, el rubio pescador─, conozco bien a Arón. Déspota y arrogante donde los haya.<br /><br />─¡Enmudece tu lengua, necio! ─le amenazó con su enguantada mano el oscuro Rheysa.<br /><br />─Hay un proverbio que cantan las voces de los hombres: “un rey está obligado a escuchar a su pueblo” y bien dicen, pero tu rey sólo se escucha a sí mismo ignorando el sentir de los suyos. No menos cierto es que, avispadamente, sus raíces se han extendido rápidas pero muy cerca de la superficie sin llegar a profundizar. Mal árbol, verdyo. Aunque se sienta orgulloso de su grueso tronco, se derrumbará con las primeras aguas y vientos de la guerra.<br /><br />─Tienes la lengua muy suelta y bífida como una serpiente ─le maldijo Rheysa enturbiando rápidamente la mirada.<br /><br />─Veo tus temores, forastero. ─El semblante del pescador se tornó ladino─. Bajo este cielo púrpura, abierto a los ojos vigilantes de los dioses que seguro testificarán mis palabras, os digo: que no venderemos nuestra espada ni nuestro honor almaranthyo a tu rey, Arón Yhuka, dejando que Verdya se proclame como único reino ─sentenció.<br />Grynn escupió a las rocas. Retrajo el hilo de su caña e ignorando la figura de los tres jinetes volvió a lanzar el cebo al agua.<br /><br />─Tu osadía puede costarte cara, pequeño cobense ─repuso Rheysa─. Maliciar de los actos de nuestro rey es deshonesto pero injuriar su figura sin su presencia merece un castigo ejemplar.<br /><br />─Al término de su confesión, tensó fuertemente las correas del caballo. El animal relinchó mordazmente alzando sus patas delanteras, dejándolas caer al instante furiosamente. Los cascos rebotaron como resortes en la roca donde se encontraba Grynn, causando un gran estrépito. Éste, avispado de reflejos, se revolvió huyendo del impacto, rodó unas cuantas veces sobre sí mismo cayendo irremediablemente al agua. Quedó sentado boca arriba con sus brazos apoyados hacia atrás sumergidos en el fango de la orilla.<br /><br />Los jinetes carcajearon irónicamente al ver el baño del rubio Orador.<br />Dhàniel, acurrucado en el escondrijo de lo alto de la ladera, observó indignado el incidente. Su enfado le impulsó a coger el tirador con rabia y cargarlo con un pedrusco, aunque lo mantuvo inmóvil. Gesticuló para que Escarcha refrenara los continuos impulsos de salir del escondite.<br /><br />─Tornad a Verdya y decidle a Arón, vuestro rey, que los almaranthyos jamás se inclinarán bajo una herrumbre como él y menos Grynn, “El Orador” ─el rubio pescador volvió a escupir, pero esta vez entre los cascos de los caballos.<br /><br />Aquellas atronadoras palabras acallaron de golpe las grotescas carcajadas de los extranjeros, naciendo pronta la rabia en sus semblantes.<br /><br />─Déjanoslo a nosotros. Le enseñaremos buenos modales ─perjuró el <em>tardo</em> que guardaba el flanco izquierdo del <em>Estirpe</em>. A su vez gruñó, dejando ver sus deteriorados y fuliginosos dientes como los de un animal de carroña.<br /><br />El caza-recompensas, ensañado, esgrimió al viento su enigmático áspid de múltiples filos, pese a la apagada luz del crepúsculo, deslumbraba repetidamente. Una merecedora arma forjada en el mismo horno del averno.<br /><br />Grynn enterrado en su quietud inicial, permanecía impávido pero expectante como los árboles y rocas de la orilla. Sus manos permanecían hundidas en el agua, al igual que su digna parte trasera y sus pies. Sus ojos persuasivos escrutaban todos y cada uno de los movimientos de los tres jinetes.<br /><br />─Hace un bonito crepúsculo para morir. Lástima que el rojizo sol que visteis marchar haya sido el último para vosotros.<br /><br />Los <em>tardos</em> carcajearon de nuevo. El <em>Estirpe</em> simplemente sonrió.<br /><br />─Este rojo cielo servirá de testigo. Testigo de vuestras muertes. Tres han sido los errores que os conducirán a las fosas tenebrosas del infierno ─predicó Grynn.<br /><br />─¡Prendedle! ─dijo Rheysa apuntando con su amenazante espada─. Será un placer llevarte ante el rey Arón y ver cómo corta esa nebulosa lengua que cuelgas.<br /><br />Dhàniel sintió cómo su corazón se aceleraba viendo el cariz que tomaba el altercado. Ahogado por la tensión, levantó el tirador y apuntó. Un escalofrió le recorrió todo su cuerpo al ver al <em>Estirpe</em> en su punto de mira. Aquello le superaba. Repentinamente ocurrió lo que estuvo intentando impedir desde que se agazapó entre los setos. Escarcha con una ansiedad imparable, se precipitó pendiente abajo bramando entre el ramaje y las moles de piedra. Apenas se le distinguía corriendo entre la frondosidad del acantilado, salvo por el rastro de polvo que se elevaba huidizo por encima de los setos.<br /><br />Los jinetes, consternados por los aullidos de la criatura que se acercaba, sacudieron sus caballos inquietos. “El Orador”, al encontrarse frente a la amenaza que se aproximaba oculta entre la vegetación ni se perturbó, siguiendo con el interrogatorio visual de los jinetes. En breve “echó más leña al fuego” y continuó con su plegaria:<br /><br />─Si en verdad me protegen los dioses, a ellos me encomiendo y eximan de todo mal mis actos, bajo este cielo eterno me resguarden. Que así sea.<br /><br />Y con una velocidad endiablada las manos ávidas de Grynn, vomitaron desde el profundo lodo dos dagas que bramaron en el aire, impactando de muerte cada una de ellas en los fornidos cuellos de los <em>tardos</em> y provocando sendos borbotones. La sangre manó armadura abajo. Sus rostros habían quedado pétreos por el sorpresivo golpe. Sus pesados cuerpos cayeron de espaldas como grandes rocas al suelo. Uno de ellos quedó medio sumergido en las aguas.<br /><br />─El primer error ─anunció Grynn─: Jamás pierdan de vista las manos del enemigo, pues ellas, y sólo ellas, pueden llevaros a la muerte. ─Rheysa, atónito, contempló la encerrona. Sus dos escudos vivientes habían caído. Sin tiempo, vio cómo su adversario, tras haber lanzado el ataque, platicaba de viva voz aquel desafiante mensaje a la vez que se revolvía quedando oculto detrás de unas rocas. El caballo del caza-recompensas piafó en círculos, desconcertado. Blandía el áspid sin rumbo definido cortando el aire.<br /><br />En ese mismo instante apareció Escarcha bufando tras el <em>Estirpe Salvaje</em>. La diminuta mascota se mantuvo a una considerable distancia esquivando las fatigosas envestidas de las pezuñas del caballo de Rheysa, que, nerviosas, salpicaban grandes mezclas de agua y arena formando un amenazador nublo de confusión. Las pupilas encarnadas del extravagante jinete se engrandecieron al ver a Escarcha, ardieron por momentos entre la franja tintada de su piel y, ante el asombro de todos, profirió maldiciones y conjuros ilegibles que sólo él llegó a entender. Tan sólo quedó audible, y grabado el grito de:<br /><br />─<em>Vygylante. Vygylante</em>.<br /><br />De un arrebato cruel con su mano izquierda lanzó hacia el animal la estrella punzante que descansaba en su cinto. Enseguida, el metal, como bumerang voló dibujando un arco de arriba abajo siseando agudamente. Escarcha, encolerizado y ante el asombro de todos, esquivó expertamente la estrella. Ésta, encontró a su paso una piedra de la orilla seccionándola limpiamente e impactando al final de su vuelo contra el suelo, enterrándose y abriendo un gran orificio.<br /><br />Dhàniel, alojado en el montículo, apuntó. Inspiró profundamente; el jinete seguía ahí, bailoteando en el centro de su punto de mira. Hasta que no lo tuvo inmóvil, no lanzó. Con ímpetu soltó la pulida roca de su lecho y a su vez gritó de ira:<br /><br />─¡Sálvalos! ─rugió.<br /><br />La piedra violentó el aire rauda como una flecha. Golpeó el rostro del <em>Estirpe</em>. Un sonido bronco y seco dio paso al derrumbe del jinete, derrocándolo del caballo.<br /><br />Dhàniel, reventó de alegría al ver al forastero tumbado en la arena a orillas del Lago arrastrándose a gatas como un animal desconcertado.<br /><br />Rodó una leve tregua; los tres miraron fijamente los movimientos de Rheysa. Dhàniel desde lo alto, Escarcha, a escasos metros de él, y Grynn, cobijado detrás de la roca. El impacto de la piedra le había provocado una hemorragia en su ojo derecho formando un reguero de sangre que le corría por el pómulo hasta desembocar en la barbilla, desde donde la sangre se precipitaba gota a gota al vacío tiñendo el suelo.<br /><br />Quejumbroso, Rheysa intentó ponerse en pie. Pese a su abatimiento, no se había desprendido de su arma en forma de “S”. El negro de su vestimenta había empeorado al igual que su lustre, bañado de lodo y agua. Tambaleante, por fin, consiguió enderezarse y alzar su malogrado cuerpo. Levantó su sanguinolento rostro al rojo cielo dejando ver su perjudicada mirada. Injurió a los allí presentes interrogando con torpeza el lugar donde había nacido el certero proyectil y sin perder de su zona de visión al predicador, que aún le observaba desde su improvisada protección, adelantó su espada manteniéndola en guardia.<br /><br />Dhàniel se desmoronó al ver al <em>Estirpe</em> nuevamente en pie. Cogió otro peñasco y lo cargó en su tirador, rebelde en su empeño, y apuntó. Esta vez sentía debilidad, como si las fuerzas se hubieran esfumado con el primer disparo. Le albergó la duda de fallar, cosa que nunca le había ocurrido cuando empuñaba su pequeña arma.<br /><br />Grynn, apoyado junto a la roca que le guarecía como parapeto, volvió a desenvainar dos nuevas dagas que escondía hábilmente debajo del largo chaleco que se acababa de desabrochar para el momento. El escondrijo, un cinto ancho que le rodeaba todo el musculoso torso, donde se alineaban milimétricamente las cuchillas, tan sólo dejaba visibles al ojo, las empuñaduras. La muerte afilada de cada una de ellas dormía en el interior del cuero. A pesar de los cuatro vacíos que rompían la hilera quedaban cerca de seis o siete más reposando hasta ser llamadas.<br />El Orador inspeccionó el terreno; brincó en dirección a unos matorrales que no se hallaban lejos de él. Escrutó cómo Escarcha acosaba a Rheysa. Grynn, sin perder de vista al Estirpe lanzó dos nuevas dagas en un arrollador ataque. Unos movimientos, precisos y fugaces, con una técnica casi inhumana. En su vuelo clamó el segundo error:<br /><br />─Traspasar la frontera y adentraros en campos almaranthyos ha sido vuestra segunda equivocación.<br /><br />El oscuro caza-recompensas agarrando expertamente con sus manos la empuñadura y ostentando un virtuoso manejo de su áspid, esquivó con una facilidad pasmosa el par de cuchillos rechazándolos como si de insignificantes juguetes se tratara.<br /><br />Volaron otras dos dagas, y luego otras dos, mientras Grynn se revolcaba de lecho en lecho tras los ataques. Piedras por la retaguardia empezaron a silbar y silbar siendo también rechazadas con impactante facilidad por las hojas de la extravagante espada. El <em>Estirpe</em> no flojeaba en ninguno de los impactos. Es más, a medida que iba rechazando ataques su rabia crecía vomitando nuevas maldiciones y conjuros. Su arrogancia era tal que consumía los ánimos de sus contrincantes.<br /><br />Escarcha bufaba y respingaba incordiando en el medio de la lucha, siendo contestado y rechazado por los duchos mandobles del <em>Estirpe Salvaje</em>: ─¡<em>Vygylante</em>!, le gritaba en cada uno de sus ataques.<br /><br />Rheysa, viendo el agotamiento de sus rivales pasó al ataque. Corrió serpenteante hacia los punzantes ojos de Grynn que le acechaban en todo momento. Sendos mandobles, izquierda y luego derecha en horizontal al suelo pasaron cerca de la cabeza ágil del predicador que se revolvió entre las rocas y el cuerpo de su atacante. El áspid cortaba todo lo que encontraba a su paso por tosco que fuera.<br /><br />Dhàniel dejó de lanzar sus proyectiles de piedra por miedo de dar a Grynn, pasando a ser mero espectador de la enzarzada pelea.<br /><br />─Tú sí que has cometido el peor error de todos, pobre mortal, el único que te conducirá a las tinieblas, privando a tu ingeniosa lengua de pronunciar ese tercer fallo ─rugió Rheysa.<br />Las sacudidas de la espada cobraron mayor agresividad y fuerza. En una de las aceleradas huidas de Grynn resbaló y quedó a merced de la tremenda figura negra. El rubio Orador yacía nuevamente boca arriba pero esta vez sobre el embarrado suelo, sus manos podían verse sobre él, sin arma alguna.<br /><br />─Nunca debiste provocar a un Estirpe ─bramó Rheysa con su bota de cuero sobre el cuello de su oponente. Mientras, rechazaba y mantenía alejado a Escarcha con la extravagante espada. Enseguida, y con la endiablada habilidad que poseía, voló la hoja de su acero oprimiendo la yugular del caído contrincante.<br /><br />Grynn tragó saliva. La sombra de la muerte se dibujó en su pensamiento.<br />De pronto, un golpe bronco cambió la tremulota voz del Estirpe por un grito desgarrador que sobrevoló todo el valle, cortándole hasta la respiración.<br /><br />─¡Gigante! ─espetó Dhàniel desde su elevada posición.<br /><br />Thelmor había surgido de entre la maleza atestando un hachazo mortal en la espalda del ser negro. Rápidamente vio cómo desenterraba la hoja del arma incrustada entre los omóplatos y ante los desorbitados ojos de todos lanzó una segunda y tremenda embestida con el manchado filo del hacha tronchando el cuello de Rheysa, que resultó definitivo. El sangrante cuerpo sin cabeza cayó pesadamente sobre sus propias rodillas en el áspero suelo, precipitándose sin vida hacia delante momentos después como un muñeco de trapo.<br /><br />Un silencio apático se apoderó del lugar. La tenue luz envolvió a Thelmor y a Grynn que discutían por el desenlace de los tres forasteros, con un fatigado Escarcha que merodeaba sinuoso, alrededor de ellos, olisqueando aquí y allá. Dhàniel fue el último en unirse al grupo tras descender por el barranco. Para entonces, cesó la riña entre los dos, y el tono cambió sopesando las causas y los trastornos que podían sufrir con la muerte de aquellos tres hombres.<br /><br />─Aún no puedo comprender cómo apareciste aquí ─dijo Dhàniel perplejo, acercándose a Thelmor que limpiaba su ensangrentado hacha en el agua.<br /><br />─Muchacho... Hay cosas en este mundo que es mejor obviarlas ─carraspeó un tanto obligado, y con una mueca en la comisura de sus labios su tono cambió─. ¡Por todos los dioses! Hacíais tanto ruido que hasta tu madre desde el hogar os habría oído ─Dhàniel, perplejo y enterrado entre sus hombros, asintió.<br /><br />Thelmor secó el arma en su propia vestimenta y lo guardó en el petate que llevaba colgado a su espalda.<br /><br />─Os he metido en un buen lío ─dijo Grynn poco después, abatido─. Las gentes de Coba en la vida lo comprenderán. Tanto si encuentran los cadáveres como si no, estamos en problemas. El cielo es testigo... ¡maldita sea! <em>El Estirpe</em> en ningún momento me dio buena espina ─El rubio Orador, sin perder un solo segundo, mientras hablaba rebuscó entre las ropas y los enseres de uno de los tardos─ Cuando les echen en falta seguirán su rastro hasta aquí y muy pronto Coba será un hervidero de verdyos en busca de respuestas. Para entonces será muy peligroso permanecer en la aldea.<br /><br />Grynn reunía los enseres y armas que le fueran de provecho, almacenándolos en una de las alforjas de los caballos.<br /><br />─¡Mirad! ─Grynn alzó unos pergaminos para que Dhàniel y Thelmor pudieran verlos. Permanecían perfectamente enrollados. Rheysa los había llevado escondidos entre sus ropas.<br /><br />─Pueden sernos de gran ayuda ─afirmó Thelmor.<br /><br />─Quizá encontremos en ellos la razón de su visita ─corroboró Grynn. E igualmente los guardó, pero esta vez no fue a las alforjas; lo requisó introduciendo el rulo de pergaminos en su cinturón.<br /><br />Llevándolo consigo estaría mejor guardado, pensó.<br /><br />Los momentos que prosiguieron después fueron de un espeso silencio, únicamente roto por el relincho de alguno de los tres caballos que Thelmor acercó a la vera de un robusto pino. Dhàniel andaba pululando como inerte sin querer mirar fijamente ninguno de los cuerpos ensangrentados. Sólo topaba con ellos cuando sus ojos buscaban a Grynn, que despojaba ruinmente cualquier cosa que les pudiera servir. Ese saqueo, a él le parecía inhumano y mezquino, y se retiró unos pasos del lugar con la cabeza baja.<br /><br />─¡Toma! Con esa puntería que exhibes deberías probar con esto ─dijo Grynn desde la distancia ofreciendo a Dhàniel el arco y el carcaj de uno de los derrotados tardos.<br /><br />Él dudó en un primer momento. Sin embargo, se resignó y se acercó.<br /><br />─Acéptalo como un regalo del cielo. Llegado el momento podría salvarte la vida. ¡Ah! Y... gracias por tu estimable ayuda ─Grynn sonrió y antes de continuar con sus registros, le guiñó el ojo ─Te debo una.<br /><br />Dhàniel agarró fuertemente el arco y girándolo ante sus ojos lo admiró. Tenía tallado escenas de combates a lo largo de la arqueada vara. Simplemente el hecho de tenerlo en la mano le produjo una mezcla de congoja y bienestar, e involuntariamente se le escapó una mueca sonriente y dijo entre dientes en voz baja, como si no quisiera que Thelmor se enterara:<br /><br />─Al final no pronunciaste el tercer error ─esta vez, sí que sonrió abiertamente.<br /><br />Grynn carcajeó automáticamente. Se levantó dando por concluida la investigación de los cuerpos, miró con picardía a Dhàniel y le contestó:<br /><br />─Eres muy observador. Y meticuloso, diría yo, pero llevas toda la razón, y bien es verdad que me quedo a medias de mis oraciones siempre, y rabia me da por ello, no te creas ─hizo un énfasis en la última frase─. Sinceramente son dos los errores no oídos y no uno, pero me temía que no llegaría ni al tercero, como para decirle los cuatro que cometieron, como finalmente así ha sido.<br />Dhàniel se había quedado como un molde, esperando con una expresión vulgar y pánfila a que Grynn no se detuviera por nada del mundo y que le destapara el tercer error.<br /><br />Grynn pudo pronosticar los deseos de Dhàniel.<br /><br />─Veo que te intriga la curiosidad, pues el tercer error que cometieron fue decirme que soy cobense, cosa que no es del todo cierta... ─se le acercó al oído y miró a su alrededor para cerciorarse de que Thelmor no lo escuchara─, y... no se lo digas al Gigante, pero la verdad es que... no me gusta el agua ─le susurró con vergüenza.<br /><br />Dhàniel frunció el ceño ante el enunciado del tercer error; por el motivo del cuarto, sonrió y hasta se le escapó una carcajada que pronto tapó con su mano.<br /><br />Enseguida empezó a pensar sobre lo que le había dicho Grynn. El conocimiento que tenía sobre él quedaba totalmente desarbolado. Al menos, creía recordar desde que tenía uso de razón, que Grynn había vivido, allí, en su escondida cabaña en lo alto de la colina junto a los grandes robles del elevado camino, siempre en Coba. El cansancio y el abatimiento pronto mermaron sus pensamientos, que iban siendo a cada momento destrozados como muros. Su mente había recibido muchos golpes ese día. Ese día que nunca olvidaría en la orilla del Lago de los Zafiros.<br /><br />─Volved a la aldea, y tú, Grynn, advierte a Iris de lo ocurrido. Dile también que unas horas antes que despunte el alba nos reuniremos con ella en El Refugio; ya sabes dónde. Debemos tomar una decisión ─pronunció Thelmor con mucha autoridad, mientras Dhàniel escuchaba abrumado aquella orden─. No hace falta que acuda el chico, que lo sepa igualmente. Llevaos los tres caballos y ocultarlos de los aldeanos. Yo me quedaré escondiendo los cuerpos y restableciendo el orden del sagrado valle. Apresuraos, pero procurad pasar desapercibidos. Que el cielo os guarde.<br />Ambos, seguidos por Escarcha partieron senda arriba a lomos de los caballos. Grynn llevaba amarrada la brida de un tercero, que les seguía a la zaga. La oscuridad fue engullendo paulatinamente sus figuras a medida que se iban alejando por el escarpado camino, llegando en poco tiempo a un promontorio. Dhàniel giró su rostro antes de abandonar la depresión del valle. Su descorazonado semblante observó la escena desde lo alto. Thelmor, insignificante en la lejanía, arrastraba a uno de los caídos y se apresuraba a ocultarlo junto a una zona frondosa y de difícil acceso.<br /><br />─El valle... mi paraíso... ¿qué hemos hecho, Thelmor, buen amigo?, ... ¿qué hemos hecho? ─pensó desconsoladamente.<br /><br />Sabía que al igual que aquellos cuerpos que descansaban inertes, su alma también había quedado herida; una herida profunda que había empezado a carcomer toda su inocencia. Una herida que posiblemente nunca llegaría a cicatrizar. Retiró su mirada del ensangrentado paisaje y volvió su rostro hacia el estirado cuerpo de Grynn. Y cabizbajo, agarró con más fuerza las bridas de su corcel y cabalgó llorando en silencio.<br /><span style="font-size:130%;color:#ffcc00;"><em></em></span><br /><span style="font-size:130%;color:#ffcc00;"><em>MiánRos</em></span><br /><br /><em><span style="color:#99ffff;">Fragmento del capítulo 4 de La Leyenda de Almaranthya 1 El despertar.</span></em><br /><em></em><br /><em>* * * * * * * * * *</em></div>La cueva del Eskarkamhttp://www.blogger.com/profile/05929401500360146599noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8906884004398713552.post-71505510919762860442009-11-24T09:48:00.000-08:002009-11-24T10:38:26.190-08:00<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgwOgtrUifEj9-9PaQQ4xZhyaJYfPj93ZmIeUQsZkbIqdRgXOfWptWGFZVXGaR4sZdkoOP7GF66QgwkYL1E4XAFq1BhbIfcX5bn1C73NosMn8tJRioOaMRJlE8tY5aBlGY8spUE8WvCSHY/s1600/ventana.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5407729348319287202" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 320px; CURSOR: hand; HEIGHT: 246px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgwOgtrUifEj9-9PaQQ4xZhyaJYfPj93ZmIeUQsZkbIqdRgXOfWptWGFZVXGaR4sZdkoOP7GF66QgwkYL1E4XAFq1BhbIfcX5bn1C73NosMn8tJRioOaMRJlE8tY5aBlGY8spUE8WvCSHY/s320/ventana.jpg" border="0" /></a>La Claridad, de ojos tan luminosos como cotillas, ha vuelto a entrar por mi ventana aun sin llamarla, y ha curioseado las superficies de casi todo lo que pende en el pequeño recinto de paredes "goteladas" que suelo recorrer tan a menudo. Lo ha hecho con prudencia (astuta y vieja claridad), pero la he visto, y me ha despertado con el roce de sus manos brillantes. Y, aun cuando los ecos del último rif de la guitarra de Fito no han abandonado mi cabeza desde ayer, no sé ni cómo ni por qué, ha hecho que me levante, me duche, desayune y me siente, dispuesto frente al ordenador como si la misma máquina me hubiese llamado; estoy seguro que no lo hizo, pero a veces tengo la sensación que estoy equivocado y sí que me llama, en un idioma sutil y atrayente; no me preguntéis desde cuando tengo el <em>don</em> de entender esta regla tácita entre ambos, pero es así. Y heme aquí, enfrentado a la página en blanco que todo escritor conoce bien, como si fuera un pariente cercano que viviera al otro lado de la casa.<br /><div></div><br /><div>"<em>Buenos días MiánRos</em>" me suelta al verme frente a ella; además de limpia esta página en blanco es educada a la par que paciente, y espera que la cuide y la dote de emociones y vida, vistiéndola con frases para no sentirse desnuda ante ti, lector. No obstante la miro y no sé el vestido que he de escoger esta vez; ¿acaso mi musa se ha ausentado unas horas? Debería, sí; también tiene derecho pues es domingo y todo el mundo necesita descansar aunque seas diosa o musa... creo que yo también lo haré. Descansa musa mía, quizá mañana tengamos más trabajo que ayer... </div><div><em></em></div><div><em>MiánRos</em></div><div><em></em></div><div><em>* * * * * * * *</em></div>La cueva del Eskarkamhttp://www.blogger.com/profile/05929401500360146599noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8906884004398713552.post-90949458371991526882009-11-17T09:49:00.000-08:002009-11-17T11:21:42.189-08:00<div align="justify"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjxJ_jLRFXF_2aI9rqa9aLbL4BnUFhySjFaq62hgjw2RfPJ4kbwmXRR_ZYBCuqRa2gHq_ts4S9UzU1kFEVWDe8_2nan_MFzAJaHbi7xC2eNCvE_OiVw4eH2e3hDtAElSvXVKfiPP8TDLaU/s1600/He-salido-a-pasear.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5405132025580934274" style="FLOAT: right; MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 200px; CURSOR: hand; HEIGHT: 115px" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjxJ_jLRFXF_2aI9rqa9aLbL4BnUFhySjFaq62hgjw2RfPJ4kbwmXRR_ZYBCuqRa2gHq_ts4S9UzU1kFEVWDe8_2nan_MFzAJaHbi7xC2eNCvE_OiVw4eH2e3hDtAElSvXVKfiPP8TDLaU/s200/He-salido-a-pasear.jpg" border="0" /></a><span style="font-size:130%;color:#ff9900;">HE SALIDO A PASEAR</span>, y he cruzado mi mirada con la gente. He surcado por entre el cauce de murmullos, de comentarios, de expresiones y hasta he curioseado el descaro que muestran sus rostros al hacerlo. Quizá lo haya hecho contigo, y lo más seguro que no te vuelva a ver jamás, al igual que a ellos, pero no importa. Quizá algo valió de cuanto vi. O quizá no, y regrese de vacío, con la simple sensación de bienestar de un paseo más, salpicado por el frescor de la mañana. Pero si por el contrario he hallado una descarga en mi interior... el bienestar me abrigará, y se encenderá la chispa que enciende el fuego que estoy preparando para ti con recios brazales de leños y ramas. Es mi forma de darle forma (permitidme la redundancia), para establecer el ambiente requerido en mis escritos. Que luego espero leerás (quizá tardes años) algo que descubrí en otro o en ti. Leerás sentado o tumbado pero tranquilo, al cobijo de esa lumbre que preparé para ti, mientras yo volveré a estar lejos, paseando, buscando, experimentado sensaciones que me llenen de inspiración, pues mi vida y cuanto escribo está lleno de instantes tuyos... y tuyos... y tuyos también. Aunque quizá cuando tus ojos aún estén leyendo lo que escribí, yo esté más lejos que ayer; tal vez allí, bajo la frescura que me ofrece aquel árbol prieto en hojas, copiando su reposo y su aliento, sin prisas, asomado sobre el arcón de mis recuerdos, y desempolvando algún instante que quizá viví junto a ti y guardé para escribir.</div><div align="justify"><br />Mañana saldré a pasear, quizá esta vez sí me cruce contigo...<br /></div><div align="justify"><em><span style="color:#ff9900;">MiánRos</span></em></div>La cueva del Eskarkamhttp://www.blogger.com/profile/05929401500360146599noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8906884004398713552.post-90676503711300057312009-11-17T09:39:00.000-08:002010-02-17T03:23:48.899-08:00<div align="justify"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgxtcmMhuqEHwJQXpEf6nRZcbn2waWn_PMbWYn5qmxzAlvBdPGq_lpQd_Z07Bd5MDMceJXuOofmS5UsusMT5LLMLbTLw3rzhoeT3Su4hsxQa3oPqjYa3nEGS0RtB2a3N7k3o66B5mX36Os/s1600/abraham.gif"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5405129540357821634" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; WIDTH: 241px; CURSOR: hand; HEIGHT: 193px" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgxtcmMhuqEHwJQXpEf6nRZcbn2waWn_PMbWYn5qmxzAlvBdPGq_lpQd_Z07Bd5MDMceJXuOofmS5UsusMT5LLMLbTLw3rzhoeT3Su4hsxQa3oPqjYa3nEGS0RtB2a3N7k3o66B5mX36Os/s320/abraham.gif" border="0" /></a><span style="color:#ff9900;"></span><em><span style="color:#ff9900;">ABRAM. EL NUEVO CONDE DE LOS VAMPIROS.</span></em> Todo está oscuro, nada incita a pensar que es lunes. De pronto, una veintena de fluorescentes se activan a plena potencia, todos menos uno; <em>El Tuerto</em>, que se enciende y se apaga, se enciende y se apaga... revelando las formas que permanecían dormidas a ambos lados del corredor.<br /></div><div align="justify"></div><div align="justify">El murmullo vuelve con la luz.<br /></div><div align="justify">─Este es un buen lugar. Por aquí pasan muchas jovencitas...<br /></div><div align="justify"></div><div align="justify"><span style="color:#99ffff;">“Sí, lo es. Pero ya nada será igual.”</span><br /></div><div align="justify">─¡Calla, Mentemía!<br /></div><div align="justify"></div><div align="justify"><span style="color:#99ffff;">“Cuándo vas a convencerte de que te apresaron. Nunca escaparás. Estás encerrado de por vida.”<br /></span></div><div align="justify">─¡Incrédulo! Mis antepasados y hermanos vampiros vendrán y me sacarán de aquí; pero mientras esto suceda, hay que alimentarse.<br /></div><div align="justify"></div><div align="justify"><span style="color:#99ffff;">“Jamás vendrán. Todos están encerrados como tú; hay cientos... yo los vi. Los metieron uno por uno en las celdas. Celdas pequeñas e incómodas como la tuya.”<br /></span></div><div align="justify">─Sí que lo harán. Aparecerán tarde o temprano. Soy Abram, El Nuevo Conde de los Vampiros, y por El Gran Roble y la promesa que juré bajo su sagrada sombra, que acudirán a mí.<br /></div><div align="justify"><span style="color:#99ffff;">“Estás rayando la locura. El encierro te trastorna.”</span><br /></div><div align="justify">─¡Calla!<br /></div><div align="justify"><span style="color:#99ffff;">“No, no puedo callar mientras no admitas que no eres conde de nada.”</span><br /></div><div align="justify">─¿Y las víctimas? Cientos de ellas cayeron a mis pies bajo la violencia de mis colmillos; el Roble es testigo...<br /></div><div align="justify"><span style="color:#99ffff;">“Lo soñaste.”<br /></span></div><div align="justify">─¡De eso nada! ¡El Roble creció y extendió su copa de hojas gracias a las jovencitas que yo le entregué!<br /></div><div align="justify"><span style="color:#99ffff;">“Nada de lo que dices existió realmente.”</span><br /></div><div align="justify">─¡Noooooo...! ¡No quiero oírte! Me enfrenté sin miedo a la joven de manos y ojos gigantes sin desfallecer...<br /></div><div align="justify"><span style="color:#99ffff;">“Ella fue la que te encerró.”<br /></span></div><div align="justify">─¡¡Noooooooo...!!<br /></div><div align="justify"><span style="color:#99ffff;">“¡Sí! Y otra, tan grande o más que ella, y de su misma raza, te condujo hasta aquí.”</span><br /></div><div align="justify">─¡Mientes!, no fue así.<br /></div><div align="justify"><span style="color:#99ffff;">“Sí que lo es... ¡Y estás perdido!, lo quieras o no. ¿Quién se atrevería a sacar de aquí a un Conejo-Raro como tú?”<br /></span></div><div align="justify">─¡Calla, te digo! ¡No soy un Conejo-Raro! ¡Es un disfraz para cazaaaarrrr!<br /></div><div align="justify"><span style="color:#99ffff;">“Estás ridículo.”<br /></span></div><div align="justify">─¿Por qué me haces esto? ¿¡POR QUÉ ATORMENTAS MI CABEZA DE ESTA MANERA!? Aún conservo el sabor de la sangre en mi reseco gaznate... Y seguirá así si no logro aplacar tu voz. Ahuyentarás a mis niñas, mis tiernas presas, y entonces ya no podré cazar; harás que me sienta inútil de verdad. Terminarás ablandándome, Mentemía.”<br /></div><div align="justify"><span style="color:#99ffff;">“Chss... Silencio. Alguien viene.”<br /></span></div><div align="justify">Abram olvida por un momento la trifulca y se relame sólo de pensar en la cercanía de un jugoso cuello que poder morder; hace semanas que no come.<br /></div><div align="justify">Los pasos se intensifican y se acercan.<br /></div><div align="justify">La suerte parece aliarse con el vampiro. Las pisadas se detienen cerca de él.<br /></div><div align="justify">Abram descubre su presa, y la zona tierna donde abalanzarse; consigue encharcar de sangre su imaginación con la proximidad del festín. Ahora es el momento, piensa.<br /></div><div align="justify">Pero de repente, es incapaz de moverse, pues su futura víctima mueve los ojillos y le ve.<br /></div><div align="justify">─Mamá, ¿puedo llevarme este conejito de colmillos largos? ─pregunta la niña.<br /></div><div align="justify">─¿Éste? ─La madre coge la súper colorida caja de cartón, y observa la silueta del interior apresada e inmóvil tras el plástico transparente. No parece gustarle lo que ve y arruga el gesto; no tarda en bajar la vista hacia su hija─. Es un Conejo-Raro... ¿No prefieres mejor este puzzle de ovejitas? ─señala.<br /></div><div align="justify">La niña levanta los ojos.<br /></div><div align="justify">─Bueno, vale ─murmura sin pensar. Es aún joven y fácil de convencer.<br /></div><div align="justify">La madre le baja el puzzle y se lo da; enseguida las dos echan a andar.<br /></div><div align="justify">Vuelve el silencio, y con él, el triste desconsuelo de todos los muñecos “No Escogidos” inunda el corredor, pero esas emociones, ésas precisamente, nadie las llegará a escuchar...<br /></div><div align="justify">¡Un momento! Creo que hay un sentimiento más activo que todos los demás. Y si no me equivoco, proviene de aquella caja súper colorida que la mamá volvió a dejar en la estantería.<br /></div><div align="justify">¿Abram?<br /></div><div align="justify">Sí, es él.<br /></div><div align="justify"><span style="color:#99ffff;">“Te lo dije, eres un Conejo-Raro, Abram. Vete haciendo a la idea de que nadie te sacará de aquí. </span></div><div align="justify"><span style="color:#99ffff;">Tus hermanos vampiros <span style="font-size:85%;">están</span> encerrados como tú... ¿sabes ya lo que significa Encerrados?”<br /></span></div><div align="justify">─No empecemos otra vez... Mentemía, por favooooooorrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr...<br /><br />Las horas pasan y la oscuridad regresa al corredor.<br /><br />*****<br /><br />De repente, El Tuerto se enciende, se apaga, se enciende... guiñando el ojo a sus hermanos. Nada incita a pensar que es martes...</div><div align="justify"></div><div align="justify"><em><span style="color:#ff9900;"></span></em></div><div align="justify"><em><span style="color:#ff9900;">MiánRos </span><span style="color:#ffffff;">(Quedan reservados todos los derechos sin permiso de su autor)</span></em></div><div align="justify"></div>La cueva del Eskarkamhttp://www.blogger.com/profile/05929401500360146599noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8906884004398713552.post-23206372001368317782009-11-16T12:36:00.000-08:002009-11-17T09:58:47.354-08:00El Caballero de la Armadura Amarilla<div align="justify"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh6UWGXHf987hcGCzIj5fever_-IOPfMjqR9aOrMKR443zcAJ60DvKapdagdLtbzycm3V-PoEBWyzo7cqDHMWuCipiPb7bJRV8-75XjFWFTZCr5_n1hntiA4nt_0c3D7mJvvRMKxsT9mFk/s1600/El-caballero-de-la-armadura.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5404804322586536194" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; WIDTH: 261px; CURSOR: hand; HEIGHT: 320px" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh6UWGXHf987hcGCzIj5fever_-IOPfMjqR9aOrMKR443zcAJ60DvKapdagdLtbzycm3V-PoEBWyzo7cqDHMWuCipiPb7bJRV8-75XjFWFTZCr5_n1hntiA4nt_0c3D7mJvvRMKxsT9mFk/s320/El-caballero-de-la-armadura.jpg" border="0" /></a><em><span style="color:#ff6600;">EL CABALLERO DE LA ARMADURA AMARILLA</span></em> La historia que os voy a contar ocurrió hace algún tiempo, no tanto que se escape a la memoria, ni tan cercano que se adelante a los recuerdos. Fue una historia que se instaló en mi conciencia justo en la estación de una era intermedia; al término de una primavera próspera, de días largos y noches cortas. Donde los crepúsculos se entregaban dichosos a cientos de golondrinas de alas negras y picos dorados y chillones; de diminutos cuerpos allá en lo alto (se diría casi mosquitos), aves veloces e inquietas como veintenas de manos sucias, casi negras, intranquilas y hambrientas.<br /><br />Hace algún tiempo de esa historia, sí.<br /><br />Todo ocurrió al caer la noche, la noche que tomé la puerta y salí de casa, despacio, diezmado por la morriña, con la mirada baja, como poseído por el alma de un errante, siervo de la propia calzada que debía recorrer; no hacía falta el instinto, no hacía falta querer, sino dejarse llevar, pues el recorrido y el lugar que debía alcanzar eran de sobra conocidos; la repetición se hacía con los días aburrida... lo llegaba incluso a detestar. Sin embargo, aquel desenlace, lejos de la rutina, iba a ser diferente a los demás. Fue alzar los ojos, y una sensación cálida al roce del bochorno me anegó por completo, como el insoportable calor que sometía al mundo aquella noche. A golpe de corazón, lo vi; allí estaba, caído; tenía la armadura amarilla casi deshecha, apenas podía hablar, creo que ni lo hizo, ni siquiera estaba en condiciones para reclamar auxilio. Si bien, ecos de una gran batalla se podían presumir fluyendo a su alrededor, sombras inciertas y dispersas, acaso lejos, habían escarbado junto al vencido. Pero seguía allí, su cuerpo era un escombro borroso casi indivisible de la oscuridad y el resto de siluetas arruinadas, yaciendo entre montones apilados de deshechos; escombros y más escombros sin valor, olores y más olores nauseabundos y repugnantes que contrastaban de bruces con la soberbia presencia, aun abatida y rendida, del Caballero de la Armadura Amarilla.<br /><br />─"¿Quién te ha hecho esto, Caballero?" -preguntó mi propia alma, encogida por entero.<br /><br />Él no contestó.<br />No podía ser cierto lo que estaba viendo, pero lo era. Y no tuve por más que reaccionar: tendí mi mano y le levanté. Él se dejó hacer, vulnerada toda condición, toda gallardía, lejos de su brío en las praderas de la guerra, donde en condición digna, lucharía de igual a igual y donde su honor reñiría con casta por no volver a ser herido. No obstante, ahora su aspecto era débil, se veía derrotado, casi perdido. Pero eso no era lo peor para un Caballero de su rango, lo peor era sentirse inútil, olvidado, sin un señor ni imperio a los que servir.<br /><br />Y fijaos que aparte de mí, sólo los ojos de la soledad fueron testigos de lo que os cuento; y aunque quizá hubiera miradas escondidas entre las sombras, y digo quizás, ya que los ojos escondidos en las sombras son curiosos y, de tanto en tanto, practicantes a la hora de intercambiar miradas con otros ojos. Por tanto, arriesgado es y casi mágico por mi parte, si esto que os digo lo pudiera afirmar; y si las hubo, de nada me inquietó que me observaran.<br /><br />Arropé al guerrero con mi brazo amable y lo guié hasta mi hogar, como bien podéis imaginar; no sin reunir, incitar y blandir mi Ejército de Iras contra el enemigo que había amputado la dignidad de un Caballero.<br /><br />Ya, bajo techo, lejos del raso y del redil brillante de la luna, El Caballero de la Armadura Amarilla empezó a cambiar. Sí, debéis creerme, pues su cuerpo a la luminaria y al abrigo de paredes humildes y desnudas, empezó a relumbrar. Un suspiro, no sé si suyo o llegado de mi anhelo, envolvió el instante.<br /><br />─"¿Quién te ha hecho esto, Caballero?"-repitió mi alma, tras estrellar de nuevo mi vista con su maltratada estampa.<br /><br />Aquí viene lo que él me dijo, apretado en deseos que no en la palabra, luego no habló. Podéis creerme y cierto es, pues no hicieron falta voces, ni gestos, ni miradas, para saber lo agradecido que estaba. Adiviné su sonrisa, fiel y diestra de su raza, sirviente de su Señor, siempre esclavo en cuerpo y alma. Ahora me servía a mí, yo que nunca he sido nada, y menos de inclinación solemne, de espalda reposada en tronos, de esos de oro, de esos de terciopelo suave y grana.<br /><br />A su deseo, mi gracia. Le dediqué mi tiempo; atendí a su historia; y era grandioso, muy grandioso lo que en ella me contaba. Y he aquí, que renacieron sentimientos de otra era, pero de gentil palabra. Y su historia me envolvía, y me alejaba de mí, y me llevaba lejos, más lejos, junto a los hombres de hazañas, junto al Gran Alejandro, junto a su única estampa; una estampa de sobra conocida, soberana, diestra y magna; al grito de su infantería, al grito de sus falanges, al grito de miles de hombres a una sola garganta:<br /><br />"¡Alalalài! ¡Alalalài!".<br /><br />Él se divertía de narrador, yo me deleitaba de confidente. Y pasaron los días, uno tras otro, y El Caballero me contó toda su historia, pero no cualquier historia, sino la que llevaba tallada en su corazón.<br /><br />No obstante, y por muy bella y épica que fuera aquella historia que El Caballero me contó, más bellas y grandiosas historias atisbé, estacionadas en sus soledades. Y sin saberlo e incluso sin querer, caí en la cuenta y descubrí su poder, su escondida fuerza y la auténtica honestidad por la que El Caballero luchaba. Ahora era consciente de su influjo. Conocía parte de mi historia, mis movimientos, mis gustos, mi vida, pues habíamos compartido el tiempo; se había colado en mi casa, había conocido a los míos, y a la par que me contó su vida, había atesorado la mía, poquito a poco, sí, la mía. Hasta mi huella había quedado gravaba en su Armadura Amarilla para siempre, como todas las demás. Ahora yo formaba parte de esas historias que él velaría abrigado en sus largos periodos de soledad.<br /><br />Y debéis saber que El Caballero vigila siempre mientras sostiene la ilusión, esperando el momento de sentirse útil y terciar en la batalla, abrir su corazón a los nuevos señores, aunque quizá lo haga con el mismo que ahora le mantiene, sólo éste tiene en su mano la suerte de concederle tal esperanza. ¿Acaso se baña en esa seguridad? Sí, seguro que sí. Pero es prudente; la prudencia no desmerece la valentía. Mas se siente confiado y tranquilo de que su señor no acabará avergonzándole, arrojando su cuerpo entre montones de deshechos malolientes que crecen cada vez más a menudo por el mundo.<br /><br />Él es, ante todo, un Caballero...</div><div align="justify"><br /><em><span style="color:#ff9900;">MiánRos</span></em></div><div align="justify"></div>La cueva del Eskarkamhttp://www.blogger.com/profile/05929401500360146599noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8906884004398713552.post-1782488083625416552009-11-16T09:32:00.000-08:002009-11-17T10:02:41.049-08:00Relato del Latifundio Antiguo: AGUA DE LUNA<div align="justify"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh6CAZ_aTdEGkAjJbk2hiHvJmChLuOT-mmImF-ybWc83G0w0veba0DnFq_lt_EkNx4QFmCf90PfdRUOXxR5Qm4vKmm1l8JYML_ZIrVfErtMQeS-rQNKMA7zvv9BVqYxHaEmT7EEwto0kpA/s1600/agua-de-luna.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5404758221190877042" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; WIDTH: 214px; CURSOR: hand; HEIGHT: 320px" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh6CAZ_aTdEGkAjJbk2hiHvJmChLuOT-mmImF-ybWc83G0w0veba0DnFq_lt_EkNx4QFmCf90PfdRUOXxR5Qm4vKmm1l8JYML_ZIrVfErtMQeS-rQNKMA7zvv9BVqYxHaEmT7EEwto0kpA/s320/agua-de-luna.jpg" border="0" /></a><em><span style="font-size:130%;color:#ff9900;">AGUA DE LUNA.</span></em> Lo que aconteció en la ciudad de Naghúm, antigua tierra sagrada de Grey-An, quedó escrito para ser contado y recordado, y ahora leído para todo aquel que esté dispuesto a escuchar.</div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">El relato decía así:</div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Ni siquiera la penumbra de la gruta era rival sorprendente como el pesado silencio que soportaban los oídos de los dos muchachos, atrincherados en el diminuto codo que les concedía la sepultada construcción. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">No apreciaban movimiento alguno, ni luz natural que habitara allá donde se habían atrevido a descender. La antorcha que los había guiado por sendas y túneles estaba consumida sobre el terreno expuesta al deterioro del olvido, junto a la pequeña bolsa de piel que habían llevado con alimentos (casi vacía con el paso de los días). Sólo el tosco olor de la madera quemada permanecía presente, y se alargaba por la profunda oquedad flotando más allá en su conquista, llegando a terrenos prietos y aislados. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Durante el viaje los dos muchachos habían determinado un pensamiento: dejar arriba el miedo antes de exponerse al reto y a la incertidumbre de aquel estómago de arena y piedras. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Por encima de sus cabezas habían recorrido un primer nivel, consolidado por galerías y cámaras donde dormían erguidos muros primorosos y labrados casi en su totalidad. Dando forma a las demarcaciones, trabajadas columnas en la roca viva que soportaban pórticos engalanados de estatuas, muchas rotas, muchas rendidas en el suelo, semienterradas. Efectivamente, el soterrado enclave era un visible retumbo de una civilización antigua y próspera, y dichosa, que habitó núcleos íntimos ocupados por claustros llenos de vida, donde ahora sin embargo, se mantenía como única criatura viviente el ancho brazo de la tiniebla y el temerario ser que osara adentrarse en ella; lejos, muy lejos quedaba <em>La Esencia de la Luz</em> de las gemas que alumbró la presencia <em>Célica</em> en aquella gruta. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Sobre el deforme techo de las cámaras de la primera zona se encontraba otro nivel, el más alto, la superficie. Y a ras de ésta, una vasta extensión donde se ensanchaba la ciudad de Naghúm; urbe de glorias reunidas; construcción siempre vigilante desde períodos lejanos, que reposaba ahora ante la observadora diosa, la noche. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Un suspiro, reflejo de cansancio o quizá resignación acumulada, reverberó en la bóveda. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">─Vuelvo a tener hambre ─musitó Arhel. Su voz desveló la creciente debilidad que sostenía tras el paso de las horas, incalculables en medio de la negrura; sujetos a su voluntad, movidos por el mandato. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">No había sido fácil llegar a la hendidura indicada, y los desacostumbrados músculos de los dos muchachos aún no se habían recuperado del esfuerzo realizado. Y, sin embargo, se esforzaban por desterrar de su lado el desaliento. Tal vez se tuvieran que comer a los Othays, ya que éstos, además de emitir una liviana luz biliosa y pobre que dejaba distinguir los contornos alzados alrededor del campamento, eran larvas bastante apreciadas en los guisos <em>Quibeys</em>; alimento distinguido que daba vigor a todo aquel que se aprestara a comer tal exquisitez; difícil de encontrar lejos de Naghúm, por otra parte. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">─No desesperes ─sugirió la sombra que estaba junto al joven Arhel─, ya oíste a Padre: "...que vuestra mirada no sucumba a la pereza de la soledad, ni la ansiedad se anticipe a la intuición. Dormir en turnos, dentro de lo posible, pues el conjuro de la tiniebla es pesado y burlón y tratará de bloquear vuestra certeza, alterando la inclinación de las sombras y enredando la disposición de los caminos; bajo Naghúm uno mismo cambia, como las negras arcadas, gemelas al novicio ojo". </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">>>"Cuando creáis haber alcanzado el lugar, emplearos en el silencio y la calma; aguzar el sentido; el instante no será largo, pero sí el preciso. Sólo entonces vuestra visión llegará desde el corazón, confiar en él. Luego de haber hecho lo debido, guardar fuerzas para la vuelta, pues muchos no regresaron, y muchos otros que aún están por marchar tampoco volverán del imperial dédalo que vais a enfrentar ahora. Suerte, hijos míos". </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Aquellas palabras de Padre fueron reforzadas por la mano de Hyuna, que intuyó a su lado el hombro de Arhel y lo sujetó con toda voluntad, quien sintió la fuerza del consuelo y se estremeció, dejando escapar otra muestra de impaciencia. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Los Othays parece que brillaron con mayor intensidad y propagaron su luminaria esbozando pequeños perfiles revelando muros adyacentes, e incluso se distinguió por un momento el remanso de agua viva que manaba silenciosa del interior de la roca; una extendida seda que parecía dormir en un recortado remanso, estancado y gris, desolado al punto de oscurecerse para siempre. Al cabo, la luz de los Othays menguó; inesperadamente, el filo de las rocas y el puñado de sombra que formaban los dos hermanos se disipó ante la oquedad profunda del atrio, allá distante. No obstante, no hacían otra cosa que mirar el estanque, mudos y sin movimiento alguno, cual guerreros al acecho de una presa. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Tremendo error, pues Arhel estaba lejos de tal grado; era una cuarta más pequeño que Hyuna, aunque nunca lo había tomado en cuenta, porque sabía que tarde o temprano y con el favor de los alimentos y el goteo de los días crecería hasta alcanzar a su hermano. No es que Hyuna fuera alto, y mucho menos guerrero todavía, y aunque le faltaba poco para serlo, ya había batallado con muchachos incluso más altos que él, que entrenaban sin reservas para serlo. Sin embargo, uno y otro eran aún pequeños; la coronilla de Hyuna no superaba todavía el pecho de Anthygua, su padre: grueso y alto donde los haya, sobre todo si hubiera nacido roble. Era sabio hasta lo que puedo contaros de él, de zancada corta, mirada profunda, y ojos rasgados de pupila oscura coloreada por vetas verdes y brillantes, eso sí; fiel semilla se advertía en sus hijos. Era vetusto a la par que solemne, y distinguido, me atrevería a acrecentar sin duda; testarudo además. Pero sobre todo, su voz era respetada y seguida entre las familias más antiguas que habitaban las primitivas casas de la ciudad de Naghúm. Mas era Quibey, signo inequívoco de raza tenaz y diestra, de cuerpo escudado y rocoso como armadura; así era Anthygua, como así era la pretensión que anhelaba o quizá mayor, indudablemente, para sus hijos. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">El frío empezó a ser más intenso y húmedo dentro de la cámara. Imaginaron el exterior: un ardiente crepúsculo habría dado paso a la noche cerrada. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">─Empiezo a temer ─advirtió Arhel en voz queda, para luego enlazar una duda en voz alta─: ¿Puede que haya más cámaras con escurrideros de agua como éste? </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Fueron palabras impacientes que buscaron sin pretender una respuesta de inmediato, pero ésta, no llegó. Mientras, sus ojos se volvieron a relajar en la superficie del agua. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Al cabo, el suspiro de resignación despertó sin embargo en los labios de Hyuna, quien habló: </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">─Creo haber seguido bien las indicaciones, no temas ─dijo. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Palpó el pellejo de viandas y extrajo el último trozo de queso. Lo cortó en dos con sus propios dedos y tendió a continuación la porción más grande a su hermano. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">─Anda, come ─aconsejó─. El camino de vuelta a casa será complicado. Debes coger fuerzas. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">En el curso de las horas siguientes: silencio, negrura y una inquietante soledad, la misma ensordecedora secuencia que habían llevado hasta ahora. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Tal vez la derrota y el sentimiento de fracaso empezaban a hacer mella en los dos muchachos, a medida que intuían el final de la aventura y el momento de regresar. Era entonces cuando sobre sus conciencias aparecía la cara de Padre, y aún más su estertórea voz, sembrando el entorno con un autoritario regaño por haberle fallado; no llevarle a Madre, enferma desde la víspera de su cumpleaños, <em>El Don de las Profundidades</em> sería lo peor si el resultado se agravara y ocurriese algo irreparable; sus conciencias no se perdonarían aquello mientras viviesen. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Sin embargo, la sensación de estar haciendo lo debido les sujetaba como un gancho a la inseguridad existente. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">De súbito, un alarido cual bostezo profundo de la cueva los hizo tensarse y clavar sus ojos a uno y otro lado; Hyuna echó rápidamente la capa del tabardo sobre los Othays para evitar ser vistos y aferró con mayor empaque su arma, controlando el punto donde había desaparecido su propia sombra momentos antes. El miedo blandió su terrible arma dentro de sus cabezas, e hizo que sospecharan que las estatuas cobraran vida por momentos; ilusoria atracción. Se mantuvieron juntos bajo la brutal afonía dañina y temida que les hizo retener el aliento. Rastrearon las cambiantes formas que los rodeaban, temiendo cualquier asalto. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Habían oído hablar de Kär Imvhergaem, <em>El Bárbaro del Destello Herrumbre</em>; se decía que era una criatura inhumana, mitad <em>Quibey</em> mitad Estelión, que iba y venía como un dolor; arrastraba una espada tan ancha y larga como arcana, tan afilada y temida como el poco lustre que exponía ante los largos lapsos de hastío, invernando entre raíces de piedra bajo el mundo; la empuñadura y el acero de la hoja habían sido forjados en otro tiempo por manos honorables, y era sabido que aquel arma era desigual al resto, pues cobraba vida ante el enemigo como <em>Cabeza de Eskarkam de Fuego</em>. De ese modo, Imvhergaem y su podrido lamento vagaba entre las arterias ocultas de los túneles guardando los tesoros que aún permanecían enterrados tras insondables murallas hundidas de la vieja ciudad de Grey-An. No obstante, poco a poco aquella sensación de vigía de Hyuna y Arhel, se fue aflojando y todo volvió a la normalidad. El chirriar del acero de Imvhergaem rayando el suelo fue siquiera una vaga sospecha que no emergió más allá de sus mentes, al igual que las estatuas movidas únicamente por el miedo. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Con todo, tal vez el azahar quiso recompensar a los dos muchachos <em>Quibeys</em> y, poco más tarde y antes de que Hyuna dejara al descubierto los cuerpos resplandecientes de los Othays, un camino de luz se abrió paso... semejante al que habían supuesto durante el viaje, e incluso momentos antes donde sus corazones se agitaron. Habían esperado aquel instante tanto tiempo que parecía una nueva ilusión que volviera a despertar tras la revelación que les hizo Padre, sentado junto al hogar. Sin embargo ahora podían percibir e indagar con sus pupilas aquel testimonio que se alojó y viajó en sus conciencias. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">El ánimo perdido pareció rebrotar. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">─Aquí está ─señaló Hyuna; y su mirada destelló como un Othay en la noche al roce de la luz. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Arhel renunció a respirar. Su boca se quedó pausada al igual que sus fatigados ojos, que miraban con asombro el destello que irradiaba y daba forma a la senda; la estela chocaba en las cortinas calcáreas e iba de alguna manera instintiva y sobrenatural por entre márgenes angostos aquí y allá, entrando desde arriba, despejando sombras pese a todo, estrechando su luminaria forma donde era preciso, tan persistente y caprichosa como audaz hasta llegar a la altura del agua, junto a los dos muchachos. Una vez allí, mágicamente se deslizó sobre la superficie hasta que el reflejo dibujó una majestuosa luna, blanca y serena como la esperanza que habían llevado hasta alcanzar aquella reunión de agua que constituía el manantial sagrado de Naghúm; la superficie quedó colmada en el centro por un escudo esférico de plata. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Hyuna, abandonando el arrobamiento de su espíritu y recordando las palabras de Padre, "... el instante no será largo, pero sí el preciso", extrajo del pellejo donde había llevado las viandas, el odre que había cargado antes de emprender el viaje; el recipiente no era más grande que su mano. Lo acercó con delicadeza sobre el agua, lo hundió un tanto y lo deslizó hasta atrapar el reflejo; toda la refulgente esencia de la luna cayó dentro del pequeño depósito. Para cuando el camino de luz avanzó y desapareció, Hyuna había taponado la entrada del odre con un trapo, a modo de torunda, y enlazado con una cuerda diestramente para no verter nada y afrontar sin peligro el camino de regreso. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">La vuelta se hizo más corta, tal vez las zancadas eran impulsadas por el ánimo del éxito, o era por el miedo al retraso y el agravamiento de Madre, o tal vez fuera simplemente el deseo de llegar junto a los suyos. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Cuando Hyuna alzó la cabeza, después del esfuerzo de un día entero consumido en subir a la superficie y caminar por ella, allí estaban, a lo lejos, donde moría la prolongada loma: Padre, Madre y hermanos mayores que él, perfilaban el horizonte junto a la casa. Al ver la figura de los dos pequeños, empezaron a sacudir los brazos en señal de bienvenida, mientras esperaban. No así Anthygua, erguido e inmóvil como la mirada exigente y seca que atesoraba en aquel momento; tan impertérrito como el hacha que pendía de su mano derecha, y tanto o más silencioso que los troncos que acababa de cortar, apilados entre el galpón y sus pies. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Arhel echó a correr hacia ellos, llevado por la ilusión y la luz del sol del nuevo amanecer. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">─Padre ─gritó, al tiempo de recorrer la pendiente─. La hemos encontrado, <em>El Agua de Luna</em>. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">De repente su cara se nubló al chocar con los excitados ojos de Madre, que le miraban retraídos por la emoción. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">─¿Ya estás bien? ─preguntó Arhel, a su llegaba. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Ella esbozó una mueca alegre que bastó para que éste se abalanzara y la estrechara con fuerza a punto de romper a llorar. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">─La hemos traído para ti ─dijo─. Te pondrás mejor. Ya lo verás. ─Sin embargo, la encontró débil, aun cuando la última mirada que recordaba de ella carecía de luz en los ojos. Pero había salido a recibirlos, era una obstinada <em>Quibey</em>; los dos hijos mayores la sostenían con brazo fuerte, casi en bolandas. Sólo el ver a sus hijos de vuelta, sanos y salvos, parecía el bálsamo de cura; ella se esforzaba por avivar el gesto y mejoraba por momentos. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Anthygua se atusó el mentón, satisfecho al oír las palabras de su pequeño; lo habían traído, lo habían hecho. Luego se detuvo a observar a su tercer hijo, Hyuna, que llegaba caminando y se paraba junto a él, sacaba con precisión el odre y lo tendía con cierta vacilación en su mirada para que Padre lo recogiera. Efectivamente, aquel recipiente demostraba el atrevimiento de los dos más pequeños de la familia; demostraba el triunfo. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Sin embargo Hyuna, aunque era pequeño conocía a Padre, y supo valorar aquel encuentro, frío, muy suyo, expuesto a similares pruebas que habían pasado ya alguna vez. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">"Madre nunca estuvo tan enferma ¿verdad?", quiso decirle al punto que era desposeído del recipiente, pero su voz no surgió. Sentía ante todo respeto. Pero Hyuna no podía esconder aquella desilusión, que se despeñaba por sus ojos cada vez que terminaba un mandato, de alguna manera se sentía manipulado. El profundo gesto de Padre clavando sus pupilas en él le dieron la respuesta, aun sin pedirla; no tardó en escuchar la voz profunda que siempre había reverenciado desde que tenía uso de razón. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">─El don del manantial sagrado es culto para muchos ─dijo─. Pocos saldrán a la luz de las ruinas con el sentimiento consumado. Y aún menos los que habrán alcanzado el conocimiento que fueron a buscar. ¿Lo entiendes, Hyuna? </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">El muchacho dio muestras de asentimiento, un tanto achicado por el tono solemne de la voz; mas no habló. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">─Los dioses expresarán su voluntad cuando sea preciso ─declaró Anthygua, tras la breve pausa─; no podemos negarles lo que nos dieron cuando ese momento llegue. Madre se irá igualmente como me iré yo, como marcharemos todos, pero ahora ella no necesita más ayuda que el regazo nuestro, que sus ojos perciban cariño y se sienta feliz. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Anthigua dejó caer el hacha de un modo diestro; éste se clavó en el suelo. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">─Qué lejos me quedan tus lloros ahora, Hyuna ─expresó a continuación, y no sólo miró fijamente al muchacho, sino que paseó también el orgullo de su gesto hasta topar con su hijo pequeño─. Igualmente los tuyos, Arhel ─añadió─. Aún cercanos, se atisban impetuosos en mi cabeza apartándose veloces junto a los de Hyuna. Habéis crecido rápido con los días. Doy gracias por ello a la diosa Eihes que parece velar mis deseos y los de vuestra madre, y ensancha una calma alrededor de este hogar en mi ausencia durante algún viaje. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Los dos muchachos <em>Quibeys</em> cruzaron miradas. No importaba que el agua del recipiente fuera a salvar la vida de Madre realmente. Lo habían hecho. Y habrían ido hasta el corazón del Latifundio Antiguo para salvarla si fuera necesario. Sólo por eso se sentían orgullosos, hubiera sido premeditado o no, hubiera sido una nueva lección o no, o cualquier otra cosa que Padre hubiera hecho por el bien de su familia, el <em>Quibey</em> había nacido para aprender, y aprendiendo moriría. Y si apuntaron alguna otra duda, la sonriente faz de sus hermanos la desveló, educados ya de cómo prosperar sobre aquellos caminos donde habían dejado su huella tiempo atrás. Y fue desde aquel momento que entendieron todo. Entrelazaron risas, y conversaron satisfechos entrando a la seguridad del hogar. Y dichosos brindaron con <em>Agua de Luna</em>; y Madre mejoró con el paso de los días y los cuidados de su hijo Arhel. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">No quedó escrito si Arhel e Hyuna comunicarían abiertamente lo que habían aprendido en las tinieblas de las grutas. Sin embargo, y a partir de aquel amanecer fueron conscientes, y aun diría que crecieron de espíritu y de cuerpo (grandes guerreros se hicieron), del verdadero don del manantial sagrado y el valor que encerraba aquel remanso íntimo, donde se fraguaba sólo determinados días, <em>El Agua de Luna</em>. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">De esta manera afectuosa acabó la aventura de los dos muchachos Quibeys. Y no sería ésta la última enseñanza de Anthygua para forjar el corazón de sus hijos. Pero sí que llegó a ser la más cercana al fracaso que de los dos muchachos se recordaba. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">No obstante, tuvieron muchas más enseñanzas... Si bien, las aventuras que corrieron los jóvenes quizá queden aún más lejos que el profundo manantial sagrado donde se descolgaron una vez. Y de seguro menos relevantes y venideras que los montones de historias que os quiero contar. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Mas no toméis prisa, tal vez me apreste a leer cuando os vea de nuevo por aquí. Pero eso será cuando proceda, sí. Todo a su debido orden, hay que guardar la postura. </div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Mientras tanto, llevar prudencia, superar la adversidad apartando el miedo, y caminar en lo posible al filo de la dicha alojando una esperanza, como ocurrió bajo las ruinas de Naghúm. Muy pronto, abriré el Libro y os contaré otro relato que aconteció en el asombroso mundo del Latifundio Antiguo.</div><div align="justify"><em><span style="color:#ff9900;">MiánRos</span></em></div><div align="justify"></div>La cueva del Eskarkamhttp://www.blogger.com/profile/05929401500360146599noreply@blogger.com0